La Rebelión de los 57. Prados y Nieve

Epílogo

Tuvo que pasar una semana para que los insurrectos pudieran ser llamados rebeldes de nuevo. Tras poner a Percy, Francesca y Jedrek tras las rejas, en la mayor prisión que haya existido, el Alto Mando recibió a Akali con rostros bajos y apenados. Todos en la Rebelión los recibieron con vitoreo casi en coro, pero no en las mejores condiciones para ellos…

Diago y Lane estaban enyesados de la cabeza a los pies; Alan sufría de una contusión que lo obligó a usar un casco; Víctor llevaba enyesados su pierna derecha y brazo izquierdo; Amarel reposaba con las costillas rotas y todo el torso enyesado; Rose solo podía ver por su ojo izquierdo debido a un parche; Bianca fue cubierta por dos grandes yesos en ambos brazos; Rita fue un caso peor, hasta llevaba vendados los ojos y los oídos por culpa de pelear cara a cara contra Francesca Blizzard tantas veces.

Pasados casi una semana y tres días de su enfrento, la pandilla regresó a Estanque Hediondo, igual que la normalidad al ejército rebelde. Apenas tuvieron la suficiente libertad, tomaron cartas fuertemente en asuntos más personales.

Con unas cuantas flores y algunos materiales, la pandilla le hizo una tumba a Aaron Bloody y al mapache Galleta en el fondo de una colina dorada. Dejaron tres tazones de especies, una tradición pradeña que Bianca recién entendía: un tazón con hojas de malva, otro con raíces machacadas de un sauce y unas flores perfumadas de nopal. Un ritual funerario adecuado para los aliados más dignos.

Otros rebeldes y cadetes se acercaron para presentar su pésame y dejar sus condolencias en forma de flores o tazas llenas de otras especias olorosas. La pandilla, ajena al Alto Mando, fue la única que se quedó hasta que el sol reposó en el horizonte.

Lane avanzó por delante de todos, quienes se tomaban las manos o se apoyaban entre ellos. Nunca se sintió un líder nato entre la pandilla, pero su instinto lo llamaba a hacer gritar a su corazón.

—Es un día gris, deprimente y oscuro, la Rebelión siempre han insistido para ser estoicos en situaciones así, a seguir adelante por aquellos que han caído sin mirar atrás. Pero… Es fácil sólo ordenarlo, cuando la verdadera manera de seguir adelante es honrarlos como se debe.

Trillones de memorias bailaron a su alrededor, cada uno recordaba a los difuntos de una manera distinta, pero el amor y la nostalgia eran los mismos. Era raro… Saber que alguien tan cercano nunca regresaría. Toda sensación era distinta en ese entonces, hasta el aire era más amargo que antes.

—¿Qué pasa? — preguntó una voz nueva, un muchacho dispuesto a acompañarlos en su luto. Una persona que llegó bajando por la ladera llena de pasto amarillo.

La pandilla quedó helada cuando se dio la vuelta y vieron su cabello blanco ondear con el viento. Con tantas suturas, vendajes y yesos, sin mencionar su caminar tan chueco, pudo ser cualquiera. Pero se trataba de Aaron Bloody, a quien iba dedicada la tumba, bajando poco a poco y gimiendo por el dolor.

—Santas nieves… ¿De verdad eres tú? —profirió Bianca, apoyándose en Rose para no desmayarse. Aunque ella sufría de lo mismo.

—Eso creo —se masajeó la cabeza rasurada llena de cicatrices—, no he sido el mismo desde hace mucho.

—Santa madre, pero… —Diago no pudo terminar de hablar cuando Rita, a paso engorroso y apresurado, se lanzó a abrazar al peliblanco.

Ambos gritaron por el dolor de sus heridas, pero aun así ella no lo soltó en lo más mínimo. Al abrazo se sumó Víctor, el mismo Alan, y en casi nada todos rodeaban a Aaron Bloody con un alivio sin igual. El peliblanco, de manera abrupta, los invitó a todos al comedor, no sin antes acariciar la tumba innecesaria para él, pero trascendental para Galleta el mapache.

Ya allí, ninguno supo qué decir o cómo comportarse, era igual que asistir a una cita con un fantasma. Aaron, en cambio, disfrutaba de su ensalada de frutas como parte de la celebración por el regreso de la Rebelión.

—Muy bien, como nadie lo hace, yo lo haré —avisó Alan, igual a como si avisara de una tormenta—. Aaron, creímos que moriste, ¿Qué verga pasó?

—¡Alan! ¡Por favor! ¡No seas así! —regañó Rita.

—Estoy de acuerdo con Alan —interrumpió Bianca—: no creo que sea sano que todos actuemos como si nada.

—De verdad que extrañaba estas pláticas —masculló el peliblanco.

El chico levantó el rostro y contempló a sus amigos, si todavía podía llamarlos así. Sin embargo, la paz que emanaba era inverosímil con su entorno. Como si una flor floreciera en medio de un intenso incendio.

—Pero… No sé si podamos volverlas a tener después de esto —confesó, decayendo lentamente. Diago se atrevió a preguntar sus razones—. No he sido el mejor amigo para ustedes, pero… Les juro que mi corazón siempre estuvo de su parte. Trabajar con Percy, prados, no invitaría a nadie a hacerlo al menos que quisiera morir.

—No entiendo nada, ¿Qué pasó? ¿Por qué lo hiciste? —tajó Lane, contrariado como nunca antes.

—Le revelé a Percy todo sobre nosotros, en especial sobre ustedes —Aaron apuntó a Diago y a Lane enfrente de él—. Apenas las Montañas del Norte fueron anexadas a la Rebelión, supe que Percy nunca estaría de nuestro lado ni por todo el dinero del mundo. Pude descubrir que fue reuniendo a sus Fantasmas desde la noche del baile en el Palacio de Hielo, estaba listo para atacar. Crearía un mar de sangre con nosotros, pero no necesitaría hacerlo si sabía que podía evitarlo. ¿Por qué creen que empezaron con la idea de un tratado? Porque no necesitarían levantar armas teniendo a la ley de su lado.



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En el texto hay: fantasia, aventura epica, magia acción

Editado: 05.01.2024

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