La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 68

—Este es un buen lugar para acampar— dijo Morrigan a Ifraín.

Ifraín asintió. Desmontó y dio órdenes a sus hombres para que armaran las tiendas y prepararan la cena. Calpar y Tarma desmontaron y observaron los montes Noínu a su derecha, cubiertos por enredada vegetación. La idea era esperar a Nuada y a Dana en este lugar, y avanzar luego juntos hacia Faberland.

—Necesito despejarme— suspiró Tarma, acomodándose el tartán— ¿Me avisas cuando esté lista la cena?

La pregunta la había dirigido a Calpar, pero fue Ifraín el que contestó:

—Te avisaré.

Tarma asintió las gracias, un tanto ausente, y se internó en el monte. Necesitaba estar sola por un rato. En el camino, Calpar le había relatado su entrevista con Eltsen en Faberland, y eso la había perturbado mucho. La mente de Eltsen se había deteriorado en extremo desde su exilio. Caminando entre los árboles, no hacía más que reprocharse el haberlo dejado solo. Mientras una parte de su mente le decía que no había tenido opción y que su mejor decisión había sido ir por ayuda, otra parte le gritaba que debió haberse quedado a su lado y combatir a Malcom. Luego, la primera parte le hacía reconocer que si se hubiese quedado, solo habría terminado muerta y Eltsen no tendría salvación. Sí, había hecho lo correcto.

—La ayuda está en camino, mi amor— murmuró entre lágrimas—. Solo resiste un poco más.

La marcha del ejército de Kildare se le hacía harto lenta. Y Nuada ni siquiera se les había unido todavía. Tampoco había noticias de Dana. Tarma trató de sacudir de su mente todos aquellos pensamientos negativos que no ayudaban en nada.

Habían pasado unas dos horas cuando escuchó los pasos de alguien que se acercaba. En un acto reflejo, desenvainó el puñal. Pero luego vio que era solo Ifraín abriéndose paso entre los arbustos. Seguramente venía a buscarla para cenar.

Tarma se secó rápidamente las lágrimas de su rostro y trató de sonreír, pero todo lo que logró fue una mueca miserable.

—¿Estás bien?— le preguntó Ifraín.

Ella asintió, sin palabras. Él pasó su brazo por los hombros de ella y la abrazó, confortándola.

—Todo va a estar bien— prometió, pero a ella le sonaron como palabras vacías.

Ifraín la acercó más hacia él y ella se lo permitió. Necesitaba un poco de afecto fraternal, de consuelo, de amistad. Pero no era amistad lo que Ifraín tenía en mente. El príncipe kildariano forzó sus labios sobre los de ella de repente, sin dar tiempo a Tarma a reaccionar.

—¿Qué crees que estás haciendo?— le gritó ella, empujándolo bruscamente hacia atrás y desembarazándose de su abrazo.

—¿No es esto lo que querías? ¿No era este tu plan?— le preguntó él, sorprendido ante su reacción.

—¡¿Plan?!— gritó ella, azorada.

—Venir aquí, a un lugar apartado de los demás, pedirme que viniera a ti.

—¿Está mal de la cabeza?

—Tus juegos me excitan, Tarma— murmuró él con ojos lujuriosos, y se lanzó hacia ella, tumbándola al piso, besándola mientras trataba de abrir sus ropas.

Lo que sucedió luego pasó tan rápido que es difícil describirlo en la secuencia correcta, pero en menos de dos segundos, Ifraín se encontró con un dolor insoportable en la entrepierna después de recibir una feroz patada, de espaldas en el suelo, con Tarma encima de él, sosteniendo un puñal sobre su cuello y con una rodilla apoyada en su pecho con tal fuerza, que apenas podía respirar.

—Aclaremos las cosas— gruñó ella—. Ya que no entiendes las palabras, te cortaré los genitales para que comprendas que no debes tocarme. ¿Te parece que estoy jugando?

—Eres una maldita perra— gimió él bajo el puñal.

—No, tú eres un retrasado mental, además de ser un niñito mimado.

—¿Cómo te atreves…?— comenzó él, pero Tarma presionó más el puñal en su cuello y eso lo desanimó a terminar la frase.

—Tarma— siguió él—, probablemente no quieres admitirlo, pero necesitas a un hombre de verdad, alguien que pueda cuidarte y amarte como te mereces.

—¿Y tú eres ese “hombre de verdad”? Ni siquiera sabes lo que significa la frase. No eres más que un pomposo príncipe que piensa que todo el universo debe rendirle pleitesía solo por ser el heredero del trono. Has sido tan mimado que crees que estás por encima de todos los demás y que puedes tomar lo que quieras de quien quieras. Eres tan arrogante y egoísta que no eres capaz de luchar por ninguna causa noble, porque la única causa que te importa es la tuya y usas a los demás para que sirvan a tus fines.

—¿Y Eltsen es un hombre de verdad? ¿El hombre que te echó de su lado? ¿El hombre que se dejó embaucar por un extraño y lo prefirió a su propia esposa? Eltsen no es más que un débil mental.




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