Sing for the lion and lamb
Their hearts are hunting
Still hearts hold ever and ever
Ever
Alex
El calor de enero está entrando y con él, el sexto mes de embarazo de Alcíone.
No tengo cabeza para nada y el pecho me duele cada vez que veo a la princesa, un sentimiento de culpa se apodera de mí cada vez que lo hago.
Los ventanales están abiertos, la luz de la mañana entra pero a pesar de que afuera hay una total fiesta por la entrada del calor, en el palacio la tormenta apenas empieza. Las comandantes, Aulsoux y mi madre, están en la misma habitación, todos enfocándonos en el mismo punto.
—Ya no quiero más… me duele —murmura y mis venas se calientan «el que haya hecho esto no saldrá con vida»
—Cariño, necesito que comas un poco…
Alcíone niega, las lágrimas amenazando con salir de sus párpados pero ella no las deja, y es que aunque se esté muriendo, la madre de mis hijos no deja de ser fuerte y perseverante.
La princesa se recuesta en la cabecera de la cama, la manta liviana tapa todo su cuerpo hasta debajo de los pechos. La comandante de aire seca la frente de su hermana con un pañuelo, sentada a un lado de la cama. Mientras su madre sostiene el plato de sopa del cual solo ha bebido dos cucharadas. Me encuentro recostado a la pared con vista a Alcíone pero sin acercarme a la cama—no soy capaz—tan solo sigo con la mirada en ella. Las demás hermanas y mi madre están sentadas en diversos asientos que hay en el aposento de la princesa.
Le entra una arcada y la madre agarra un balde para ponerselo a un lado, no le sale nada y aprieta los ojos volviendo a acostar. Las siervas entran.
—Hay que bañarla, la ayudará —ordena la reina y las hermanas se salen para ir a ocuparse de sus asuntos.
La levantan, Alcíone se queja en silencio con cada movimiento, pero sus facciones no mienten. La llevan al baño. Nuestras madres la ayudan a quitarse la simple bata para que quede totalmente desnuda y las siervas preparan la tina.
Respiro hondo reteniendo todo cuando bajo la vista a su cuerpo. Me digo a mi mismo que esto no es mi culpa pero mi razonamiento juega en mi contra.
Su cara no tiene vida, tiene ojeras gigantes y el tono de su piel es más opaco, el cabello ya no tiene brillo. La panza es increíblemente gigante, que a veces me da miedo que se caiga por el peso, está llena de estrías oscuras y moretones de todos los colores, del lado que está el veneno se ve oscura, negra, sin vida, como la piel de un perro con sarna. Y no hablar de los brazos, muslos y espalda. Levanta la vista, con el cabello cayendo a los lados de su rostro, ya no hay brillo en sus ojos, solo dolor.
—Saquenlo de aquí —ordena y no espero que nadie me diga nada. Humedezco mis labios y salgo del baño y el cuarto seguido de mi madre. Me voy a la sala del trono. Me sirvo un trago y me pego a la ventana.
—Cariño, deja de atormentarte…esto no es tu culpa —Sonia me soba la espalda y niego.
—¡Yo la embaracé mamá! ¡¿Si no es mía de quién es la jodida culpa?! ¡Mis hijos se están muriendo, Alcione también! ¡Y yo no puedo hacer nada más que no sea esperar como un estúpido a que los doctores encuentren una mágica cura para esto! —respiro con pesadez—. Y aún no encuentran nada en Jamsflor para decirme quién fue.
Me desordeno el cabello.
—Hijo tú la embarazaste, pero no la envenenaste. Esos bebés estaban bien…tú no hiciste nada malo. No tienes la culpa.
—Pero se hubiese podido prevenir, si ella no hubiese estado…
—Estás viviendo tu vida, hijo, la quieres, van a tener unos preciosos bebés y van a formar su familia— me mira con unos ojos llenos de sinceridad mientras se sienta al frente mío y acaricia mi mano, sonriendo un poco—. Lastimosamente, el dolor es un efecto colateral de vivir.
—Esto me está aterrando, mamá.
—No hay medicina para el miedo Alexander, si no tienes miedo, no eres humano. Pero ahí está el secreto de la valentía, cuando a pesar de que estás aterrado lo haces.
Respira mirando al cielo por la ventana.
—Tu padre decía que el miedo es el principio del saber —sonríe nuevamente y parece mentira todo el valor que una madre te puede transmitir.
—¿Lo amabas mucho, verdad? —pregunto y voltea para mirarme. Pasa un mechón rebelde tras su oreja.
—Mucho…Alexander, tú no te imaginas todo el amor que yo sentía por tú papá, y él también me amaba, éramos dos chicos jóvenes que se amaban en secreto. Por eso nunca he dejado que pienses que eres un accidente, porque tú fuiste el fruto que salió de ese amor tan gigante que pudo existir entre dos seres humanos. Pero dentro de las reglas de este indescriptible sentimiento llamado “amor” es que cuando te entregas a la otra persona, es darle el poder de deshacerte. Fui juzgada por muchos y por mucho tiempo, pero jamás me arrepentí de enamorarme de él. Y soy la persona más feliz al sentirte porque al verte me doy cuenta del gran alcance de amor que uno puede sentir. Y es tan gigante, que jamás pensé que me podría sentir con el poder de comerme el mundo, de que nada me queda chiquito.
Se muerde los labios sin dejar de mover los hombros cuando habla.
—Y es por ello que admiro a Alcíone, ella está luchando por ese amor. Para ella en este momento nada le queda grande, y no le importan los dolores, ni su estado físico, lo único que quiere es que los hijos de ambos estén sanos y felices.
Hace una pausa antes de continuar.
—Pero eso no quita que sufra, y mucho. Por eso necesito, necesitas, ella necesita que dejes de sentirte como el culpable, sino que la ayudes a luchar por ese amor.
Asiento y dejo que me abrace fuerte.
—¡Por Ra! ¡Seré abuela! ¡Abuela! —llora un poco— ¡Gracias por regalarme esto!
Me voy al cuarto donde me estoy quedando, me baño y me cambio a una ropa más cómoda. Busco entre mis cosas la sorpresa que le tenía a Als. Tomo la cajita y me voy a su cuarto. Entro y la encuentro acostada en su cama, no está dormida solo ve al techo. Solo tiene una camisa blanca de algodón puesta y sus bragas, no tiene ninguna sábana cubriendo, su cabello está en un mal recogido y sus manos palpando su abdomen suavemente.