La prueba

4: Dispara o muere

Año 2075.

Chillé, cuando escuché que el guardia le propinó otro golpe a Chad.

—¡Déjenlo! —grité, tratando de soltarme de las manos de otro guardia que me sostenía con fuerza descomunal.

Otro golpe se hizo presente. Y solo vi a Chad caer al suelo, con el rostro ensangrentado.

Era la segunda vez en el mes que lo golpeaban; Chad cada vez era más necio y retaba a los guardias cuando no quería hacer algo.

Cuando el guardia me soltó, ambos salieron de nuestra celda, riendo. Me arrastré hasta donde estaba el cuerpo de Chad.

—Chad —le hablé, moviendo lentamente su cuerpo.

Hizo un sonido de dolor, abriendo los ojos lentamente.

—Dios, Chad —hablé, temblando mientras lo ayudaba a ponerse de pie—, ya no quedan más cosas para curarte.

Lo senté en el suelo, mirando su rostro lleno de sangre, tratando de limpiar un poco con mis ropas.

—¿Crees que cambiaran de idea cada que te pongas de necio? —inquirí, molesta.

—No te molestes conmigo —susurró, pasando sus propias mangas por la sangre de su rostro—, solo deben dejar de matarnos.

Había un nuevo embarazo abajo, algunos ya tenían trece años, y nuestro organismo comenzaba a cambiar, nuestro cuerpo también. Mamá me había hablado de la menstruación y el deseo sexual. En los hombres se daba más jóvenes.

Estaba prohibido ser un segundo, y todavía era peor ser un segundo embarazado. Asesinaban a las chicas, y los chicos causantes del producto.

Mi padre me dijo que, si Chad quisiese propasarse, debía pegarle, pegarle muy fuerte. Pero no, Chad jamás me había intentado tocar indebidamente.

Mojé una camiseta en el pequeño cuarto de baño, y comencé limpiando sus heridas.

Chilló.

—No es tu asunto, Chad, un día te matarán —manifesté, apretando la garganta con fuerza.

Chad se quedó en silencio, no era un tonto, era obvio que él no cambiaría nada oponiéndose a ellos, ni siquiera gritándoles palabrotas. Lo único que ganaba eran golpizas.

—Estamos a pocas semanas de la segunda prueba, y todavía no sabemos que será —informé, rozando más despacio sus heridas—, no te restes puntos.

Echó un bufido, volteando el rostro.

—Yo no tengo familia allá afuera, Mery —mofó, quitando la camiseta de mis manos para limpiarse el mismo—. Si muero, a nadie le importará.

Se me aguaron los ojos.

—A mí sí —golpeé su hombro con fuerza, poniéndome de pie para irme a la cama.

Chad se puso de pie de prisa, yendo a donde yo estaba, para intentar abrazarme.

—Me refiero de afuera —modificó, tratando de tomarme en sus brazos, pero me jaloneé para que no me tocase.

—Prometiste no separarte de mí —refunfuñé, cruzándome de brazos, sintiendo las lágrimas en mis mejillas.

—No llores, solo digo tonterías porque estoy enojado —me abrazó por encima de mis brazos cruzados, secando mis lágrimas con sus manos.

La alarma de la hora de ducha sonó, me puse de pie de inmediato.

Chad me dio la espalda cuando comencé a quitarme la ropa, aún no descifraba la incomodidad que ahora le daba verme sin ropa, como evitarme mirarme, y que yo lo mirase a él.

O sea, veíamos a todos los demás.

Los guardias nos jalaron con fuerza, y la multitud de adolecentes caminamos dentro del cuarto de baño. El proceso era el mismo, jabón y agua helada.

La menstruación no me había llegado aún, pero estaba preparada para ello.

Cuando llegamos a la celda, Chad no se volteó hasta que yo estaba vestida.

—No sé por qué te incomoda tanto verme, después de años viéndome —hablé, metiéndome a la cama.

—Yo tampoco lo sé —respondió.

...

En la hora de comida todos hablaban del nombre de la prueba.

—Dispara o muere —escuché a los chicos de mi lado.

—Suena muy tonta —aclaró Chad, comiendo su pudin de verduras.

Mi cabeza se llenó de miles de escenarios, disparar, morir, ninguno de nosotros había agarrado un arma en estos casi trece años.

—Los de enero ya tienen trece años —una chica a mi lado hablaba—, se supone que la prueba es a los doce.

—Sí, pero deben esperar a los de diciembre —me metí, y todos me miraron—, Eso significa que la prueba está a días.

Convertí la mesa en un sinfín de pláticas de pánico.

La primera prueba siempre era la misma, la segunda cambiaba todos los años, la tercera nadie sabía, y la última constantemente era igual.

Mi mamá todavía no quería hablarme de la última prueba.

Miré a Chad, que disfrutaba su comida ignorando a todos en la mesa. Acomodé su cabello rizado, ya le cubría la frente.

Sus pecas seguían siendo bastantes, y el hoyuelo en su mejilla todavía no desaparecía.

—¿Sabías que tus ojos son verdes? —me preguntó—, muy oscuros, solo se notan en la luz.

—No lo sabía —admití, sonriéndole.

...

Los guardias nos habían alertado desde que amaneció. La prueba era hoy, y los estilistas, como les decían, vendrían en cualquier momento.

—Todavía no entiendo porque debemos ponernos guapos para una prueba —bufó Chad, haciendo una mueca de desagrado.

Estaba parada, tomando los barrotes de la celda, tratando de mirar si los estilistas estaban cerca.

—¿Qué te preocupa? —preguntó desde la cama—, pasaremos la prueba sin problema.

Giré los ojos.

—Que engreído eres —soplé, volviendo mi mirada al pasillo.

Las personas fueron entrando, y pude apreciarlas acercarse, me quité de prisa de los barrotes, sentándome a un lado de Chad.

Los estilistas nos miraron fijamente cuando el guardia les abrió la reja.

—Tienen media hora —aseguró el guardia, saliendo para dejarnos solos.

Ambos hombres nos miraron con lentitud, inspeccionando nuestros rostros.

—¿Qué le pasó a este? —inquirió uno, y me sorprendí, no sabía que hablaban.

Chad todavía tenía las marcas de los golpes del otro día.




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