La aterradora criatura se detuvo en seco, al no abrir las compuertas del carruaje, Bianca no pudo verlo con claridad. Antes de que se dieran cuenta, esta dio un salto brutal que hizo retumbar sus oídos. Parecía que se había ido, pero Jedrek no perdió más tiempo y ayudó a todos a salir del carruaje para continuar con la fuga de todos los árticos.
Unas compuertas monumentales se abrieron en el suelo, como una trampilla de varios metros. Cayeron haciendo un ensordecedor estruendo metálico, las kilométricas cadenas azotaron el aire, dejando sonidos zumbantes. El vampiro cayó después de varios segundos sobre el suelo, destrozando la piedra con su aterrizaje. Algo brotaba de esos hoyos lentamente, eran más grandes que cuatro casas juntas, tapando el sol con su indescriptible tamaño.
— ¡Fuego! — ordenó Crescenta Tekin a todo pulmón y sus soldados tatuados e ingenieros escucharon.
De los bordes de esas máquinas, ráfagas brillantes salieron disparadas como lluvia. El vampiro entró en alerta y salió corriendo de sus ataques, los cuales dejaban humaredas intensas: las máquinas voladoras eran largas e hinchadas, con lo que parecían ser cubiertas de barco justo en la zona inferior. Mecanismos de engranajes y puro metal hacían ruido y un humo asfixiante y denso color grisáceo.
Los soldados e ingenieros en la cubierta de abajo manejaban la máquina como si fuera un barco, mediante un timón, y los testigos supieron eso. Se trataba de barcos voladores que se elevaban gracias a globos gigantescos, color verdoso y en forma de elipsoide.
El vampiro se metió dentro de las montañas de escombros mientras esos vehículos sobrevolaban y lo rastreaban. Con su vista agudizada, detalló las cubiertas donde se encontraban sus enemigos. O mejor dicho, sus próximas presas. Los dispositivos que usaban para disparar eran similares a los escorpiones de los muros, pero las pequeñas flechas eran de puro metal, más pequeñas y más fáciles de recargar.
— Continúen vigilando, puede estar en cualquier parte... — dijo la general, paseando por la cabina —. Ojos bien abiertos soldados, estas máquinas fueron hechas para darnos la victo…
Una fuerte explosión la silenció y su vista salió disparada hacia la otra nave. Tuvo que ver cómo sus sueños de triunfo se deshacían en el fuego. Literalmente, porque la primera máquina cayó desde el cielo cuando su globo fue atravesado por un objeto. Fue un espectáculo de gritos y un fuego apocalíptico, el vehículo caía lentamente envuelto en las llamas.
Xotur advirtió del peligro en el cielo, todos buscaban la manera de restablecer el escape de todos los árticos puros. Fue como si el sol cayera desde los cielos para estrellarse sobre sus cabezas. Todos corrieron despavoridos, algunos cargando a los heridos, otros pocos sufrieron la muerte por una explosión colosal.
— ¡Ahí viene! — avisó un soldado tatuado, mientras se escuchaba el característico rugido de los vampiros.
Esa cosa quedó sobre las barras, apoyándose en sus pies y en sus manos. Fue un silencio largo el que les tomó a todos a bordo para recapacitar la situación: el vampiro estaba justo frente a ellos. La primera en reaccionar fue Tekin, quien tomó su espada, pero el vampiro la pateó contra las barras del borde antes de que pudiera levantarla.
Todos comenzaron a lanzarse contra él, aunque no pudiesen hacer mucho: los sacaba volando por los aires de un puño o los hacía atravesar el suelo; doblaba sus armas entre sus manos igual a como rompería ramas secas, o destruía sus sesos con sus brazaletes.
Skycen preparaba una fogata improvisada con el queroseno de un quinqué: vencer a ese campamento improvisado para conseguir el sedante para vampiros no fue tarea fácil, en especial cuando se prohibió a sí mismo matar a cualquiera de esos rebeldes. Porque los veía como sus hijos, producto de su esfuerzo y no se atrevería a hacerles daño. Amarel y Rose estaban temblando con intensidad incluso teniendo la fogata bajo sus narices.
Esa era la primera vez que veían y sentían la nieve en sus vidas: era húmeda y cortante al mismo tiempo, ni siquiera el cabello de Aaron era tan blanco. Los tres tuvieron que ver el campo de batalla después que cayó el muro frontal: un paisaje de cadáveres empapando en rojo la blancuzca nieve y los animales comenzando a comerlos poco a poco. Todos prefirieron darles la espalda.
— Si lo pensamos un poco, eso habría sido peor sin el plan de Akali — reflexionó Skycen, con las rodillas al pecho.
— Puede ser…
— Señor Skycen, disculpe que lo interrumpe, pero quiero decir algo.
Skycen agudizó el oído cuando Rose lo llamó tan cortésmente.
— No se vaya a ofender, pero Amarel y yo siempre creímos que usted era una especie de obsesionado con la guerra y la batalla, sin cerebro y muy impulsivo.
La mirada de odio de Skycen cortó su alma como un cuchillo imposible. Unas ganas indescriptibles por ahorcar recorrieron a Amarel, aunque fuera cierto. Sin embargo, la verdad era que Rose ya no quería sentirse tímida o estar agazapada nunca más, y quería admitirlo a los cuatro vientos. Después de todo lo vivido esos días, ya era una versión muy diferente de ella misma, la cual amaba.
— Pero... Después de todo eso que hizo en aquel campamento, sin matar a nadie, y en el Lago del Oso con los peces titánide, ahora sé que estuve... bueno, estuvimos equivocados.
— Pues sí — escupió al aire Amarel, estirando el cuello de su ropa invernal para sacar el calor de la vergüenza —. Lo que usted logró montando a caballo y cómo esquivó a los peces titánide antes de que salieran del agua fue magistral. ¡Usted no es un tonto! ¡Usted es brillante!
— Si estamos con eso — mencionó de una forma jocosa —, yo pensé que ustedes eran un par de comelibros debiluchos. Aunque sí lo son, pero tú, Amarel, eres tan valiente como un león al ponerte de distracción. Tú, Rose, eres muy astuta cuando me ayudaste a encontrar el sedante entre todo ese disparate.