La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Sujetador de Demonios - CAPÍTULO 78

            Envuelto por una fría negrura, Lug sintió que descendía hasta profundidades ignotas, arrastrado sin remedio por una fuerza oscura. Con casi toda su energía drenada, no tenía casi fuerzas para luchar. Desesperado, Lug trató por todos los medios de remontar la oscuridad, pero no sabía hacia dónde remontar, estaba perdido. Se dio cuenta de que en el estado de pánico en el que estaba, no podía pensar en una solución, y si no pensaba rápido, moriría. Trató de calmarse, de dejar de pelear, de tratar de respirar hondo. Trató de recordar. Ya había estado antes en abismos como éstos al entrar en contacto con criaturas con oscuridad. Trató de recordar cómo había hecho las otras veces para sobrevivir. Se relajó, se dejó llevar, aunque su mente lo agitaba con urgencia para que peleara. Ignoró su propia mente, su propio miedo. Vació todos los pensamientos del pasado, del futuro, se concentró solo en una tarea: encontrar el camino, encontrar la salida.

            Su mente comenzó al fin a responder con posibles soluciones. Cuando fue tentado por la oscuridad de su padre, fue Bress mismo el que lo guió de vuelta a la superficie. Cuando estuvo atrapado dentro del voro, Dana lo llamó hasta que lo sacó de la oscuridad. Cuando fue atraído por la oscuridad de Nuada, Calpar cortó la conexión abruptamente. Todas las veces alguien lo había ayudado desde el exterior, pero ahora no había nadie, estaba solo. Tal vez Diame se diera cuenta de que algo estaba mal y lo ayudara, lo guiara hasta afuera, lo sacara de la negrura mortal que lo arrastraba inexorable. Pero no escuchaba ninguna voz guía, ninguna luz, ninguna indicación del camino.

            Lug no podía seguir esperando una solución externa, sabía que estaba al borde de sus fuerzas, al borde de la muerte. La voz que había escuchado, la voz que lo había aterrorizado hasta lo más hondo de su ser, no volvió a escucharse. Lug al menos dio gracias por eso. No creía poder resistir la sacudida que aquella voz le había provocado, el pánico, el terror. El terror de la comprensión. Lug sabía muy bien de quién era esa voz. Aunque no se atreviera a pensarlo, a imaginarlo, Lug sabía que aquella voz pertenecía al mismísimo Wonur.

            Mientras se hundía más y más, como si una pesada ancla atada a su cuello lo llevara hasta el fondo de un mar negro y muerto, recordó. Había habido una instancia en la que nadie lo había ayudado, una instancia en la que había vivido un pánico similar al que ahora enfrentaba, junto a un dolor infinito e insoportable, y aun así, había logrado salvarse por sí mismo. Recordó su encuentro con Ailill. Sin perder más tiempo, invocó en su mente un hermoso y tranquilo lago. La imagen no respondía, no podía ver nada en aquella maldita oscuridad. Trató de imaginar luz, tal vez el sol... Nada. Siguió intentando con la imagen del lago. Trató de serenarse, de concentrarse. La imagen no se hacía presente.

            De repente, sintió humedad en uno de sus pies. Trató de moverlo y se dio cuenta de que estaba cubierto de agua. ¡El lago! No podía verlo, pero el lago estaba allí. Movió la otra pierna, y pronto pudo sentir que se iba sumergiendo en el agua. Movió una mano y sintió el agua traspasar sus dedos abiertos. Trató de traer la otra mano, pero no le respondía. Intentó otra vez. Nada. Era la mano que estaba tocando la frente de Diame, era la mano que estaba en conexión directa con Wonur. Si solo pudiera moverla... Intentó con todas sus fuerzas, que no eran muchas, pero no consiguió moverla siquiera un centímetro. Luego tuvo otra idea: con la mano que ya estaba bajo el lago, juntó agua y la derramó sobre la mano inmovilizada. Al instante, los dedos se despegaron de la frente de Diame al humedecerse con el agua del lago.

            Lug sintió que podía respirar mejor. Ya nada lo arrastraba hacia el abismo. Aunque no podía ver nada, podía sentir que el pánico iba disminuyendo, y flotaba... flotaba en el lago. Después de un largo, largo rato, Lug pudo por fin abrir los ojos, y se encontró tirado sobre una alfombra en una habitación de piedra. A su lado había una mujer dormida en una fastuosa cama. Lug sentía la piel fría y no podía moverse.

            Poco a poco, comenzó a comprender dónde estaba y por qué: la mujer dormida era Diame, la madre de Althem. Estaba en Aros. Había venido a sanarla, pero algo había salido mal. Sintió un escalofrío al recordarlo: Wonur. El cuerpo le comenzó a temblar ante el solo recuerdo del contacto con la criatura más oscura de todo el Círculo.

            Era difícil calcular el tiempo, pero debieron pasar varias horas hasta que Lug escuchó los suaves golpes en la puerta de la habitación de Diame. Seguramente no habían querido molestarlo mientras trabajaba sanando a la reina, pero probablemente había pasado ya tanto tiempo que alguien había pensado en comprobar si todo estaba bien. Lug intentó moverse, tal como lo venía intentando desde que había abierto los ojos, pero no obtuvo resultado alguno. Trató de hablar, de pedir auxilio a quién golpeaba la puerta, pero ni su garganta ni sus labios le respondieron. No podía hablar, no podía moverse, todo lo que podía hacer era mirar el techo desde la alfombra donde había quedado tirado boca arriba. Cerró los ojos con frustración, los párpados eran las únicas partes de su cuerpo que respondían a su voluntad.




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