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Cubrí lo que quedaba de mi cabello con un pedazo de tela que había cortado con las mismas tijeras. Me deshice del cabello y mi plan era mantener mi cabeza oculta todo el tiempo que se me permitiese.
Estábamos entrando a diciembre y faltaba tan poco para la última prueba que sentía que esto era todo.
Estaba hambrienta, pero no quería salir de cama nunca. Las lágrimas habían cesado por ahora, y sentí que el sueño me venció muy de pronto.
...
Cuando desperté todos estaban mirando lo que sus padres les habían dejado en las bolsas que traían; instintivamente me toqué la cabeza y me percaté que el trozo de tela estuviese muy bien puesto.
Chad no estaba, y no me extrañaba para nada. Tomé las revistas y las arrojé a su casa, volviendo a recostarme en la mía.
—¿No has ido a comer? —inquirió Yami, que se acercó a mí.
Se me quedó mirando como si ya supiese lo que había hecho con mi cabello; tomó mi mano, dándome aliento.
—Debes ayudarme a hacerlo —susurró, y supe a qué se refería, quizá sus padres le dieron el mismo consejo.
Confirmé, moviendo un poco la cabeza.
Pero la angustia se volvía a instalar en mí, cuál era la razón por la cual cortar nuestro cabello.
—¿A ti te dijeron de que trataba? —Le pregunté, pero negó.
—Nada con exactitud —miró a Rick de reojo—, pero creo a él le dijeron algo.
Lo miré unos segundos y se notaba preocupado; incluso más que yo.
—Rick —lo llamé, y me miró.
—No sé si decírselos, o si sea cierto —habló, caminando a nosotras. De inmediato Devon se interesó y se unió—, mi madre mencionó indirectamente que debemos matarnos.
Fruncí el ceño.
—¿Qué? —examiné.
—Eso fue lo que deduje, Mery, te dije que no sabía si era cierto —se encogió en hombros.
Todos compartimos miradas, sin decir nada; esto cada vez se ponía más y más extraño.
Chad entró, mirándonos con rareza cuando nos vio tan juntos.
—¿Reunión? —preguntó, levantando una ceja.
Bufé sin querer, y me acomodé en mi cama.
—Díselo Ricky —le pidió Yami, y Chad levantó una ceja, mirando al chico a su lado.
—No sé si sea cierto, repito —mencionó, mirándome—, pero mis padres han mencionado algo confuso sobre la última prueba.
Chad pareció interesado, y se sentó en mi cama; mirando de frente a Rick.
—Tenemos que matarnos entre nosotros —soltó, y Chad hizo la misma expresión que yo hace unos minutos.
—¿Qué? —preguntó—, ¿por qué querrían eso?
—Eso explica el entrenamiento —habló Devon—, y pedirnos cortarnos el cabello.
Chad me miró de pronto al escuchar eso, y me encogí en mis hombros, fingiendo no sentir su mirada, pero seguro él ya lo había notado.
—¿Cómo demonios mataremos a noventa chicos? —inquirió Chad, volviendo la mirada a todos—, chicos con los que hemos convivido siempre.
Sentí un nudo en la garganta.
—Quizá si nos negamos a matarnos... —habló Devon, pero Yami lo interrumpió.
—Alguien atacará, y de ese punto, todos verán que es posible...
El silencio reinó de nuevo. Solo pensaba que fuese una broma, o que Rick haya entendido mal lo que sus padres le habían dicho.
...
A la hora de la cena me dispuse a salir. Mi estómago rugía con fuerza del hambre que tenía.
Chad se me atravesó en el camino, obstruyendo mi paso. Y aunque quería esquivarlo y seguir, él ya me estaba tomando de la muñeca.
—Mery, quiero hablarte —susurró, mirándome a los ojos.
—Yo no —bufé, soltando su agarre con fuerza.
—Vamos, ya te he dicho que no pasó nada.
—Chad, ya te dije que eso no me va, ni me viene.
Sonrió, marcando su hoyuelo; y me molesto todavía más.
—Sé que estás enojada por eso, Mery, no es como si no te conociera de toda la vida —uso sarcasmo, y giré los ojos.
Caminé lejos, pero volvió sostener mi mano.
—Mery —habló, con delicadeza.
—¿¡Qué!? —grité un poco, sintiéndome exasperada.
Sus manos viajaron a mi cabeza; y cuando sentí que comenzó a deslizar el trozo de tela. Mi corazón palpitó de prisa, cerré los ojos con fuerza cuando la tela cayó al suelo.
Y cuando los abrí de nuevo, me encontré con una mirada diferente en su rostro. No de vergüenza, o desagrado como lo había imaginado.
Su mano acarició lo poco que quedaba de mi cabello.
—Mery —susurró mi nombre, pero como una súplica.
Levanté mi mirada, para poder ver sus ojos esperando a que me diga lo que ahora mismo sus ojos me estaban gritando, y yo anhelaba escucharlo.
Y aunque estuviésemos en medio del camino al comedor, mis sentidos no podían prestar atención a nada que no fuese él.
—Nunca pienses que eres fea, Mery —musitó, todavía acariciando mi cabello—, no importa lo que digan los demás. Mi único concepto de belleza eres tú, fuiste la primera persona que vi, y la única que quisiera ver por siempre.
—Chad... —colocó un dedo en mis labios.
—Estoy enamorado de ti, Mery, desde siempre.
Mi cabeza no conectaba con mi razón, estaba anonadada, y quería llorar de pura felicidad. Por un momento me quise dar un gran pellizco, pero entonces Chad se quedó ahí, esperando quizá una respuesta.
—¿Por qué nunca me lo habías dicho? —pregunté cuando mi cerebro conectó de nuevo.
—No sabía si sentías lo mismo, y no quería arruinarlo —sonrió, acariciando mi mejilla—, pero aquella noche, cuando estabas ebria, supe que también sentías lo mismo, pero no sabía cómo decírtelo.
La vergüenza invadió mi cuerpo, y peor aún que todavía no recordaba nada de esa noche.
—Yo también creía que no sentías lo mismo —me sinceré—, siempre estabas con otras chicas, y a veces actuabas tan raro.
Soltó una carcajada.
—Es que no sabía cómo manejarlo —suspiró—, pero estoy dispuesto a hacerlo.
Sentí un nudo comprimiendo mi pecho.
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Editado: 02.12.2021