Heather tomó sus armas y se dispuso a salir.
—¡Iré a buscarlo! —exclamó, agarrando la MP5.
—Pero… —musitó Barry, preocupado.
—Mira el sol, Barry —dijo ella—. Son como las cuatro o cinco de la tarde y aún no ha vuelto. Jake nunca llega muy lejos del mediodía. Algo tuvo que pasarle.
—No es muy seguro —intervino Mikhail.
—Lo sé, Misha, y por eso voy a… —Heather se volteó, y vio al hombre armado junto a Cassie, Gaz y Amelia.
—No es seguro que vayas sola a buscarlo. Vamos.
Heather sonrió.
—Bien, vamos…
—¡No hará falta! —exclamó Gaz desde el faro—. Allí viene Jake.
Las puertas se abrieron rápidamente, y Jake entró apurado. En su rostro había todo grabado menos tranquilidad.
—¡¿Dónde estabas?! —exclamó Heather, furiosa mientras lo veía entrar al centro comercial—. ¡Me tenías con el Jesús en la boca!
—¡Reunión de emergencia! —exclamó Jake, ignorándola—. ¡¡Código ámbar!!
Heather silenció. Su rostro se volvió pálido, y la sangre se le heló en las venas. «Código Ámbar». Nada bueno podía salir de aquella clave, la segunda más alarmante después del código Obsidiana.
Jabalí y Panqueque, que estaban jugando a las damas en el piso de arriba, no tardaron en bajar, atraídos por los gritos del ex mercenario.
—Esto es completamente crítico —exclamó Jake cuando vio a la gente acercarse. Ni siquiera se tomó el tiempo de sentarse—. Mientras repostaba las trampas vi a un grupo de hombres caminando por la ciudad. No hablaban, ni siquiera revisaban las casas o buscaron alijos, sino que miraban como si buscaran a alguien, porque buscaban a alguien.
—¿Qué…? —musitó Cassie, preocupada y confundida.
—Los seguí hasta la plaza, porque el solo hecho de que ni siquiera se comunicaran entre ellos me parecía muy raro —agregó Jake, ignorándola—. Uno pisó una trampa para osos, y ni siquiera reaccionó. No gritó a pesar de que se le partió el puto hueso. Tenía una cara muy, muy indiferente.
Jake hablaba de manera rápida, casi farfullando, como si atropellara cada palabra con la siguiente. Tenía el rostro bañado en sudor y señalaba constantemente al piso. A Heather no le hizo falta ser una genio para saber que estaba aterrado.
—¡El hijo de puta se levantó y se fue caminando! ¡El resto ni siquiera le preguntó si estaba bien! ¡Eran como…! ¡¡Eran como… zombis!! —exclamó, furioso.
—Oye, oye —le interrumpió Heather, acercándose—. Respira, calma tus ideas y explícalo de manera más tranquila porque nadie aquí te está entendiendo un carajo.
Jake suspiró. Dejó caer el rifle y su mochila al suelo y tomó asiento en la fuente seca. Solo entonces se percató de lo agotado que estaba; y como no estarlo, si había corrido unos tres, quizás cinco kilómetros sin parar. Aunque la adrenalina aún seguía abrasándolo por dentro. Aquello fue estúpidamente surreal.
Volvió a suspirar. Cerró los ojos y respiró contando hasta cuatro una y otra vez. Cuando estuvo más calmado, comenzó de nuevo.
Explicó a detalle todo lo que sucedió hasta llegar a la plaza. Cada tanto, Misha raspaba la garganta por la extrañez del asunto, y cuando llegó a la parte de la trampa de oso, Cassie siseó de la impresión.
—Es literalmente imposible ponerse de pie luego de eso —exclamó, interrumpiéndolo—. No solo por el dolor insoportable, sino porque no debería tener la fuerza.
Jake explicó que, por poco, el hombre no iba saltando en un pie. Los siguió, y pasaron dos cuadras antes de que tuviera que apoyarse en el hombro de otro para continuar, y otras cinco hasta que se desplomó y alguien lo arrastró. En cierto punto, pararon ante la ferretería Fournier 818. Uno de ellos tomó una carretilla y allí llevaron al herido, quien seguía tan inexpresivo como siempre. «Debí poner explosivos en las herramientas» pensó Jake en ese momento, viéndolos marchar.
Nadie hablaba, como de costumbre. Y, a medida que los seguía, Jake comenzaba a sentirse más y más incómodo al notar que ningún garrador se acercaba a pesar del hedor a sangre que debía tener el herido. La pantorrilla del pantalón estaba ya teñida de guinda a pesar de los vendajes, y Jake distinguió unas gotitas que manchaban el piso cada cien metros. Y aún así, ni un gruñido. Aviator estaba tan silenciosa que Jake sentía que incluso su respiración hacía tanto ruido como una mezcladora de cemento.
Se arrastró por el pasto elevado, se escondió tras edificios, paredones e incluso techos en cierta ocasión, preguntándose si acaso reaccionarían si le daba un disparo a alguien en el estómago. Por cómo estaba el herido, asumió que seguramente aquel a quien disparara seguiría peleando hasta que su cuerpo dijera basta, sin siquiera dibujar una expresión de dolor.
Le daba rabia ver lo lentos que caminaban, tan tranquilos como quien pasea. Más de una vez se sintió tentado a desenfundar su rifle y matarlos; tuvo buenas posiciones, algunas tan buenas que ni sabrían de donde les disparó, y si conseguía algo de distancia, podría volarles la cabeza uno por uno, incluso al cojo. Pero su instinto le pidió seguirlos, porque algo muy dentro suyo le dijo que si jalaba del gatillo los mataría, sí, pero algo mucho peor vendría después.
Masculló un insulto, y los siguió.
Ni una sola palabra. Ni una sola expresión. Ni un solo garrador. Solo una larga marcha tan silenciosa y perenne que hasta el mismísimo Ray Garraty sentiría envidia.
Pronto comenzó a llegar a los límites de Aviator. La llamaban Aviator Este, a pesar de ser parte de la misma ciudad, porque en aquella parte no había más que descampados y, en los últimos tiempos, construcciones. Algunas maquinarias gigantescas seguían allí, que fueron posadas antes de siquiera comenzar a trabajar. Algunos terrenos ya habían sido pelados con tanta saña que el pasto no volvió a crecer jamás, y en otros recién terminaron de poner los cimientos. Cansado y aburrido, Jake quiso reír por cómo aquella vista le recordaba a la saga de videojuegos STALKER, pero sin anomalías ni lluvias radiactivas.
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Editado: 07.11.2023