Fría fue la noche en la que todo comenzó, mientras un escalofrío les calaba en los huesos, el mismo que se produce cuando un pobre conejo es encontrado por un águila. El silencio de la calle Encatinopolus cortaba el ambiente con fiereza y terror, hasta que cesó por un momento.
Una poderosa explosión hizo aturdir al vecindario entero, como si hubiera detonado una bomba de gas inflamable. Todos supusieron eso y de que había heridos volando por los aires. Pero, contrario a sus suposiciones, se trataba de un vigoroso portazo que demolió la puerta principal de una casa: Lane se había lanzado contra el edificio de enfrente con una patada que hizo añicos la vieja puerta, lo que hizo que sonara idéntico a un relámpago.
Era casi la una de la mañana y no se habían decidido hasta pasado un buen rato por salir disparados en contra de su enemigo quien, gracias a Aaron Bloody, supieron que estuvo escondido en la casa enfrente a los Le’Tod todo ese tiempo. Diago, Lane y Aaron atravesaron el umbral a toda velocidad, cada uno con su respectiva arma y con los brazaletes y diadema de combate.
Exploraron el lugar con brevedad y atención, escudriñando en la oscuridad: todo estaba a oscuras, no había mesa, ni cuadros ni sillas, todo estaba lleno de polvo, sin mencionar cerrado con candados de primera. Diago hizo un ademán hacia la escalera y subieron con rapidez, no sentían nervios o susto, sino coraje. ¿Espiar a su familia así? Ese chico lo iba a pagar.
Llegaron hasta el piso de arriba, la ventana estaba sin cortinas y la luz lunar se colaba entre medias. Frente a ellos y viendo el espectacular escenario estrellado, había un hombre sentado e inerte: túnica negra y larga, guantes para encubrir sus huellas, pero no pareció reaccionar con su presencia. Los chicos lo dedujeron de inmediato, era un Fantasma de la Escarcha encomendado por Percy Blizzard.
Diago no lo pensó más y se abalanzó, gruñendo como un animal. Lo sacó rápido de su silla dispuesto a machacarlo a golpes, pero apenas vio su rostro mejor, no pudo hacerlo. ¿En serio? ¿No estaba soñando? ¿Por qué ese hombre tenía esas prendas de las Montañas del Norte teniendo ese aspecto? Piel morenaza y cabello oscuro, muy raro para un ártico. No le cabía ni la menor duda: ese hombre era pradeño, aunque sus ojos desorbitados y labios fríos y secos sí que lo hacían dudar.
— ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre con ese hombre? — dijo Lane, apuntando una flecha.
— Es un pradeño, no cabe duda, pero… Está muerto.
El mayor de los Le’Tod revisó al cadáver: no tenía pulso y su cuerpo estaba frío. Lo tendió en el suelo para abrirle la boca y estaba llena de una espuma apestosa de color blanca. El chico sacudió rápido su mano por miedo a que fuera peligrosa para él también. Era estremecedor, no conocía a ese hombre, pero sabía que él no tenía nada que ver en sus asuntos.
— Miren, sobre la silla.
Aaron se acercó y encontró una nota hecha en un papel amarillo, la puso bajo la luz de la luna y todos leyeron juntos.
Parece que encontraron mi escondite, Diago y Lane, pero esto no ha terminado. Ya conseguí justo lo que quería y no pudieron percatarse de mi presencia después de varios días. Creí que serían más listos, pero me equivoqué. No traten de perseguirme porque lo sabré, aunque ya tengo todo lo que necesito, sólo para que sean cuidadosos.
Ya sé que conocen la amenaza que les hice a cada uno por separado, espero y lo tengan presente para cuando vuelvan con la Rebelión. No sientan lástima por ese hombre, sólo era un pobre vagabundo. Ojalá y puedan tomar la mejor decisión, ya saben el dicho: “Que tus decisiones se basen en tus esperanzas, no en tus temores”
Disfruten del pequeño regalo que les dejé.
— ¿Regalo? — masculló Lane, hasta que escuchó un gorgojeo sobre sus cabezas.
Un espiral gigante de negro y azul, como un huracán de colores tristes. Graznidos espantosos los rodearon en un instante, hasta el punto en que sólo podían ver plumas negras alrededor. Sacudieron los brazos en un intento de sacárselos de encima, pero era inútil, rasguñaban y mordían con sus picos a una velocidad que no podían predecir. Destruyeron la ventana tras empujarse todas al mismo tiempo, la gente asustada del vecindario vio cómo una nube gigantesca de urracas alocadas salía desde una ventana.
— ¡Diago! ¡Lane! ¿Qué está pasando? — lograron escuchar que vociferó su madre, llevando el agua hasta el cuello.
Los muchachos fueron hasta su casa, muchas personas ahí los vieron cargando armas y no pudieron evitar estremecerse por tanta señal de violencia. Diana cerró la puerta de su casa y, cruzando los brazos con furia, se encaró contra sus hijos.
— Espero que tengan una buena explicación para todo esto — sentenció, hirviendo al nivel de una tetera.
— ¡Mamá! ¡Te lo juramos! ¡No fue nuestra intención! ¡No es lo que piensas! — le respondió Diago, con Lane y Aaron afirmándolo.
— ¿Lo que pienso? — una rabia sombría parecía manifestarse en ella — Entonces, ¿Me explicas que debo pensar sobre esta nota?
Nathan había llegado en pijama al lado de su madre y le entregó el pequeño papel que Aaron le había escrito a Diago y Lane hacía unas pocas horas.
— ¿Quién es Percy Blizzard y por qué nos vigilaba? — exigió Diana hecha una fiera.