La pantalla parpadeó un instante, indicando que había llegado un mensaje nuevo. Andrea Linares frunció el ceño y se preguntó quién podía ser en aquellas fechas. «¿Una felicitación de Yule? No creo»; pensó con ironía, al menos, no si la bandeja de entrada era la del dispositivo de rastreo y no la de su teléfono mágico personal.
Con desgana, dejó de nuevo la capa sobre el respaldo de la silla y golpeó suavemente el holograma con la punta del dedo índice de la mano izquierda. Al instante, una cabeza morena de cabello corto pero femenino, apareció sobre la superficie y recitó su mensaje.
«Hola, Andie. Soy Anya. Los susurros de la selva continúan flotando sobre los mandriles. Pronto se abrirá el claro. Que los Dioses te protejan».
El mensaje terminó, y la Hija de Mercurio gruñó con irritación mientras se guardaba el dispositivo en un bolsillo. Los informes en clave de Anya nunca habían sido muy precisos, pero últimamente parecía que los había mirado un tuerto.
Cada zona geográfica de la Tierra constaba, para los diferentes grupos de espionaje de Hijos de Mercurio distribuidos a lo largo y ancho del mundo, con un nombre en clave correspondiente a una especie de simio o pro-simio; ya que el animal totémico de la Casa era el mono, así resultaba más sencillo. Y cada equipo, por lo general, contaba con unas claves indescifrables para el resto. Aunque si se trataba de investigar a otros grupos de Mercurio, la cosa se complicaba. Y aquello era exactamente lo que a Andie le preocupaba en ese momento.
El sonido de una puerta abriéndose despacio a sus espaldas desvió sus pensamientos como un acto reflejo hacia su inesperada visita, pero se relajó en cuanto adivinó quién era.
-No traes buena cara -opinó sin volverse.
Layla Morales, por su parte, hizo caso omiso del comentario y se apoyó en el borde de la mesa de búsqueda, una enorme estructura metálica plagada de pantallas holográficas e iconos a cada cual más diverso. En el centro de la misma se desplegaba un mapamundi de casi tres por dos metros, sobre el cual aún parpadeaban algunos puntos: las «zonas calientes» del planeta sobre las que la Escuela tenía especial interés por algún motivo. Pero Layla prefería interesarse por esos temas en las reuniones del Consejo; ahora tenía algo más importante que comentar con su compañera.
-Tú tampoco la traerías si hubieras visto lo mismo que yo -murmuró con la mirada perdida en el fondo de la sala.
Andie volvió la cabeza de inmediato e intentó captar su mirada sin éxito. Resoplando, se dio por vencida.
-¿Ruth? -intuyó.
No le gustaba entrar en la mente de sus compañeras de Consejo, pero a veces, era un hábito que no podía reprimir. Suerte que Layla lo conocía y sabía esquivarlo. Sin embargo, Andie había dado en la diana sin esfuerzo; a un Hijo de Mercurio no le solía hacer falta ver para oír... aunque la información no fuese tan completa en el segundo caso.
-¿Qué ha pasado? -presionó un poco más.
Layla meneó la cabeza, insegura.
-Ruth es de tu Casa. En eso estamos de acuerdo, ¿verdad? -Andie hizo un vago asentimiento, animándola a proseguir. Su compañera inspiró profundamente-. Bueno, pues explícame cómo consigue hacer conjuros de otras Casas sin despeinarse.
-¿La tuya en concreto? -preguntó Andie con cierta sorna.
-Sí -repuso Layla con enfado-. Y no tiene ninguna gracia.
La otra bruja suspiró y desvió la mirada.
-No, tienes razón, no la tiene -admitió-. Pero todos sabemos de quién es hija...
-Andie, dejó de tener esos poderes hace mucho tiempo... -adujo Layla-. Y hasta ahora no me había preocupado porque... Bueno, nunca se había salido del molde -la bruja tragó saliva y concluyó en un susurro ligeramente asustado-. No sé si me explico...
-Lo sé, Lay -repuso la otra mujer con calma-. Pero reitero que, siendo quienes son sus padres, ya sabíamos que sus poderes no iban a ser... Exactamente los esperados.
Layla arqueó una ceja escéptica.
-No hay teoría que respalde eso -alegó con cierta frialdad.
La Hija de Mercurio se volvió hacia ella.
-Quizá aún no -contestó sin pestañear-. Pero tampoco se han dado muchos casos hasta ahora como el que se nos plantea... ¿No crees?
La bruja de Urano supo que Andie había dado totalmente en el blanco, y se desinfló. No tenía argumentos para rebatírselo, pero eso no hacía que disminuyera su preocupación. Su compañera volvió a fijar la vista en el mapa que tenía delante; trataba de disimular, pero una mueca pensativa contraía su rostro, al igual que el de Layla.
-¿Y qué hacemos? -preguntó esta, al cabo de unos minutos.
Andie la miró entonces a los ojos y la Hija de Urano no se resistió, sabiendo lo que su compañera pretendía. Tras observar sus recuerdos durante unos minutos -más brillantes y coloridos de lo normal debido a las intensas emociones que llevaban asociadas por parte de su portadora-, la maestra Linares apartó la vista, parpadeó un par de veces para readaptar sus ojos a la penumbra de la sala y se quedó unos instantes mirando al vacío con expresión dubitativa. Layla cambiaba el peso nerviosamente de un pie a otro, pero dio un respingo cuando su compañera volvió a hablar.