La Promesa de Cupido

Epílogo

Seis meses después de haber ganado la Batalla por el Cielo, Amor se encontraba preparada. Tenía algunas misiones personales y muy importantes que llevar a cabo aquella mañana. Una de ellas había sido rechazada por la cámara del concejo, e incluso su padre había intentado negarse pero nadie podría frenarla y tampoco es que a ella le importara. Al fin y al cabo, ella era la nueva Cupido y las decisiones, para bien o para mal, eran tomadas por nadie más que ella.

Esa mañana, apenas el primer rayo de claridad había iluminado la habitación, se había levantado con extremo cuidado del lado de David y había deposito un suave beso en su frente, intentando no despertarlo y dio pequeños saltitos hasta llegar al baño, donde había dejado sus mejores ropas arregladas desde la noche anterior.

No podía evitar los temblores en sus manos, no eran nervios sino emociones combinadas, como alegría y tal vez algo de ansiedad. Había estado esperando ese día por tanto tiempo, pero había valido la pena, después de todas esas semanas guardando reposo un día el especialista había entrado y le había dicho que estaba completamente curada, sin daños externos o internos.

Ese día se había sentido oficialmente lista para lo que había estado esperando desde que la batalla por el Cielo había acabado, sin embargo la llevaron a una ceremonia preparada por su mismísimo —y en vía de recuperación— padre, donde presenció cómo sus amigas eran nombradas parte del cuerpo de defensa de la ciudad, su tío Brandon como la mano derecha de su padre y a Amor le fue otorgado oficialmente el título de Cupido. Después de eso, un montón de responsabilidades cayeron bajo sus hombros y se vio obligada a trabajar junto a los expertos de la cámara del concejo para arreglar todo el daño que Jacinda había hecho. Incluso tenía su propia asistente que se había vuelto parte indispensable de su vida.

Ellos no pudieron ignorar la ayuda extra que habían recibido, lo que se había convertido en un problema constante en la mente de Amor durante aquellos días. Ella quería darles un reconocimiento, algo valioso para que todos pudieran convivir en paz y no se vieran obligados a enfrentar otro final de las eras. Una noche, se le ocurrió cómo podrían acabar con el asunto; los niños humanos nacerían bajo la casa de algún hijo del Zodiaco y compartirían sus características, cada uno tendría derecho a un ángel guardián y luego el amor llegaría a sus vidas por parte de Cupido.

Le había tomado algunas semanas más de lo esperado, pero por fin todos lo habían aprobado, aceptando trabajar en conjunto y vivir una vida mejor. Eso, al menos, resolvería el problema de tener que afrontar una nueva venganza por parte de los hijos del Zodiaco y una posible guerra por el control con los ángeles guardianes. Así aseguraban la paz por algunos cientos de años más.

En medio de toda esa nueva vida, un ángel guardián permaneció constante a su lado, incluso en los momentos donde las responsabilidades eran tantas que pasaban hasta semanas sin verse.

Con el tiempo, nuevas misiones fueron llegando, de lugares como Nueva York, Paris, Bogotá, Buenos Aires, Lima, Shanghái, incluso Londres. Visitó todos aquellos lugares con cuidado de no cometer errores pasados y cuando las misiones eran cumplidas, entonces decidía quedarse al menos dos días más para poder disfrutar un poco de tiempo a solas con su novio.  

No había vuelto a Filadelfia hasta la noche anterior, donde ella y David se habían encontrado en el departamento de Esmeralda Blake y ella le había contado los planes para aquél día, lo que había planeado desde hacía tanto tiempo.

Esperó, ansiosa a que el reloj marcara la hora correspondiente para tomar sus llaves, un poco de dinero y ponerse en marcha. Apenas salió del departamento, el frío de Filadelfia la azotó e hizo que se estremeciera. Ella intentó caminar rápidamente hasta su destino por calles que comenzaban a llenarse de peatones, aún era temprano. Se alegró al notar que la ciudad no había cambiado mucho desde que se había marchado.

Entró en el lugar donde tenía que llevar a cabo su primera misión personal y rápidamente se sintió aliviada por el calor proveniente de la cocina de las Pizzas de Joe. Pasó diez segundos dejando que el calor la invadiera y los recuerdos volvieran a ella cuando sintió unos delgados brazos apretarla y a una rubia dar saltitos mientras se alejaba levemente para contemplarla con sus alegres ojos color jade.

— ¡Amor, te he extrañado!

Amor le dio una sonrisa a Riley y la abrazó fuertemente. El entusiasmo de su amiga se le había contagiado, era bueno saber que ella tampoco hacía cambiado desde que se había ido.

— ¡Espera, te traeré un poco de chocolate caliente, afuera está haciendo un frío violento! —entró a la cocina e instantes después sacó la cabeza— ¿Sabes qué?, mejor toma asiento. Tenemos pocos clientes, acabamos de abrir.




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