—Me sorprende que hayas encontrado una referencia a Arundel —dijo Calpar—. Felisa dice que toda mención de ese lugar ha sido totalmente borrada de la faz de Ingra. Y los pocos que recuerdan ese nombre lo asocian solo a un lugar de fantasía, inexistente, una mera leyenda sin fundamento.
—Todas las leyendas tienen fundamento —objetó Cormac—. ¿Por qué tanto ahínco en borrar ese nombre de la memoria de Ingra?
—Felisa no lo sabe. Su madre, que sostuvo con firmeza la existencia de Arundel y de una civilización previa a la humana en Ingra hasta su muerte en la hoguera por herejía, tampoco le dijo demasiado, supuestamente para protegerla. Felisa tenía solo diez años cuando quedó huérfana. Arundel es una de sus obsesiones. Ha recorrido todo Ingra, trabajando como espía para diversos magos, siempre con el objetivo secreto de encontrar información sobre Arundel.
Cormac permaneció en silencio, cavilando. Luego dijo:
—Arundel no es lo único que ha sido borrado en Ingra. La biblioteca de Cambria es la más grande y completa de todo el continente, y sin embargo, los libros solo registran quinientos años de historia. Antes de eso, no hay nada. Es como si la población de Ingra hubiese surgido espontáneamente hace quinientos años, con pueblos y ciudades incipientes que se fueron agrandando, volviéndose más populosas y sofisticadas. Existe mucho material sobre las guerras y la división del continente en cuatro reinos: Istruna, Agrimar, Toleram y Marakar. Hay muchos detalles de cómo Agrimar absorbió a Toleram de una forma tan brutal y sangrienta que el propio rey ofreció su cabeza y la sumisión de su reino a cambio de frenar la masacre. Los historiadores han relatado crónicas exquisitas, frutos de investigaciones exhaustivas, pero ninguno de ellos parece interesado en ir más allá de quinientos años hacia atrás. Todo estudio arqueológico es desalentado. Aquellos que han insistido en que existen ruinas de miles de años de antigüedad que deberían estudiarse han desaparecido misteriosamente de la universidad, y la arqueología se considera una ciencia baja y maldita. Me gustaría investigar alguna de esas ruinas por mi cuenta, pero nadie sabe decirme dónde puedo encontrarlas y mi insistencia sería demasiado sospechosa, poniendo en juego mi posición en la universidad.
—Bueno, tal vez yo pueda ayudarte con eso —sonrió Calpar—. Felisa conoce uno de esos lugares: Caer Dunair.
—He estudiado muchos mapas y nunca he visto ese nombre. ¿Dónde está exactamente?
—En Agrimar.
Cormac buscó una de las reproducciones que había hecho de uno de los mapas más completos que había encontrado en la biblioteca, corrió las tazas y lo extendió sobre la mesa:
—Muéstrame —le pidió a Calpar.
—Aquí —señaló Calpar un punto al oeste de Vikomer.
Cormac tomó una barra de carbonilla, marcó el lugar y escribió el nombre: Caer Dunair.
—¿Qué más me puedes decir de ese lugar?
—Está cerca de una pequeña aldea llamada Imala, la cual tampoco veo en tu mapa —dijo Calpar—. ¿Me permites? —indicó la barra de carbonilla.
—Claro —asintió Cormac, entregándole la barra.
Calpar marcó Imala.
—¿Es este el mapa más completo que tienes? —preguntó el caballero negro.
—Este mapa es el orgullo de la universidad, el más completo de todo Ingra —aseguró Cormac.
—Difícilmente —objetó Calpar—. En mis peregrinaciones, he conocido infinidad de lugares que no figuran aquí.
—Por favor —invitó Cormac a Calpar con un gesto de la mano a agregar más lugares.
—Mi memoria no es tan buena como la tuya —le advirtió Calpar—, pero haré lo mejor que pueda.
Calpar estuvo agregando puntos, nombres, accidentes geográficos y comentarios al margen del mapa por varias horas, mientras Cormac solo observaba con fascinación. Marga hizo más té y se sentó junto a ellos, observando en silencio el entusiasmo con el que los dos conversaban y especulaban sobre la historia prohibida de Ingra. Finalmente, Calpar se despidió de ellos con la promesa de un futuro encuentro para ahondar más en la información que él había obtenido en sus exploraciones y cotejarla con los libros memorizados por Cormac.
—¿Estás bien? —preguntó Cormac a Marga mientras la ayudaba a ordenar y limpiar la cocina.
—Sí, ¿por qué?
—No sé, te noté un poco abstraída durante la conversación sobre Arundel —dijo él.
—Solo estoy un poco cansada —sonrió ella.
Marga se acercó a Cormac y tomó su rostro entre sus manos, lo besó en los labios y le murmuró al oído:
—Te amo. Lo sabes, ¿no?
—Sí, yo también te amo a ti —le dio otro beso Cormac.
—Dejemos esto para mañana —señaló la cocina ella—. Ven conmigo —lo tomó de la mano, guiándolo hasta el dormitorio.
—Marga, ¿qué pasa? Es temprano para… —protestó Cormac.
Ella lo calló con otro beso:
—Solo hazme el amor, Cory.
Él la abrazó y no protestó más.
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Editado: 19.02.2021