Cormac se apresuró a destrabar la puerta y abrirla cuando escuchó los golpes de Lug del otro lado de la cámara de privación.
—¿Y? —preguntó Cormac con ansiedad.
Lug lo apartó con el brazo y pasó entre Cormac y Yanis con el rostro sombrío y sin decir palabra.
—No respondió, ¿no es así? —dedujo Yanis.
—Oh, sí, sí respondió —gruñó Lug.
—Pero no con la respuesta que esperabas —intentó Cormac.
—Tal vez —dijo Lug, caminando por el negro túnel iluminado malamente por unas pocas y débiles antorchas.
—Lug… —lo detuvo Cormac del brazo—. Dinos qué pasó.
Lug paseó la mirada por los dos con los labios apretados.
—Dijo que él no tiene nada que ver en este asunto, que Marga, tú y yo fuimos especialmente manipulados para tomar acciones que sabotean el plan y que al tratar de enmendar las cosas solo empeoramos todo.
—¿Manipulados por quién?
—Alguien que me trajo deliberadamente a Ingra.
—Lug, yo fui el que te hizo venir —le dijo Cormac, preocupado.
—No, alguien más —meneó la cabeza Lug.
Cormac se volvió hacia Yanis:
—¿Es uno de los Magos Mayores? ¿Uno de tus enemigos?
—No lo creo —opinó Yanis—. Ni siquiera Stefan tiene el poder o la inteligencia para algo como esto. A ellos nunca se les cruzaría por la cabeza traer a alguien de otro mundo. Stefan y Zoltan ni siquiera creen en la existencia de otros mundos.
—¿Y Nicodemus? —inquirió Cormac.
—Nicodemus es el más abierto de los tres, y el más informado, pero no tiene los recursos.
—¿Y tú, Yanis? —entrecerró Lug los ojos con desconfianza—. ¿Tienes los recursos?
—¿Qué estás insinuando? ¿Crees que yo urdí todo esto?
—¿Por qué no? Sabías de mí antes de que Cormac llegara aquí, tienes adeptos que te siguen ciegamente, así que es plausible suponer que conoces sobre manipulación. No solo terminé en tu lar solo, separado de todo mi equipo excepto Cormac, sino que lograste que me contactara con Lorcaster, algo que has querido hacer desde hace mucho tiempo —expresó Lug—. Tal vez incluso te aislaste y te mantuviste lejos de los otros magos porque no querías que descubrieran lo que estabas haciendo aquí en tu monasterio en medio de la nada.
—¡Esto es inaudito! —levantó los brazos Yanis en protesta.
—El Óculo… —murmuró Cormac.
—¿Qué? —inquirió Lug.
—Yanis tiene los recursos, tiene el Óculo —dijo Cormac.
—¡Por el Protector, Cormac! ¿Olvidas que él único que fue capaz de comprender su uso y aprovechar su poder fuiste tú mismo? —lo cuestionó Yanis.
—¿De qué diablos están hablando? —les espetó Lug.
—Te lo mostraré —dijo Cormac, extendiendo su mano hacia Yanis.
—Cormac, no lo hagas, recuerda lo que pasó la última vez —le advirtió el abad.
—Lug puede crear un campo protector, no nos veremos afectados esta vez —dijo Cormac—. Dámela.
—Esto no es buena idea —resopló Yanis.
—Si quieres probar que no eres el manipulador del que habló Lorcaster, dámela, ahora, Yanis —insistió Cormac.
Con reticencia, Yanis hurgó en el cinto de cuero que rodeaba su cintura bajo el hábito blanco y desenganchó una llave de plata de la cadena que la sostenía, entregándosela a Cormac:
—Ten cuidado —le recomendó con seriedad—. Recuerda…
—Sabes bien que recordar es lo que mejor hago —lo cortó Cormac, tomando la llave.
Cormac tomó una de las escasas antorchas de los soportes en el oscuro túnel y avanzó hacia el lado opuesto por el que habían bajado. Lug lo siguió, intrigado, mientras Yanis se quedaba atrás, vigilando las escaleras.
Llegaron a la última puerta. Lug notó enseguida que esta cámara era diferente a las demás. La cerradura y el material de la puerta eran diferentes, mucho más sofisticados y seguros.
—¿Plomo? —inquirió Lug, pasando la mano por la gruesa hoja de la puerta.
—Sí —respondió Cormac, colocando la llave de Yanis en la cerradura y girándola con cuidado—. Es para evitar filtraciones.
—¿Filtraciones de qué? —inquirió Lug, preocupado.
—La radiación que desprende el Óculo. Es peligrosa —explicó Cormac, abriendo la puerta.
Cormac comenzó a entrar en la oscura cámara con la antorcha, pero Lug le apoyó una mano en el hombro para detenerlo:
—Déjame crear un campo protector primero —le advirtió.
—Está bien —dijo Cormac—, la radiación está contenida mientras no abramos el contenedor.
—No quiero correr riesgos —dijo Lug.
—Por supuesto, de acuerdo —accedió Cormac.
Lug desenvainó la espada que traía oculta bajo su hábito de monje, cerró los ojos y apoyó la hoja de plano sobre su frente. Respiró hondo varias veces con el rostro concentrado, luego despegó la espada de su rostro y trazó un amplio arco en el aire con ella, envolviendo su cuerpo y el de Cormac.
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Editado: 19.02.2021