Entre las risas y las charlas de los invitados al bautizo, Rafael tomó al bebe en sus brazos con desgana. Era el feliz padrino, Mark y Karen eran buenos amigos, pero no comprendía por qué la gente siempre esperaba que quisiera tener a sus hijos en los brazos. Aunque quizá los padrinos quisieran hacerlo. Lu tendría
una opinión formada al respecto. Lu, a quien sí quería tener en los brazos, pero no podía hacerlo porque ella se marchaba al día siguiente para retomar su vida.
Era lo mejor.
Habían disfrutado el día anterior, sin duda una equivocación a juzgar por la reacción de los medios de comunicación. Pero una equivocación de la que no se arrepentía. Le habría gustado que durase siempre.
Miró al niño que tenía en los brazos. En ese momento, alguien llamó a Karen y esta se alejó, y él tuvo que contenerse para no gritarle que volviera.
—Si lloras ahora tu madre volverá por ti —le dijo Rafael al bebé, de cuyo nombre ya se había olvidado.
Las conversaciones continuaron a su alrededor mientras el bebe lo miraba.
—Tú tienes la culpa de que no esté en Viena ahora —le dijo al niño, y el niño sonrió—O quizá en Argentina. Aunque, en realidad, también me he quedado por ella, pero no se lo digas a nadie.
Oyó la burbujeante y sensual risa de Lu y, al volver la cabeza, la vio con Adam y con Karen. Iba con un vestido rojo de seda con tirantes que le sentaba muy bien... y a él lo excitaba. Por fin había dejado de ocultar su alegría y vivacidad con esa ropa elegante; ahora que ya no iba a casarse con su hermano
no tenía sentido. Se iba a marchar.
Lu lo sorprendió mirándola y agrandó los ojos al ver al niño en sus brazos.
«Sí, Lu», pensó él. «Sé tener a un niño en mis brazos, lo que pasa es que no lo hago voluntariamente". Y Lu era la clase de mujer que querría tener niños y que sería una madre maravillosa. Por eso la dejaba marchar.
Buscó a Karen con la mirada, cansado de hacer de padrino y deseoso de devolver al bebé... e irse.
—Bueno, chico, ¿dónde está tu madre?
Pero ahora, para su sorpresa, el niño había cerrado los ojos y se había dormido.
Sintió algo extraño y apretó al bebé ligeramente contra su cuerpo.
—Te has metido en un lío —oyó que decía una suave voz a su lado.
— ¿Por? —le preguntó a Lu, deseando devolver al niño para rodear a la mujer con sus brazos.
Sí, claro que se había metido en un lío.
—Tengo entendido que tienes por costumbre no dormir nunca con una mujer, supongo que tampoco quieres que nadie se duerma en tus brazos —dijo ella con voz queda.
—Siempre hay una primera vez para todo.
Lu acarició suavemente la mejilla del bebe.
— ¿Quieres tener hijos? —preguntó Rafael, aunque sabía la respuesta.
—Algún día. Todo el mundo quiere tener hijos —ella sonrió.
—No todo el mundo.
— ¿Cómo lo del Everest?
—Exactamente.
—Pero tú no quieres tener hijos, ¿verdad? —preguntó ella mirándolo fijamente.
—Es algo en lo que no he pensado nunca —tuvo miedo de mirarla, podría llegar incluso a querer tener hijos
—¿Quieres tenerlo tú en los brazos?
Si Lu tomaba al bebe, dejaría de mirarlo. Y verla con un bebe en los brazos le impediría pensar en cosas en las que no debía pensar. No era posible que quisiera hacerle el amor a una mujer con un niño en los brazos, no estaría bien.
—Sí—contestó ella.
Rafael le pasó al bebé.
—No te gustan los niños, ¿verdad? —le preguntó Lu sin mirarlo mientras estrechaba al bebé contra su cuerpo.
—No —respondió él, sintiendo un extraño vacío al dejar al bebé que se había quedado dormido en sus brazos.
—Serás un buen padre una vez que te permitas amar —declaró ella— No tienes por qué tener miedo.
Naturalmente que sí.
No podía soportar seguir allí. Ver su esperanza y optimismo era una tortura.
Cuando Karen se aproximó, Rafael aprovechó para agarrar una copa de champán de la bandeja que un camarero estaba pasando. Vio a unos amigos que aún quedaban solteros y se acercó a ellos para charlar de polo o de algo igualmente
inocuo, algo igualmente superficial.
Lu apoyó las manos en la áspera piedra del dintel de la estrecha y alargada ventana. Aquella habitación se encontraba en lo alto de la torre sur del castillo.
Rafael la había mencionado en una ocasión, resaltando sus vistas y su aislamiento. Después de recorrer innumerables pasillos y subir interminables escaleras curvas de piedra, por fin se daba cuenta de por qué casi nadie iba allí.
Pero las vistas merecían la pena. El cielo estaba despejado, a pesar de que debía estar tan gris como su ánimo.
La estancia era como la había imaginado, un contraste de texturas y siglos con sofás de cuero hechos a medida para seguir los contornos curvos de las paredes y una alfombra en el centro del reducido espacio.
Había huido del bautizo y de la risa de Rafael charlando con sus amigos para refugiarse allí.
No sabía cuánto tiempo llevaba asomada a la ventana intentando no pensar en nada cuando, de repente, la pesada puerta se abrió a sus espaldas.Lu volvió la cabeza cuando el hombre en el que trataba de no pensar entró en la estancia. Rafael se detuvo; claramente no había esperado encontrarla allí.
— ¿Ha terminado la fiesta? —preguntó ella.
—Todavía sigue — Rafael esbozó una media sonrisa—Me he escapado. Me apetecía venir aquí un rato.
Lu se apartó un paso de la ventana.
—Quédate. Yo ya me iba.
Pero cuando Rafael se le acercó ella se sintió incapaz de moverse.
—Esto es precioso.
—Sí—dijo Rafael mirándola fijamente.
Rafael se detuvo delante de ella y le acarició la mejilla con un dedo pulgar. ¿Había notado el rastro de las lágrimas?
—Me marcho —dijo ella, consciente de que nunca volvería a San Philippe.
La idea de no volver a ver a Rafe le resultaba casi insoportable.
—Lo sé.
Rafael bajó la cabeza y le dio un beso absolutamente tierno en la mejilla. Entonces la estrechó en sus brazos y ella absorbió la sensación de tener el cuerpo pegado al de él al tiempo que la imprimía en su mente.
Lu ladeó la cabeza para mirarlo, para examinar su rostro. Él hizo lo mismo y después volvió a besarla, suave y dulcemente.
Pero lo que había empezado suavemente se transformó en algo apasionado y lleno de deseo. Respirando trabajosamente. Rafe levantó la cabeza.
—No deberíamos. Yo no debería.
Lu tiró de él.
—No deberíamos, pero... En fin, voy a irme. ¿A quién podemos hacer daño ahora?
—Puede hacerte daño. Te mereces algo mejor. Te mereces a alguien que te cuide. Y si no puedes protegerte a ti misma de mí, tendré que hacerlo yo por ti.
—Me merezco esto. Después de lo que me has hecho pasar, me merezco esto.
Rafael comenzó a apartarse de ella.
Lu se soltó el lazo de seda del pecho del vestido y éste se abrió.
—No te vayas —dijo ella.
—Es un golpe bajo, Lu —dijo Rafael inmóvil—Ahora ya me resultaría imposible.
Rafael volvió a acercársele.
— ¿Te había dicho que el rojo es mi color preferido? —Rafael la miró a los ojos mientras le deslizaba el vestido por los hombros antes de dejarlo caer a sus pies— ¿Te das cuenta de lo que me estás haciendo?
—Espero que sea algo parecido a lo que me haces tú a mí.
Tembló cuando él la acarició lentamente antes de desabrocharle el sujetador y quitárselo. Y jadeó cuando Rafael se agachó delante de ella y la besó en el centro de su cuerpo antes de bajarle las bragas.Otro beso y otro jadeo. Siguió besándola en línea ascendente hasta el vientre, entre los pechos, el cuello...
Con los ojos clavados en él le desabrochó los botones. Rafe se quitó la camisa, los pantalones y los calzoncillos. Ninguna barrera.
De momento.
Él. Ella. Nada más.
Le acarició el cabello, pasó los dedos por las hebras bañadas por el sol, le acarició los hombros y los brazos hasta que sus manos se encontraron.
Sosteniéndole la mirada, Rafael le levantó las manos, se las llevó a los labios y las besó.
Y entonces le besó los labios con una ternura exquisita.
Lu se movió. Cerró la distancia que los separaba hasta apretar los senos contra su pecho y el vientre contra su erección.
Rafael la estrechó contra sí, duramente, profundizando el beso al mismo tiempo, saboreándose mutuamente.
Besándose, llegaron al centro de la habitación y se arrodillaron en la alfombra.
Lu le empujó hasta tumbarle y él tiró de ella consigo. Lu se colocó encima de él a horcajadas y le introdujo en su cuerpo, deleitándose en la sensación de tenerle bajo su cuerpo, en su cuerpo.
Él era suyo.
De momento.
Rafael levantó los brazos y le acarició los pechos. Tiró de ella hacia delante para capturar un pezón con la boca. Le agarró las caderas para introducirse más profundamente, más duramente.
Lu cabalgó sus embestiduras y él la condujo a un lugar de luces y sombras.
Jadeando y gimiendo, Lu abrió los ojos y los clavó en los de él, todo belleza y pasión. Y juntos gritaron.
Lu cayó sobre él, sus cabellos cubriéndole el rostro, su cuerpo palpitando al mismo ritmo que el suyo.
Y Rafael la abrazó con fuerza.
En la oscuridad, Lu se aferró a la mano de Rafael mientras recorrían las suavemente iluminadas dependencias del castillo. Habían hecho el amor una y otra vez en la habitación de la torre. Habían dormido. Y ahora, ya muy adentrada la noche, volvían a sus aposentos.
Rafael se detuvo delante de una puerta, la abrió y le indicó que entrara. La habitación, iluminada sólo por la luz de la luna, era un dormitorio. El dormitorio de Rafael.
Sin soltarle la mano, Rafael la condujo a la enorme cama.
—Deberíamos dormir.
—Sí.