La prometida de mi hermano

5

—Dentro de unos minutos podrás ver San Philippe, al este. 
La voz de Rafael la sacó de su ensimismamiento. Había estado mirando por la ventanilla del avión, pero sin concentrarse. Abajo, las ciudades y montañas de Europa. 
—Creo que incluso se puede ver algo del palacio —añadió Rafael unos minutos más tarde. 
—Sí, ya lo veo —su entusiasmo aumentó en el momento en que el avión comenzó a descender y ella pudo divisar en la distancia las altas torres. 
Pronto vería a Adam y podría dejar de pensar en Rafe. 
Unos caballos salpicaban los campos. 
— ¿Va Adam a participar en el juego de polo de la semana que viene o sigue molestándole el hombro? 
Lucia tenía ganas de volver a ver a Adam, pero también le producía cierta ansiedad. Rafael arqueó las cejas. 
— ¿Sabías que se había dañado el hombro? 
Lucia se encogió de hombros. 
—Diez años es mucho tiempo... si se tiene interés por alguien. Se puede investigar mucho. Sé absolutamente todo sobre lo que le pasó. 
— ¿Conoces el significado de la palabra «acoso»? 
Rafael había dicho eso con una aburrida sonrisa, pero ella se lo tomó a mal. 
—Yo no le he acosado, sólo he mirado en algunas páginas web. Y he estudiado la historia de San Philippe porque es parte de mi historia también —y porque posiblemente fuera parte de su futuro— Me gusta estar bien informada. 
—Ya veo. 
¿Cómo había conseguido Rafael que esas dos palabras sonaran a condescendencia? 
—Además, tenemos conocidos comunes. 
—No es necesario que te justifiques. 
—No me estoy justificando, sólo quiero que tengas clara mi postura. 
—Creo que la tengo clara —Rafael volvió la atención al libro que había estado leyendo e intentó ignorarla. 
Pero Lucia no era fácil de ignorar. 
—A mí me parece que no. 
Rafael lanzó un suspiro y pasó una página. 
—No estoy obsesionada con Adam —debía dejarle claro eso a Rafael.

—He salido  
con otros hombres. E incluso una vez creí haberme enamorado. 
Eso atrajo la atención de Rafael, que volvió a mirarla. 
— ¿Y? 
Lucia encogió los hombros.—Fue un fracaso. Aunque no tuvo nada que ver con Adam —añadió ella rápidamente.

—He madurado y me he convertido en una mujer independiente. 
—No me cabe duda de ello. 
No se le ocurrió ninguna contestación rápida ni sarcástica, por lo que decidió adoptar una expresión desdeñosa antes de volver la atención de nuevo a la ventanilla, saboreando unos momentos de ilusión mientras sacaban el tren de aterrizaje del avión. 
Rafael no lo comprendía. Ella sabía lo que hacía y esperaba ser la clase de mujer que atrajera a Adam. Y a su padre. Porque necesitaría que el príncipe Henri la aceptase y quizá también los consejeros de Estado. E incluso los ciudadanos de San Philippe. Eso la puso nerviosa. A pesar de los ánimos que le había dado su madre, no sabía si aguantaría un férreo escrutinio. ¿Y si lo que estaba haciendo era un error colosal? 
No. Debía dejar atrás sus dudas. 
— ¿Hablando sola? 
Lucia volvió la cabeza hacia Rafael, que la estaba observando con una sonrisa en los labios. 
¿Había estado hablando en voz alta? 
—No, claro que no —en contra de su voluntad, la sonrisa de él provocó la suya.  
Le resultaba imposible estar enfadada con Rafael

—Es posible. Se me acaba de ocurrir que podría hacer el ridículo aquí. 
—Deja de preocuparte. 
El avión tocó tierra. Ella miró por la ventanilla y vio una multitud detrás de una zona acordonada. 
— ¿Es normal que haya gente ahí? 
—Siempre hay gente que no tiene nada mejor que hacer y se dedica a pasearse por el aeropuerto a la espera de que aparezca un avión de la realeza. 
— ¿Pero tantos? 
Rafael miró por la ventanilla y ella vio sorpresa en sus ojos. 
—Unas veces más y otras menos —respondió Rafael sin darle importancia al tiempo que volvía a recostarse en el respaldo del asiento. 
— ¡Guau! 
—No le des importancia.  
— ¿Qué quieres decir? 
—Que dejes de preocuparte por lo que la gente pueda pensar o por lo que pueda salir mal. Vas a salir del avión y vas a ver a Adam, eso es lo que importa.  
Tómate las cosas con calma, según se presenten. 
—Claro que voy a tomármelo con calma, pero aunque es fácil decir que controle lo que pienso y los nervios que tengo, no es fácil de hacer. 
—Es tan fácil decirlo como hacerlo. De hecho, lo que piensas es una de las pocas cosas que tendrás que controlar aquí. Y deja de darle vueltas a la cabeza, es una pérdida de energía.—Puede que tengas razón. Pero creo que no comprendes lo que me pasa. 
—Lo único que sé es que tengo razón. 
Rafael se sacó una tarjeta del bolsillo, le dio la vuelta y anotó algo en el reverso antes de dársela. 
Lucia leyó el número de teléfono móvil que él había apuntado en la elegante tarjeta. 
—Puede que no te vea mucho cuando estemos en el palacio. Ése es mi número privado... por si acaso. 
— ¿Por si acaso qué? 
—Por si acaso no sabes qué tenedor utilizar. No lo sé, por si acaso. Sólo tienen mi número un par de personas; así que, si me llamas, contestaré. 
—Gracias. 
Le sorprendió que, contando con el tiempo que habían pasado juntos en Massachusetts, Londres y el avión, había estado más en compañía de Rafael que con Adam. 
—Si te pasas, cambiaré el número. 
Lucia sonrió y guardó silencio. Bajó la mirada y clavó los ojos en sus manos.  
Después de agonizar sobre qué ropa ponerse, había elegido una falda y una chaqueta de corte sastre, aunque quizá debiera haberse puesto un vestido. A lo mejor hacía calor allí. Miró a Rafael, que llevaba una camisa blanca de lino y pantalones de color crema. Estaba fantástico, parecía haber salido de un yate en el Mediterráneo. Se mordió el labio inferior. 
Rafael suspiró. 
— ¿Qué es lo que te preocupa ahora? 
Lucia no había notado que la hubiera estado observando. Tragó saliva. 
— ¿Sería abusar que te llamara para hacerle una pregunta tonta? 
— ¿Una pregunta tonta como qué? 
—Como... ¿estoy bien así vestida?  
Rafael pascó la mirada por ella.  
—Estás bien. 
— ¿Qué hay de malo en lo que llevo puesto? 
—He dicho que vas bien. 
—Lo sé. ¿Pero qué hay de malo? 
Rafael sacudió la cabeza, 
—Nada. A Adam le encantará. Estás muy... aristocrática. Tu ropa es muy apropiada. Las perlas le dan el toque perfecto. 
—Pero a ti no te gusta, ¿verdad? 
Rafael encogió un hombro. 
—Soy más superficial que Adam, el estilo aristocrático no me va. Prefiero los vestidos negros, cortos y atrevidos. 
Lucia sonrió. 
—Espero que algún día encuentres a una vagabunda que te haga feliz.



#7442 en Joven Adulto

En el texto hay: amor traición engaño

Editado: 30.08.2020

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