Felisa tomó uno de los cristales de la colección privada de Stefan y jugueteó con él un momento, mientras esperaba pacientemente por el Mago Mayor en su oficina. Cuando oyó la puerta de la oficina abrirse de golpe, colocó el cristal rápidamente en su estante otra vez.
—Te he dicho muchas veces que no toques mis cristales —la reprendió Stefan.
—La próxima vez, no me hagas esperarte tanto como para que tenga que encontrar entretenimiento —replicó ella.
—La próxima vez, te haré esperar colgada de los pies en el balcón —le gruñó él.
Felisa trató de sonreír, como si la amenaza de Stefan fuera solo una broma, pero sabía muy bien que el mago hablaba en serio.
—¿Qué averiguaste sobre el bibliotecario Bernard? —fue al grano Stefan.
—Desapareció de Marakar al mismo tiempo que Sabrina —dijo Felisa.
—No pago por tus servicios para que me vengas con información obvia que puedo deducir por mí mismo —le recriminó él.
—Lo sé, por eso te traje información menos obvia, si es que tienes la paciencia suficiente para dejarme terminar de hablar. No es mi culpa que tu prisionero te ponga de mal humor, Stefan. Si estás enojado, desahógate con él, no conmigo —le espetó ella.
—¿Sabes lo que me costó conseguir ese nombre de él? —Stefan dio un puñetazo furioso sobre la mesa—. Por momentos, pienso que Orsi ha perdido su toque.
—¿A cuántas sesiones lo has sometido ya? —preguntó Felisa.
—Cuatro, pero no sabe nada. No sabe dónde está Sabrina ni los demás del grupo. No sabe por qué debían llevarla a Caer Dunair. No sabe por qué los soldados de Marakar estaban intentando matarla en vez de capturarla viva. No sabe ni siquiera por qué le encargaron protegerla, excepto por una historia ridícula sobre escapar de un matrimonio con Gaspar de Novera.
—¿El heredero de Istruna?
—Sí.
—Puede que esa historia no sea tan ridícula —dijo Felisa—. Ariosto ha estado tratando con embajadores de Istruna en Marakar desde hace un tiempo. Creo que trama una alianza para invadir Agrimar.
Stefan lanzó una carcajada:
—¡Cómo si fuéramos a dejar que Agrimar caiga en sus manos! ¿No ha aprendido Ariosto sus lecciones de historia?
—Tal vez la historia no importa si descubrió quién es en verdad su hija —opinó Felisa.
El rostro de Stefan se puso serio de repente.
—Sabrina no se dejará manejar por Ariosto —dijo el mago, secamente.
—Ni por ti, ¿no es ese el problema? —lo provocó peligrosamente Felisa.
Los ojos de Stefan destellaron con una furia de fuego. Felisa había puesto el dedo en la llaga.
—Supongo que el grado de influencia que puedes llegar a ejercer sobre ella depende de lo que ella sabe sobre sí misma. ¿Qué ha aportado tu prisionero al respecto? Tengo entendido que ella y él se volvieron amigos.
Stefan refrenó su cólera y decidió responder de forma civilizada:
—Es difícil discernirlo. Da la impresión de que ella le oculta algo, pero no sé si es lo que creemos, podría ser alguna otra trivialidad sin importancia de su vida en la corte.
Esta vez fue Felisa la que lanzó una carcajada.
—¡Suficiente! —gritó Stefan—. Ni Ariosto ni yo tenemos poder sobre Sabrina, pero hay alguien que logró moldearla a su gusto: Bernard. Así que cumple con tu trabajo e infórmame sobre él.
Felisa asintió con el rostro grave. Sabía que había llegado al límite de la paciencia del poderoso mago.
—Su nombre completo es Bernard de Migliana —comenzó ella—. Migliana es un pequeño pueblo perdido en uno de los reinos menores que Ariosto absorbió en su imperio de Marakar. Lo curioso es que nadie ha oído hablar de Bernard en su supuesto pueblo natal, por lo que deduzco que probablemente nunca ha estado en Migliana y mucho menos es nacido allí. Es obvio que quiere mantener su verdadero origen oculto y se inventó una procedencia que nadie iba a comprobar.
—Un nombre falso —asintió Stefan—, supongo que entonces no pudiste rastrear su paradero con los aceites sagrados.
—No —confirmó Felisa—. No pude conseguir nada sobre él por medios mágicos, pero eso no me detuvo.
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Editado: 19.02.2021