El día del entrenamiento por fin había llegado, Elizabeth estaba entusiasmada y también se sentía nerviosa, el señor Ming le había pedido a Jaime que pasara por ellos para que no se quedaran dormidos, pero el cansancio les jugo chueco y de no ser por Jaime, seguro hubieran llegado tarde.
—¡No puedo creer que me haya quedado dormido! Ya son las 4am con razón mi celular no dejaba de sonar.
Aris se puso lo primero que encontró y bajó rápidamente las escaleras tratando de hacer el menor ruido posible para no despertar a su padre, sus ronquidos le ayudaban a disimular sus pasos agigantados, al momento de abrir la puerta la mirada de Jaime se le clavó encima.
—Joven Aris ¿seria tan amable de subir? El señor Ming nos espera. —expresó Jaime con voz profunda, él era muy intimidante, parecía un apuesto mafioso, siempre de traje, lleno de músculos y tenía una altura digna de un casa nova empedernido, era muy varonil y apuesto.
—Buenos días…perdón por hacerlos esperar, me quedé dormido jeje.
—Yo también. —le susurró Elizabeth en el oído.
—Abróchense los cinturones.
De repente, Jaime aceleró haciendo que ambos sintieran que dejaban el alma calles atrás, Jaime manejaba muy rápido.
—¡Santo cielo!
—¡Ay! —Aris aún no se había podido poner el cinturón y se estampó contra Elizabeth.
—Agárrense bien.
—Siento que voy a vomitar de tantas vueltas. —exclamó Aris tapándose la boca.
—Eso lo mantendrá despierto señorito. —manifestó Jaime estacionando el auto de un solo movimiento.
—Wuao, tienes mucho estilo al manejar. —le dijo Elizabeth con el cabello en la cara.
—Listo, llegamos, pueden bajar del auto. —manifestó Jaime quitándose el cinturón.
—Denme un minuto…
Aris corrió hacia una esquina y devolvió toda la comida de la cena anterior.
—Buen día mis queridos amigos, espero hayan dormido lo suficiente ¿están listos para lo que viene?
—Hola señor Ming. —exclamó Elizabeth con una sonrisa y Aris se incorporó agarrándose el estomago y añadió. —para la próxima me vengo en taxi.
—Adelante Jaime. —pronunció el señor Ming y al instante unas luces alumbraron el alugar, ambos lo habían acondicionado para el entrenamiento.
—¡Wuao! ¿Cuándo preparó todo esto? —le preguntó Aris asombrado.
—No hemos pegado el ojo en toda la noche. —exclamó Jaime con seriedad.
—Ah, ya veo por que estabas de mal humor jeje.
—Joven Aris, sígame por favor.
—¿A dónde?
—No haga preguntas y sígame. —manifestó Jaime con esa siniestra amabilidad.
—Ok…
—Te veo luego Aris. —le dijo Elizabeth despidiéndose y él le sonrió.
—Lo primero que haremos será medir tu fuerza, amarraremos esto a tu cintura y tu trataras de mover este auto bus. — propuso el señor Ming con entusiasmo.
—¡Muy bien! ¡lo haré!
—Esa es la actitud que esperaba, da lo mejor de ti Elizabeth.
Una vez que la cuerda se ató en su cintura, Elizabeth comenzó a caminar arrastrando el camión como si lo que trajera detrás fuese una simple caja de cartón.
—¡Eso es Elizabeth! Jaja.
—¡No es pesado! Que fácil jaja.
—Ahora cárgalo.
—Bien, lo intentaré. —Elizabeth lo tomó con firmeza y lo levantó con sus brazos sin problema.
—¡Mire señor Ming!
—¡Impresionante! ¡ahora aplástalo!
—¿Qué? Jamás he intentado hacer eso.
—Inténtalo ahora.
—De acuerdo ¡aquí voy! —Elizabeth golpeó el autobús varias veces como si se tratara de una lata de soda, su fuerza era impresionante.
—¡Lanza esos dos autos!
—¿Y si los estropeo?
—¡Aun mejor!
—¡Ahhhhh! —esto es muy liberador me gusta romper cosas jajaja.
—¡Eso fue impresionante Elizabeth! ¡ahora destruye todos esos obstáculos! —le dijo el señor Ming lleno de asombro.
Había una gran barrera de piedra y Elizabeth la despedazó con sus puños, la adrenalina le corría por todo el cuerpo y se sentía genial, de una patada Elizabeth terminó de derribar la barrera de piedra y festejó brincando de alegría.
—No puedo creer lo bien que se siente esto, la mayor parte del tiempo vivo con temor a romper todo lo que toco, pero ahora…solo por este momento, puedo ser yo misma.
Mientras tanto…
—¿Por qué nos separamos? Andas muy sospechoso. —le dijo Aris a Jaime mientras fruncia el ceño.
—Lo siento joven Aris, tendré que amarrarlo.
—¿Qué? ¿Por qué o qué? —Aris retrocedió algunos pasos y tragó saliva.
—No se resista, no quiero ser rudo con usted. —exclamó Jaime acercándose a él como un felino hambriento.
—¿Es una broma?
—Usted nos ayudará como incentivo para el entrenamiento de la señorita Elizabeth, ya sabe, haremos de esto algo más realista.
—¿Y por que yo? No quiero ser el conejillo de indias.
—No se mueva jovencito…
—¡Ahhhhhhhh!
Jaime logró amarrar a Aris y se lo cargó en la espalda como un costal de papas.
—Me siento tan avergonzado, no soy una damisela en peligro, esto es patético. —dijo Aris refunfuñando.
—No fue idea mía, dele sus quejas al señor Ming, yo solo sigo sus órdenes.
—Ese viejo….
Jaime llevó a Aris a uno de los lugares más altos y lo dejó colgando de un tubo como si se tratara de un capullo de mariposa.
—¿Qué haces? ¡bájame de aquí! ¿piensas dejarme suspendido como si fuera un insecto? ¡Si caigo moriré!
—Por eso pidámosle al cielo que la señorita Elizabeth sepa como bajarlo de aquí. —le dijo Jaime mientras bajaba.
—¡Hey! ¿A dónde vas? ¡no me dejes aquí! Le tengo miedo a las alturas ¡Jaimeeeeeeee! ¡bájenme de aquí!
Editado: 02.08.2024