La Reina con mascara

Capítulo IX. El regalo para Claudio

—¡Viva! ¡El joven caballero nos ha salvado!—Los habitantes del reino se alegraron mucho de ver al dragón derrotado y se lo agradecieron con regalos, todo tupo de regalos.

—Gracias pero, no hacía falta de verdad—Claudio estaba agradecido por todo pero sentía que no era para exagerar tanto, lo único que quería era poner a salvo a todos, sobre todo a Liaria quien miraba su rosa roja con encanto.

—Muy bien—el rey había salido de su castillo junto con dos guardias. —Claudio ¿verdad? ¿Te importaría venir conmigo un momento? quiero hacerte un regalo.

—Em, claro, no tardare—les dijo a sus amigos. Antes de irse Liaria y Claudio se miraron por algunos segundos.

—¿Hola? No te vas a la guerra, volveréis a estar juntos cuando salgas—dijo Brenda cortando la mirada que tenían.

—Aguafiestas—susurró él. Liaria río mirando al suelo. Claudio se fue con el rey y con dos guardias detrás. Entraron en el castillo y siguieron andando hasta una puerta.

—Claudio, este es mi regalo por defender al reino Dorado.

—¿Un regalo? No hacía falta, de verdad.

—¿No quieres hablar con algún familiar fallecido?

—¿Cómo?—El rey abrió la puerta, ahí estaba, el espejo de las almas; un espejo capaz de comunicarse con almas que una vez, dejaron el mundo terrenal. —¿Puedo utilizarlo?

—Por supuesto ¿Con quién quieres hablar?

—Mis… mis abuelos.

El espejo era pequeño, como la palma de la mano, pero se veía con claridad. El borde era plateado y redondo. Claudio lo cogió cuando el rey abrió la vitrina de cristal.

—Tienes media hora, disfruta de tu regalo, estaré fuera—Claudio estaba solo en una pequeña sala con su única oportunidad de hablar con sus abuelos después de que estos fallecieran.

—Quiero hablar con mis abuelos. Ophelia y Leander—El espejo vibró y en él se vio unas líneas circulares, se movían hacia fuera y cada vez habían más hasta que aparecieron dos almas— ¿Abuelo? ¿Abuela? Soy yo Claudio.

La abuela tenía un moño recogido de color blanco, y vestía tonos azules, mientras que el abuelo tenía el cabello blanco igual, con gafas cuadradas y negras, y vestía tonos marrones.

—¡Claudio! ¡Pero qué grande estas! Pero hijo, ¿no comes mucho? Tienes que comer más eh, estas en los huesos—dijo la abuela.

—Abuela…

—Pero vamos a ver ¿Cómo podemos verte? ¿Qué es esto?

—¿Os acordáis que me decíais que existía un espejo que permitía ver a los seres fallecidos? Pues ese espejo lo tengo aquí, en mis manos, por eso os puedo ver.

—Vaya, ¿en serio?

—¿Y en qué año estás ahora si se puede saber?—preguntó su abuelo.

—Claudio cielo, ¿puedes abrir una ventana?

—¿Una ventana? Pero si no afecta a vuestra dimensión.

—Niño, no me reclames eh, abre una ventana, esa misma, la que está detrás de ti—Claudio se giro y vio una ventana con forma octogonal. Y la abrió un poco.

—Está todavía menopáusica.

—Tú sí que estas menopáusico.

—Tantos años aguantando y no me libro ni muriéndome.

—Cállate, que está aquí el niño.

—¿Que niño? ¿No ves que es todo un hombre ya?

—Gracias abuelo.

—Pero siempre será nuestro niño—Claudio suspiro mientras ellos dos seguían hablando.

—Bueno, el rey Edgar solo me ha dado media hora para hablar con vosotros.

—¿El rey Edgar? ¿Porque te ha dejado el espejo?

—Porque… bueno, mate a un dragón.

—¿A un dragón? ¿¡Has matado a un dragón?! ¿Cómo y cuándo?

—¿Qué clase de dragón has matado? ¿Cómo era?—preguntó su abuelo.

—Pues era verde oscuro con manchas moradas oscuras y atacaba con su fuego azul.

—Claudio, ese dragón era vuestra protección…

—¿Protección de qué?

—De lo que está por venir, hazme caso, recoge tus cosas y vete del reino antes de que atrape a todo el reino.

—¿Pero quién? ¿De qué estás hablando?

—De la venganza del reino oscuro—dijo su abuela.

—El cuervo del reino oscuro…—pensó mientras veía que las caras de sus abuelos eran de preocupación.

En las puertas del castillo, los habitantes del pueblo hacían sus cosas mientras esperaban al héroe de su día. El niño rubio de 8 años volvió con su familia, saludó a Liaria quien lo estaba observando hasta que llegase bien, ella le devolvió el saludo.

—Hey—Claudio la sorprendió.

—Hey ¿ya estás aquí? ¿Qué tal ha ido? ¿Qué te ha regalado el rey?

—No te lo vas a creer.

—¿Qué?

—Media hora con mis abuelos, los he podido ver, los he visto Liaria, están bien, dentro de lo que cabe claro.

—Espera, espera, ¿has tenido en tus manos el espejo de las almas?

—¡Sí! Y ha sido una pasada.

—Eso tienes que contármelo, cuéntamelo todo.

—Yo creía que no te interesaba todas estas historias del reino oscuro, sabes que el espejo viene de ahí ¿verdad?

—He cambiado de opinión, he podido escuchar toda la historia y me está interesando más de lo que creía.

—¿Ves como si? Al final teníamos razón, te estabas perdiendo una buena historia.

—Bueno cuenta ¿qué has visto? ¿Dónde estabas?—Claudio se lo explicó todo y un rato más tarde, Liaria se había liado con su diario, como cada día que podía.

—Querido diario—escribió. —Hoy 22 de julio del 1998, hemos peleado contra un dragón y casi no lo cuento,  pero gracias al héroe del día, mi amigo Claudio, lo mató el solo con la espada de piedra liberada de la roca, ahora no podemos volver a ponerla porque el guardián está muerto. ¿Sabes un secreto? Me está gustando mucho este tema del espejo de las almas y le pregunté a Claudio si me podría describir la sala donde ha estado. ¡Y me ha dicho que si!

Es una sala pequeña, llena de papel pintado en las paredes, las cortinas son de un color caoba y llegan hasta el suelo, la única ventana que tiene al exterior es de forma octagonal y el espejo está justo en frente, en el centro de la sala, resguardado por una vitrina de cristal que lo protege de todos.




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