Cora tenía la vista clavada en el televisor como si no diese crédito a lo que veía. Las imágenes que mostraba el reportaje, parcialmente ocultas detrás de una periodista de pelo corto, crespo y teñido de rojo oscuro, no dejaban lugar a dudas sobre el origen paranormal del suceso. Su mente volvió a sentir el mismo terror que la había invadido la noche anterior al ver el establo en llamas... al escuchar gritar a su hija.
En ese instante, Ray se situó tras ella y le abrazó los hombros, tratando en vano de consolarla. Cora agradecía el gesto, pero de repente, era como si no fuese capaz de mover un solo músculo. Sus ojos no podían desviarse de la espalda de una de las personas que aparecían en el vídeo. La suya propia. En el momento en que Marco y ella conseguían sofocar el incendio y rescatar a Irene y Ruth.
Irónicamente, la reportera que comentaba las imágenes, proyectadas tras su espalda, se parecía a ella cuando era más joven. Casi, casi... cuando todo aquello comenzó. La mujer no pudo contener una lágrima indiscreta que rodó por su mejilla hasta sus labios apretados. ¿En qué se habían equivocado? ¿Habían obrado mal? De inmediato notó la tensión de Ray a su espalda, debida a su delicada percepción de las emociones de los demás, pero esta cambió en un instante cuando otros brazos, frescos y musculosos, lo sustituyeron con suavidad. Cora no quería llorar, se negaba a mostrar debilidad, pero aquello era más de lo que podía soportar. Al menos, después de lo sucedido la noche anterior.
De reojo, envuelta todavía en el abrazo protector de Marco, vio cómo Irene la observaba con cara rara. En su gesto se mezclaba el horror por lo que estaba viendo en la televisión; la preocupación por el estado de su madre, a la que nunca había visto así; y un claro recelo provocado por la revelación que había recibido la noche anterior.
La muchacha se quedó parada junto a sus progenitores, sin saber muy bien qué hacer, hasta que la puerta se abrió de nuevo a su espalda. Sandra entró entonces cabizbaja, escoltando a un Víctor que no podía ocultar su preocupación. O al menos, eso le pareció detectar en sus ojos a una sorprendida Irene. Jamás había sentido nada similar. Acto seguido se miró las manos... ¿Era posible que...?
Pero no tuvo mucho tiempo para analizarlo antes de que otras cuatro personas hiciesen su aparición en el salón, al tiempo que un ligero temblor recorría el suelo del mismo. Víctor y Ray fueron los primeros en erguirse, alerta, y miraron los tablones del parqué como si fuesen a desaparecer de un momento a otro. Sandra alzó la vista de inmediato hacia su marido, para acto seguido desviarla hacia la ventana. Marco la siguió con la mirada, preocupado por su súbita palidez. Pero comprendió su miedo en cuanto su mejor amiga vocalizó:
-Ya están aquí.
Ruth, que se había mantenido apartada junto a un aparador desde que había entrado detrás de su «prima», casi como si quisiese pasar desapercibida pero con la vista fija en el televisor hasta un segundo antes, como todos los presentes, giró en ese momento la cabeza para enfocar a su madre.
-¿Quiénes? -preguntó con cierto temor.
-Los periodistas -repuso entonces Andrea Linares, su maestra preferida hasta la fecha y una de las últimas en llegar al salón, en un tono que a la muchacha le erizó el vello de la nuca. El temblor de sus manos tampoco era precisamente alentador-. Alguien ha debido decirles que el edificio en llamas del vídeo estaba aquí. Y siento decir que ignoro su identidad... Así como la de la persona que lo ha grabado.
-¿Quién habrá sido el malnacido...? -preguntó Óscar entre dientes.
Era una pregunta retórica, casi como un complemento desesperado a la última frase de su colega, expresada más para sí mismo que para los demás. Pero Cora lo había escuchado, así como su esposa, y ambas se aproximaron unos metros hacia él. La segunda apoyó una mano en su espalda mientras con la otra se apartaba nerviosamente el pelo azabache del rostro.
-Eso ahora ya no importa, cariño -indicó, aunque sin poder camuflar el nerviosismo que teñía su voz-. Temo que esto no sea más que el principio...
-El principio... ¿de qué? -se atrevió a preguntar Ray, a la vez que un escalofrío recorría su espalda.
No podía ser. No después de tanto tiempo. Pero el gesto compungido que le dirigió Zoe García despejó dolorosamente todas sus dudas. Sandra, por su parte, también había entendido perfectamente a qué se refería la mujer mexicana. Y se tapó la boca con horror a la vez que contenía un sollozo.
-Zoe... No puede ser...
Pero sabía que era así. Mientras tanto, sus hijos, así como Irene, observaban a sus interlocutores alternativamente, incrédulos y confusos.
-¿Qué sucede? -quiso saber la primera-. ¿Qué nos habéis ocultado ahora?
Nadie respondió enseguida... Hasta que la voz baja, modulada, pero a la vez imponente de Óscar se alzó en el centro del salón.
-Los humanos nunca han sabido que la magia existe -expuso con toda la calma que fue capaz; lo cual, por primera vez en su vida, le estaba costando horrores-. Ha sido el mayor secreto de la Historia de nuestro planeta... del Universo, desde su creación. Pero hay una parte crucial de toda esta Historia que jamás, bajo ningún concepto, debería ser conocida por los no magos -en ese instante, el mago de Júpiter hizo un gesto elocuente hacia los Cuatro Elementos-. Que ellos caminan sobre la faz de la Tierra.