La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Sujetador de Demonios - CAPÍTULO 123

En medio de la marea de odio, ira, tristeza y culpa que lo atormentaba hasta el borde de la locura, Lug mantuvo su enlace firme con los patrones de Cormac, desconectando todas las órdenes vitales de su cerebro, haciendo que sus pulmones dejaran de respirar, haciendo que su corazón dejara de latir.

Solo cuando los patrones de Cormac comenzaron a apagarse lentamente, un rayo de razón sacudió su mente obnubilada por el dolor. De repente, le vino a la memoria como un recuerdo muy lejano, el día en que casi decapitó a Humberto con su espada porque lo culpaba de la muerte de Dana. Pero Humberto no tenía la culpa. Más allá de sus errores, de sus intereses, de su intransigencia, Humberto no tenía la culpa. Humberto era culpable de muchas cosas, pero la muerte de Dana había sido responsabilidad de Bress y del propio Lug que la había abandonado. Lug comprendió que Cormac tampoco tenía la culpa de la muerte de Dana. No era él el que la había rechazado, no era él el que le había atravesado el corazón con su espada...

Lug cortó su influencia en la mente de Cormac, y su corazón volvió a latir, sus pulmones respiraron una bocanada desesperada de aire. Tosiendo y temblando, Cormac levantó la vista hacia Lug, pero él no lo miró, simplemente desenvainó su espada lentamente. Por un momento, Cormac pensó que Lug había cambiado de parecer acerca de la forma de matarlo y había decidido hacerlo con la espada, pero luego vio que Lug arrojaba su espada en la arena y se alejaba por la playa. Cormac trató de llamarlo, pero todavía le costaba respirar y las cuerdas vocales no parecían responderle muy bien.

Tirado en la arena mientras se recuperaba, jadeando y temblando de pies a cabeza, Cormac ladeó la cabeza y pudo ver cómo Lug se internaba en el mar, caminando como un autómata, con la mirada clavada en el horizonte. Con gran esfuerzo, apoyó un codo en la arena e intentó levantarse. Después de unos momentos, logró ponerse en cuatro patas y gateó por la arena hasta la orilla.

—¡Lug!— lo llamó con la voz ronca y rasposa en medio de un nuevo acceso de tos. Lug lo ignoró y siguió internándose entre las olas.

Con mucha dificultad, Cormac se puso de pie a duras penas y fue tras Lug. Las olas lo azotaban sin piedad y apenas podía mantenerse en pie, pero sacó fuerzas de donde pudo y siguió adelante.

La mano de Cormac en su hombro lo sacó del ensimismamiento de su dolor.

—Lug, por favor vuelve a la orilla, por favor déjame explicarte...— le rogó Cormac.

—Déjame en paz, Cormac— respondió Lug, soltando su hombro de la mano del Antiguo.

—Por favor, Lug, hablemos— insistió Cormac.

—Ya no hay nada de qué hablar, ya todo ha sido dicho— le respondió Lug sin emoción.

—No puedes abandonar al Círculo— intentó Cormac.

—He hecho todo lo que me pidieron, he cumplido mi destino, todo se acabó. Déjame morir en paz.

—No voy a hacer eso— negó Cormac.

Lug se volvió hacia él con tristeza infinita en la mirada.

—¿Crees que puedes detenerme?

—No puedo detenerte físicamente— admitió Cormac—, pero al menos déjame intentar razonar las cosas contigo. Vuelve a la orilla conmigo, dame al menos media hora para que trate de convencerte.

—No hay nada que puedas hacer para convencerme, mi destino está cumplido, no puedes hablarme de profecías ni de mi deber para con el Círculo.

—No es eso de lo que quiero hablarte— dijo Cormac.

—Entonces, ¿qué?

—Ven conmigo a la orilla. Media hora.

Lug suspiró.

—Media hora— aceptó—. Y luego me dajarás en paz para siempre.

—Lo prometo— aseguró Cormac.

Los dos volvieron lentamente hasta la playa. Varias veces Lug tuvo que sostener a Cormac por la cintura cuando una ola demasiado fuerte lo empujaba hasta casi hacerle perder el equilibrio de su apenas recuperado cuerpo.

Los dos se sentaron empapados en la arena. Cormac hubiera sugerido hacer una fogata para calentarse, pero eso le habría hecho perder un tiempo precioso de su media hora difícilmente conseguida.

—Quiero explicarte por qué no te dije lo de Dana antes— comenzó Cormac.

—No me interesan tus explicaciones, lo hecho hecho está— respondió Lug fríamente.

—Prometiste conversar conmigo por media hora, por favor, escúchame.

Lug solo respondió con un suspiro.




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