La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 32

—¡No! — gritó Neryok, dando un puñetazo en la enorme y maciza mesa en el salón del trono de Kildare—. No quiero oír hablar más del asunto. Estoy cansado de tus caprichos.

            —¿Caprichos? ¿Salvar este reino te parece un capricho? Creo que te has vuelto demasiado débil, padre— le respondió Ifraín con desdén—. Desde que Eselgar murió, no has hecho otra cosa que acurrucarte en el sitial del trono sin hacer nada.

            —¿Nada? No tienes idea de…— protestó Neryok con la sangre hirviéndole ante la insolencia de su propio hijo.

            —Sí tengo idea— lo cortó el otro—. Veo cada día cómo Kildare muere de a poco bajo tu reinado. Nuestro reino era el más formidable y temido en todo el Círculo, ahora no somos más que un grupo de aldeanos encerrados y temerosos tras las murallas de la ciudad. Tengo al mejor ejército de todo el Círculo listo para salir a conquistar, a hacer Kildare grande otra vez. Podemos hacer que todo el Círculo nos venere y nos tema, podemos volver a ser poderosos otra vez, pero me obligas a tener a mis guerreros ociosos y aburridos en puestos de vigilancia.

            Morrigan, parado a unos metros junto a una columna se revolvió inquieto, apretando los labios para no intervenir. Le preocupaba que las discusiones entre Neryok e Ifraín se hicieran cada vez más frecuentes y más violentas. La noche anterior, en un arranque de rabia, Ifraín le había confesado que a veces se le pasaba por la cabeza destronar directamente a su padre y tomar el mando de Kildare antes de que su amado reino se hundiera en el olvido. Morrigan sabía muy bien que en Kildare, destronar a un rey significaba matarlo. Morrigan no se había atrevido a advertir al rey de los pensamientos oscuros de su hijo, no creía que Ifraín fuera capaz de semejante acto, pero viéndolos discutir ahora, no estaba tan seguro.

            —La vigilancia es más importante que la conquista— le retrucó Neryok a Ifraín—. ¿De qué sirve conquistar y dominar cien territorios si no puedes mantenerlos bajo tu dominio? ¿Si no puedes siquiera proteger lo poco que tienes?

—No te entiendo— dijo Ifraín, suavizando el tono—. Hace diez años, estuviste dispuesto a lanzarte a una guerra que no era nuestra, a arriesgarlo todo por el bien de otros.

—Si no hubiéramos intervenido en esa guerra, hoy seríamos esclavos de Bress y lo sabes. Esa guerra fue tanto por los otros como por nosotros. ¿O acaso hubieras preferido que hoy el trono lo ocupara un grupo de mugrientos fomores, masacrándonos para luego hacer una gran fiesta comiéndose a nuestra gente?

Morrigan tragó saliva ante la imagen invocada por Neryok. Los recuerdos del horror vivido a manos de Ailill hicieron que le temblara hasta la última fibra de su ser. Paralizado por el poder de Ailill, Morrigan había sido obligado a presenciar el descuartizamiento de sus camaradas, de sus amigos, que eran luego devorados vorazmente por inmundos fomores. Todo eso mientras sufría el dolor imposible de tener los nervios de su cuerpo retorcidos por Ailill. Había perdido toda esperanza, había deseado la misericordia de la muerte. Aun cuando la muerte significara ser devorado por aquellas asquerosas criaturas… Pero luego había venido la salvación. Un solo hombre logró lo que todo un ejército no pudo lograr. Un hombre con la nobleza, la valentía y el poder más grande imaginado: Lug. El propio Señor de la Luz se había hecho presente en aquel campo de muerte y los había liberado. Morrigan lamentó con tristeza la muerte de tan heroico guerrero.

—Pero los derrotamos— objetó Ifraín—. Y si pudimos con ellos, podremos ahora contra el resto.

—Primero, el que los derrotó fue Lug, y segundo…

—No me hables de Lug— lo cortó Ifraín—. Lug no estuvo al mando de ningún ejército, yo sí. Lug no vio la sangre de su gente derramada, yo sí. Lug no perdió a su hermano, yo sí. Lug solo estaba interesado en acostarse con la hija de Nuada y lo sabes. Lo arregló todo para estar con ella en vez de pelear con los ejércitos, y cuando ella vio sus intenciones y lo rechazó, huyó cobardemente, abandonándonos a todos.

Morrigan dio dos pasos al frente, dispuesto a intervenir. No iba a dejar que Ifraín manchara la memoria de Lug. Neryok vio sus intenciones y levantó una mano en advertencia. Morrigan se detuvo con los puños apretados y luchó consigo mismo para mantenerse en silencio como le pedía el rey.

—Ifraín— lo llamó Neryok con tono cansado—, yo también estoy dolido por la muerte de Eselgar, no pasa un solo día sin que su recuerdo no me entristezca, pero debes comprender…




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