Ese mismo día, por la noche, Wyatt convertido en cuervo, entregó invitaciones a sus amigos.
—Queridos amigos, me gustaría invitarles a una cena esta noche, sé que no me he comportado muy bien y por eso, quiero disculparme en persona. Os espero a las 20:00 de la tarde. Claudio, Brenda y Lark.
Ya eran casi las ocho de la tarde, los tres se encontraron ante la puerta del castillo. La reina Lonnie los estaba viendo desde la ventana de su casa.
—Cariño, traigo la cena.
—Mamá, no tengo hambre.
—Hija mía, deberías comer un poco.
—¡¿Cómo puedo comer con todo esto mama?! ¡Han matado a mi marido, al padre de mi hijo!
—Lo sé hija, pero…
—¡Pero nada! ¡Déjame sola!
—Bueno… te dejo la cena aquí—dijo la madre mientras cerraba la puerta donde estaba Lonnie. En el castillo, Wyatt les abrió la puerta. Los tres entraron extrañados pero con ilusión y esperanza.
—Que emoción, ¿creéis que habrá cambiado? ¿Se habrá arrepentido?—preguntó Brenda.
—Eso esperemos, aunque se me hace algo raro, de la noche a la mañana—dijo Lark.
—Seguro que…
—Bienvenidos, amigos—La reina bajó por las escaleras con su vestido rojo escarlata. —Por favor, pasad, debéis tener hambre.
—Em… Liaria ¿estás bien?—preguntó Claudio.
—Por supuesto ¿Por qué no iba a estarlo?
—¿Por qué te comportas asi?
—¿Asi como?
—Asi de rara, somos nosotros, puedes hablar normal—dijo Lark.
—No te entiendo, yo hablo asi siempre—Claudio y Lark se miraron extrañados.
—¡Vaya! ¿Eso es tarta de queso? Me flipa el queso—dijo Brenda alucinada al ver la tarta en medio de la mesa.
—Sí, es el postre. Primero hay que cenar.
—Es el día más feliz de mi vida.
—¿Tú no la notas rara?—susurró Claudio.
—¿Rara? Ah, sí, rara, la noto muy rara, pero ahora mismo no puedo pensar en nada más que la tarta.
—Me temo que tendremos que descubrirlo nosotros dos solos—susurró otra vez Claudio.
—Yo os puedo ayudar—Wyatt salió de la nada entre los dos, haciendo que se den un sobresalto. —Perdonen, no quería asustarles.
—Pues un poco mas y me caigo de la silla—dijo Lark.
—La cena esta lista—La reina se sentó en el otro lado de la mesa, delante de Claudio. —¿Y bien? ¿Qué os contáis?
—Hoy esta muy rara ¿estás bien?—preguntó Lark.
—Sí ¿por qué lo dices?—Sus ojos eran de un color violeta brillante.
—Por nada, vaya que buena pinta ¿no?—interrumpió Claudio.
—Es de la mejor calidad.
—Em… Liaria—La reina frunció el ceño. —Quiero decir, majestad—dijo Claudio.
—Reina Dama me basta.
—Reina Dama ¿no está aburrida de estar aquí sola?
—Por eso os he invitado, sois mis amigos ¿no? Además, no estoy totalmente sola, tengo a Wyatt y a mi amiga de la infancia.
—¿Tu amiga de la infancia? Pero si no ha entrado nadie desde que entraste al castillo—dijo Brenda.
—Siempre ha estado conmigo.
—Sombra…—Susurró Wyatt al ver que los ojos de la reina brillaba. Los tres se miraron desconcertados.
—Quiero haceros una pregunta ¿Dónde encontrasteis esta llave?—preguntó enseñando la llave naranja y oxidada.
—Te vas a reír cuando lo sepas—dijo Brenda con una sonrisa nerviosa.
—Estoy esperando.
—Em…pues veras, nosotros.
—Majestad, yo lo puedo explicar, pero primero he de decir que, sombra no os quiere como amiga.
—Vaya, vaya, pero si es el viejo Wyatt—La sombra de la reina salió de ella y empezó a hablar, iluminada por las luces del salón.
—Sombra, ¿Qué le has hecho a la reina?
—No me ha hecho nada Wyatt, ha vuelto, sabía que tarde o temprano la volvería a ver.
—¿Habla de su sombra?—susurró Lark.
—Querido Wyatt, ¿no sería mejor que dejáramos nuestras diferencias a un lado? Ya ha pasado mucho tiempo.
—Lo siento sombra, pero no puedo ocultarlo más.
—¿Ocultar el que? ¿De qué estáis hablando?—preguntó la reina.
—¿A alguien más no le parece raro que Wyatt le esté hablando a la sombra de Liaria?—susurró Brenda.
—Majestad, le tengo que confesar algo que por mucho tiempo lo he estado ocultado. Sombra ha sido la causa de todo, la fiebre del oro es un hechizo de las sombras, un conjuro capaz de hacer que las personas débiles se obsesionen por cualquier oro que vean.
—¿Cómo?
—Eso no tiene ningún sentido Wyatt, porque iba a hacer algo asi? Además, en este reino no he estado nunca.
—¿De verdad? Claudio por favor, pon la llave de los reflejos en aquel espejo de ahí, el que tiene los bordes azules—Claudio se levantó y fue hacia el espejo redondo. —Ese espejo lleva más de veinte años ahí y cuando lo vi, supe que no lo habían cambiado. 20 de enero del 1963.
El espejo empezó a reflejar un momento que pasó ahí mismo, el rey Lysander estaba muy preocupado, daba vueltas por todo el salón.
—Cariño ¿Qué te pasa?
—La fiebre del oro, eso es lo que pasa, esa bruja nos hecho una maldición por no darles nuestro primer hijo—El bebé que tenían estaba en una cuna en esa sala. —No podemos dejar que nos gane Leonora. Edgar es nuestro primer hijo y encima estas embarazada de seis meses. ¿Y si le damos el segundo?
—No digas tonterías Lysander, por favor, es nuestro hijo también. Edgar y Galeno deben vivir, crecer y disfrutar de la vida.
—Yo no sé qué decirte, no tendrán una vida si, el reino en el que viven se obsesionan con el oro y nada más que el oro.
—¿Y si hablas con ella? Alomejor nos deja en paz.
—¿Hablar de qué?—Apareció una sombra con la forma del rey en la pared.
—Por favor llévate a mi hijo menor y acabamos con esto—dijo el rey suplicando.
Mientras todos estaban observando, nadie se entero de que alguien entraba.
—Por eso Galeno les tenía rencor—dijo la reina Lonnie al entrar en la sala con ayuda.
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nada es lo que parece, historia de reinos, orgullos y mentiras
Editado: 18.10.2020