Se habían quedado los tres solos y en la mesa al aire libre había demasiada comida. La brisa olía a rosas. Adam estaba con el teléfono pegado al oído y, aunque ella trataba de no prestarle atención, no pudo evitar oírle tratando de tranquilizar a la persona con la que estaba hablando.
El día anterior habían pasado una tarde agradable. Ella estaba acostumbrándose a la idea de su compromiso y se sentía cómoda con Adam. Hablaban con naturalidad de varios temas: Shakespeare, jardinería, obras de caridad y el trabajo de él en el gobierno. En los momentos de silencio no había tensión, pero tampoco excitación como cuando estaba con...
Lanzó una mirada a Rafael, la otra persona sentada a la mesa. Rafael había llegado con retraso a almorzar acompañado de un perro grisáceo del tamaño de un caballo que estaba sentado a sus pies y seguía todos sus movimientos con los ojos.
— ¿El perro es tuyo?
—Pasé de ranas a perros.
Lu recibió el impacto de su sonrisa y volvió a sentir la inevitable oleada de calor.
— ¿Cómo se llama?
—Duque.
— ¿De qué raza es?
—Galgo lobero irlandés.
Volvieron a quedarse en silencio. Rafael alzó una copa a modo de brindis por ella, pero su gesto rayaba la insolencia.
—Te pido disculpas, Lucia—dijo Adam al desconectar el teléfono—Sólo una media docena de personas tienen mi número personal y sólo me llaman si se trata de algo importante.
Adam no le había dado su número, al contrario que... Prefirió no pensar en ello.
—No te preocupes, lo comprendo. Debes de estar siempre muy ocupado.
—Sí, así es —Adam le cubrió una mano con la suya— pero no tanto como para impedirme disfrutar de la compañía de una mujer hermosa.
¿Se había referido a ella? Lo había dicho de buena fe, pero no se daba cuenta de lo vacías y formales que sonaban sus palabras.
Adam se volvió a su hermano, que parecía víctima de un ataque de tos, y le dio unas palmadas en la espalda. Pero no vio el malicioso brillo de humor en los ojos de Rafael.
Lu miró a Adam.
— ¿Vas a poder dar un paseo a caballo por los campos del palacio como habíamos quedado?
—Naturalmente. Pero antes tengo que hacer unas llamadas telefónicas. Nos reuniremos dentro de una hora.Pasar tiempo juntos haciendo algo que a los dos les gustaba era bueno.
—Y esta noche vamos a cenar... los dos solos —Adam sonrió con sinceridad, pero sus ojos no tenían el mismo calor que los castaños de Rafael ni tampoco su cinismo ni su misterio. De todos modos, eran unos ojos agradables.
El teléfono de Adam volvió a sonar y él la miró.
—Siento mucho esto, Lucia.
—Por favor, no te preocupes. Iré a cambiarme.
Lu se levantó mientras Adam contestaba la llamada. Los dos hombres se pusieron en pie cortésmente.
Rafael observó a su hermano y, cuando éste colgó después de la tercera llamada, lo miró fijamente.
—No —dijo Rafael antes de que Adam abriera la boca.
Pero eso no fue impedimento para su hermano.
—Por favor, Rafael, acompaña en mi lugar a Lucia a dar un paseo a caballo. Por favor.
—Acompáñala tú.
—No puedo. Ya me has oído por teléfono.
—Lu podría dar una vuelta por el laberinto —una actividad agradable, se podía hacer en solitario y llevaba mucho tiempo.
—Ya ha estado allí.
—En ese caso, que la acompañe Rebecca a montar a caballo. Se llevan bien. Lo pasarán bien las dos.
—Rebecca ha quedado con la madre de Lu para pasar un rato juntas. Papá está en París. Tú eres el único que está libre. Sólo será un par de horas.
—Ha venido aquí para conocerte a ti, no a mí.
—Ayer pasamos bastante tiempo juntos. Fuimos al museo. Le interesa la Historia; sobre lodo, la de San Philippe —dijo Adam a la defensiva.
— ¿Estás seguro de que lo pasó bien? Es educada, incluso consiguió aparentar interés la otra noche cuando Humphrey le soltó un rollo de muerte.
— ¿En serio la estuvo aburriendo?
—Sí, en serio. Y lo sabrías si hubieras prestado algo más de atención.
—Algunos tenemos muchas otras cosas a las que prestar atención.
Rafael dejó pasar las implicaciones de las palabras de su hermano.
—Por eso deberías hacer tiempo para ir a montar a caballo con ella.
—Bien, de acuerdo. En ese caso, ve tú por mí a presidir la conferencia sobre el Jardín Global. Tendrás que leer antes unos informes. Martin podrá ayudarte también. No te llevará más de una o dos horas. La reunión en sí durará otras dos horas, lo único que tienes que hacer es ser diplomático con todos.
—Está bien, tú ganas. Creo que le daré para montar la yegua de Rebecca.
Adam sonrió, era una sonrisa sospechosamente parecida a la de su padre.
— ¿No te parece que Spectar podría ser algo nerviosa para ella?
—Lucia monta bien. Spectar es perfecta para ella. Pero... ¿estás seguro de que puedes fiarte de mí? Lucia es una mujer muy hermosa.
Adam se echó a reír.
—Ninguno de los dos ha roto nunca el pacto que hicimos, no vas a empezar ahora.
Años atrás, borrachos, habían acordado que ninguno de los dos saldría con una mujer con la que el otro hubiera salido antes. Habían cumplido el pacto... hasta el momento.
—Además, Lucia es demasiado seria e intelectual para que tú te intereses por ella —añadió Adam.
Era como si estuvieran hablando de mujeres distintas. Rafael había visto su lado serio e intelectual, pero también sabía que era una mujer divertida e impulsiva, algo que ella le había ocultado a Adam porque pensaba que no era apropiado.
—Además, es demasiado joven para ti —anunció Adam en tono triunfal.
Rafael se limitó a mirar a su hermano mayor.
—Por favor, no me mires así. Sé que sois más iguales en edad; pero, al contrario que a ti, a mí me gustan las mujeres más jóvenes.
—Tienes razón —al menos en teoría—Pero Lu me gusta, Adam. Y ella realmente quiere que vuestra relación funcione.
—Y yo.
—En ese caso, pasa más tiempo con ella.
—Tan pronto como me sea posible. Si papá no se hubiera precipitado de esta manera, yo lo habría organizado adecuadamente.
Rafael miró a su hermano con incomprensión. ¿Organizado adecuadamente? De organizar adecuadamente una relación se perdería la oportunidad de verla bailando con los ojos cerrados, de verla a la luz de la luna bajo un roble, de verla sudar sobre una cinta de gimnasio...
Volvió a mirar a Adam con detenimiento y se dio cuenta de que su hermano estaba pensando en solucionar problemas diplomáticos.
—Te portarás bien con ella, ¿verdad?
Adam agrandó los ojos.
—Viniendo de ti, es un atrevimiento; pero sí, lo haré. He organizado una cena esta noche. Una cena especial, con velas y música suave. Le pediré la mano formalmente y le daré el anillo de compromiso que he encargado.
Rafael sintió algo sospechosamente parecido a los celos. Nunca había sentido algo así.
—Y esta noche no me dormiré durante el trayecto de vuelta a casa —añadió Adam.
Rafael se recostó en el respaldo del asiento.
— ¿Qué? ¿Quieres decir que la otra noche...?