La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Sujetador de Demonios - CAPÍTULO 99

Fynn pateó la puerta de la habitación de la central de mando, y ésta se abrió bruscamente para revelar una sala con las paredes cubiertas por decenas de pantallas que mostraban distintas áreas de la prisión. Había también una consola con innumerables controles incomprensibles para Fynn. A la izquierda de la consola, un hombre vestido con un uniforme azul y dorado les apuntaba con un control remoto en una mano y un transmet en la otra.

Con una sonrisa de suficiencia, el hombre apretó un botón en el control remoto, y Pol cayó instantáneamente al suelo retorciéndose a los gritos. Fynn pulsó desesperadamente el botón blanco de su control, pero no tuvo ningún efecto. Pol comenzó a convulsionar, haciendo un desesperado esfuerzo por respirar mientras sufría en insoportable agonía. Fynn apretó los dientes, furioso, y apuntó su sangrienta espada al pecho del hombre.

—Cuidado— le advirtió el hombre con tono calmado de superioridad—. No creo que puedas atravesarme con tu espada tan rápido como yo puedo hacerte un hoyo en la cabeza con esto— dijo, levantando el transmet.

—Detenga el collar— gruñó Fynn sin bajar la espada, haciendo caso omiso de la advertencia del otro.

—Tira la espada— le ordenó el otro.

—Solo si desactiva el collar— le espetó Fynn inmutable, la espada a centímetros del pecho del otro.

Pol había comenzado a sangrar por la nariz y la boca.

—Si no te decides rápido a tirar tu espada, tu amigo se va morir.

Fynn resopló con rabia contenida y tiró la espada al piso.

—Bien hecho— respondió el hombre, condescendiente, y apretó un botón en su control que detuvo el dolor de Pol.

Fynn se arrodilló rápidamente junto a él y lo giró, poniéndolo de costado para que no se ahogara con su propia sangre. Pol comenzó a toser, escupiendo sangre. Cada acceso de tos le causaba una punzada de dolor que le retorcía las entrañas. No podía mover las piernas ni los brazos, apenas si pudo levantar unos centímetros la cabeza para mirar a Fynn. Con lágrimas de dolor en los ojos, Pol abrió la boca para decirle algo a Fynn, pero la garganta no le obedeció. Su esfuerzo solo le ganó otro doloroso acceso de tos.

—Tranquilo— lo consoló Fynn.

—Ponte de pie— le ordenó el hombre a Fynn.

Fynn lo miró de soslayo sin obedecer.

—Ahora mismo— tronó el hombre, levantando el control remoto para que Fynn pudiera verlo. La amenaza era más que clara, si Fynn no obedecía, el hombre volvería a activar el collar de Pol.

Con la sangre hirviéndole en las venas, Fynn se puso de pie de frente al hombre del uniforme azul con dorado.

—Las manos sobre la nuca— le ordenó.

Ese fue el primer error.

Fynn puso lentamente las manos sobre su nuca. El hombre abrió un compartimiento en la pared derecha y sacó un collar como el de Pol.

—¿En verdad pensaste que podías entrar a una prisión de alta seguridad y sacar a un prisionero sin autorización?— preguntó el hombre con sorna, acercándose a Fynn para ponerle el collar. Observó a Fynn de pies a cabeza con desdén—. Solo un extranjero salvaje y primitivo como tú sería tan tonto como para irrumpir en un lugar monitoreado solo, y pensar que se podía salir con la suya solo porque llevaba una espada.

Las manos del hombre se acercaron al cuello de Fynn. Para poder ponerle el collar y así poder controlarlo, había tenido que dejar momentáneamente el transmet sobre una repisa y se había colgado el control remoto del cuello con un largo cordón azul.

Ese fue su segundo error.

—¿Quién dijo que vine solo?— le respondió Fynn.

El hombre desvió la mirada por un momento hacia los monitores que mostraban las distintas áreas de la prisión y vio a más extranjeros vestidos igual que Fynn que avanzaban por los pasillos del área de visitas.

Ese fue su tercer error.

Aprovechando la proximidad del hombre y su momentánea distracción, Fynn aun con las manos en la nuca, tomó la daga que tenía escondida bajo su ropa en la espalda, y con la velocidad de un rayo la desenvainó y la clavó en el pecho del hombre. Mientras los ojos del hombre se abrían sorprendidos, Fynn retorció la daga y la sacó de un tirón, observando con frialdad cómo el hombre se desplomaba muerto a sus pies. Su ataque había sido tan rápido, brutal y efectivo que el hombre no había alcanzado siquiera a gritar.




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