La música llegó tintineante hasta sus oídos, como si las gotas de las estalactitas se hubieran reordenado para tocar una melodía. Lug preparó su mente. Los sintió enseguida. Eran cuatro. Bien, había logrado llamar su atención. Lug esperó a que ellos se comunicaran primero.
—¿Qué quieres aquí?— se escuchó una voz grave y autoritaria. Lug dedujo que aquel era el Patriarca.
—He devuelto a Wonur a su prisión— dijo Lug.
—Eso ya lo sabemos— dijo otra voz.
—He venido por mi pago— dijo Lug con voz firme.
—¿Pago?
—Así es, hice un trabajo para ustedes y ahora quiero algo a cambio.
—Lo que hiciste, lo hiciste por tu propia voluntad. No te debemos nada.
—Difiero en eso.
—Por tus servicios, te perdonamos la vida, solo vete antes de que cambiemos de parecer— dijo la voz del Patriarca.
—Necesito su ayuda para impedir una masacre. Si me conceden eso, ya no los molestaré más— dijo Lug.
—No nos interesa ayudarte.
—¿Por qué? Me ayudaron varias veces antes...
—Eso fue cuando te necesitábamos. Ahora ya no nos eres útil, y por lo tanto, nuestro interés en ti ha cesado.
—Ustedes son parte del Círculo, y lo quieran o no, están vinculados con nosotros. No pueden dejar que miles mueran solo porque no sacan nada a cambio— les dijo Lug, irritado por la frialdad y la falta de solidaridad de aquella raza.
—Nosotros no nos involucramos con ustedes de ninguna forma, y ustedes deberían hacer lo mismo y dejarnos a nuestro albedrío— dijo una nueva voz de los cuatro.
—Eso no es cierto— casi les gritó Lug—. Wonur se metió con nosotros, corrompiendo, matando y destruyendo. Él es uno de ustedes, y ustedes no pudieron encargarse de él. Fui yo el que libró a todos de su nefasta presencia, fui yo el que rompió el Círculo para que ustedes pudieran disfrutar de su libre albedrío otra vez, fui yo el que arriesgó la vida y el alma para conseguir lo que ustedes no pudieron, para arreglar un problema que ustedes originaron— les reprochó Lug.
Ninguno de los cuatro contestó.
—No me digan ahora que no me deben nada, me deben mucho, me deben su libertad. Lo que les pido a cambio no es gran cosa, y ni siquiera es una ventaja personal, es para salvar vidas y evitar más destrucción, destrucción del lugar que compartimos aunque seamos muy diferentes. Yo no entiendo su concepción de justicia o moral, pero no pueden negar que están involucrados en esto hasta el cuello. Así que no me vengan con eso de que no tienen nada que ver con nosotros.
—Eres tú el que no debería querer tener contacto con nosotros— declaró una cuarta y nueva voz.
—¿Por qué? ¿Porque somos inferiores para ustedes? ¿Porque no merecemos su atención?
—No— continuó la voz—. Porque la única vez que uno de nosotros se involucró con ustedes, las cosas se salieron de control y terminaron muy mal.
—Las acciones de uno no pueden marcar las de toda una raza— respondió Lug—. Lo que Wonur hizo, no lo hizo siguiendo sus órdenes, ¿o sí?
—No, su espíritu estaba viciado, su mente corrompida, su ambición fuera de control.
—Entre nosotros también hay Viciados— comentó Lug—, pero eso no nos transforma en una especie despreciable. Muchos de los de mi raza constituyen una fuerza positiva, de construcción, de pureza; y estoy seguro que lo mismo pasa con los de su especie.
—Consideramos que eso es verdad, pero aun así, no tenemos intenciones de relacionarnos con ustedes.
—No les estoy pidiendo votos de amistad eterna. Solo les pido ayuda, por esta única vez, para salvar miles de vidas. Creo que me he ganado ese favor.
Las voces se mantuvieron en silencio por un largo momento mientras unos destellos violeta danzaban por sobre el lechoso lago. Lug apretó la empuñadura de la espada y trató de mantener una respiración tranquila. Sabía que los tetras estaban deliberando si debían ayudarlo o destriparlo allí mismo.
—Realiza tu pedido— dijo al fin el Patriarca.
Lug suspiró aliviado.
—Necesito que me transporten a mí y a un ejército que está apostado en las playas al oeste de Aros, hasta Faberland— dijo.
Los tetras deliberaron un poco más.
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Editado: 12.10.2019