La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

CUARTA PARTE: El Señor de la Luz - CAPÍTULO 137

Cuando la tormenta finalmente se detuvo, Lug vio a un hombre ricamente ataviado que se acercaba con una escolta de soldados kildarianos desde el sur. A su derecha, venía un soldado de alto rango que a Lug le pareció conocido. Cuando el hombre que iba a la cabeza de la delegación llegó hasta Lug aun refugiado en las galerías del palacio, se arrodilló ante él y le ofreció su espada.

—Larga vida al Señor de la Luz— dijo—. Ofrezco mi vida a su causa.

Detrás del hombre arrodillado, los demás también lo imitaron hincándose en la tierra frente a Lug. Solo uno de ellos permaneció de pie. El que estaba a cargo de la delegación le echó una mirada admonitoria al soldado de alto rango que aun permanecía de pie, la cual significaba que si no se arrodillaba, pagaría con su vida la osadía. El soldado no se inmutó y siguió allí parado, desafiando a su señor.

—¡Morrigan!— exclamó Lug, avanzando para abrazar al soldado que estaba de pie—. ¡Qué gusto verte! Parece que eres el único que ya aprendió que no permito que nadie se arrodille ante mí.

—Es un placer y un honor volver a verlo, Lug— respondió Morrigan.

Los demás kildarianos, incluido el que iba a la cabeza, se pararon de inmediato, un poco confundidos.

—Este es Ifraín— lo presentó Morrigan a Lug—, hijo de Neryok, príncipe de Kildare.

—Un placer conocerte, Ifraín— le estrechó la mano Lug. Ifraín guardó su espada y dudó un momento antes de extender su mano y tomar la de Lug—. Me han hablado mucho de ti, pero nunca tuve la oportunidad de verte cara a cara.

Ifraín hizo una inclinación de cabeza, fascinado y sorprendido de que aquel hombre mostrara interés por conocerlo. Ifraín y su gente habían estado formados hacia el sur del campo de batalla, listos para entrar en acción, cuando vieron a aquel hombre penetrar solo a caballo en medio del campo acompañado solo por cuatro jinetes a su lado, un guerrero con el uniforme de Aros, dos hombres que no parecían un guerreros en lo más mínimo y una mujer con un vestido azul. Detrás de él, los miles de soldados que lo habían acompañado se habían quedado en sus posiciones en el borde norte. Pero lo más extraordinario no era la valentía de un hombre solo enfrentando a una caótica multitud armada, sino el hecho de que esa multitud le abriera paso sin atacarlo, sin siquiera atreverse a tocarlo. Cuando Ifraín le preguntó a Morrigan quién podía ser aquel jinete, su general le dijo que solo podía ser Lug.

Ifraín nunca había visto a Lug cara a cara. Durante el Concilio de Medionemeton, su padre había juzgado más conveniente enviar a Eselgar a representar los intereses de Kildare. Ifraín no creía que su hermano tuviera las agallas para presentar con firmeza la posición de Kildare, pero prefirió no objetar. Ifraín no era hombre de Concilios, Ifraín era hombre de acción, de batalla, de lucha y había estado satisfecho con sus órdenes de marchar hacia el norte, comandando un gran ejército. Cuando Ifraín se había enterado de que Lug no comandaría ninguno de los ejércitos contra los Antiguos sino que marcharía con un grupo pequeño que incluía a su amante, solo había sentido desprecio por aquel hombre al que todos ensalzaban como si fuera un dios. Para Ifraín, Lug no era más que un cobarde que los tenía a todos a sus pies solo porque una estúpida profecía les indicaba que él era el salvador que habían estado esperando por años. Pero luego Morrigan le había contado cómo Lug había derrotado a Ailill y había liberado a su gente, cómo los había conducido por el desierto y cuando ya estaban por sucumbir al hambre y a la sed, había conseguido comida y agua para todos. Ifraín tenía a Morrigan en muy alta estima y le había creído las historias heroicas sobre Lug, pero en su corazón, aun no estaba seguro de que Lug fuera tan impresionante y poderoso como lo pintaban... hasta que lo vio detener la guerra solo con su presencia, hasta que lo escuchó hablar con la verdad, y apagar la furia y la violencia de miles y miles de guerreros enzarzados en una lucha desordenada y poco clara. Ifraín comprendió que Lug era en verdad el Señor de la Luz, y entendió que Kildare tenía una gran deuda con él por haber rescatado a Morrigan y a su gente de las garras de Ailill. Todo este cambio de actitud hacia Lug por su parte se debió también a la enorme sacudida que le había dado Tarma en los montes Noínu. Esa mujer guerrera por la que ahora tenía un nuevo respeto le asestó un golpe tal a su ego, que le hizo replantearse muchas cosas.

—Es un honor para mí conocer por fin al Señor de la Luz— dijo Ifraín, un tanto rígido. Aquel hombre de túnica blanca y capa plateada le inspiraba respeto, pero también le inspiraba cierto temor. El poder que había mostrado no era de este mundo. Aquel era un hombre que Ifraín quería tener de aliado, nunca de enemigo.

—Solo díganos cómo podemos servirlo y lo haremos— agregó Ifraín con una reverencia.

—Muy bien— dijo Lug—. Primero, no más reverencias ni protocolos inútiles, hay mucho que hacer como para estar perdiendo el tiempo con ceremonias.




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