Lug salió de la bañera, terminó de secarse y se puso ropas limpias. Arrojó la camisa y el pantalón manchados con su transpiración conteniendo el veneno al fuego de la chimenea y se sentó a la mesa, donde ya estaban dispuestos dos exquisitos platos con un suculento guiso de lentejas que había ordenado más temprano.
—Ven, siéntate a comer —invitó Lug a Liam, que estaba parado en un rincón de la habitación con el rostro serio.
Liam no se movió.
—Vamos, Liam, debes tener hambre —insistió Lug.
—No, no tengo apetito —negó el otro con la cabeza.
—Aun así, siéntate conmigo igualmente, acompáñame —le pidió Lug.
Liam se desenganchó la espada de Lug de su cinto y la azotó bruscamente sobre la mesa:
—Tal vez sea necesario que aclaremos algunas cosas —dijo, permaneciendo obstinadamente de pie—. Tú y yo ya no somos amigos. La única razón por la que todavía estoy en esta habitación, soportando tu presencia, es porque eres el único que puede llevarme a Sabrina.
Lug apoyó el tenedor al costado de su plato y suspiró:
—Liam… —comenzó—. Sé que estás enojado, pero nuestra amistad sigue en pie. De otra forma, no habrías traicionado a Stefan para liberarme.
—Lo que hice con Stefan no fue por ti, fue por Sabrina —le contestó el otro fríamente—. Necesitaba asegurarme de que no te hiciera confesar su paradero.
—Nunca lo habría hecho, Liam, ¡nunca! —negó enfáticamente con la cabeza Lug—. Nunca dejaría que fuera dañada de ninguna forma.
—¿Por qué he de creerte? Yo era supuestamente tu amigo y permitiste que Stefan me destrozara. A ella ni siquiera la conoces personalmente.
—Ella es importante para mí —aseguró Lug.
—¿Importante? ¿Por qué? ¿Quién es ella para ti?
—Ella… —Lug tragó saliva—. Ella es mi hermana.
Liam se lo quedó mirando por un largo momento. La declaración de Lug lo tomó por sorpresa de tal forma que lo dejó mudo. Muy lentamente, Liam descorrió la silla del otro lado de la mesa y se sentó. Observó a Lug con el ceño fruncido por varios segundos y finalmente habló:
—¿Qué? —fue todo lo que atinó a decir.
—La historia es larga y complicada… —comenzó Lug.
—Y vas a contármela por completo, sin omitir nada —le exigió Liam.
—Por supuesto —asintió Lug—. No más ocultamientos.
Liam asintió, satisfecho de que Lug por fin hubiera entendido la situación y hubiera accedido a darle la información que le había sido negada desde el principio.
—Esta no es mi primera incursión en Ingra —comenzó Lug.
—Eso ya lo había deducido —intervino fríamente Liam.
—La primera vez, vine con Dana y Calpar —continuó Lug, sin inmutarse—. Nos encontramos en medio de una guerra. Mi postura era no intervenir, pero Calpar no aceptó eso. Le dije que no podía elegir un bando, desestabilizar el balance de Ingra, pero él me contestó que no tenía intenciones de elegir bandos, sino solo de frenar la guerra, tal como yo había hecho en Faberland hace mucho tiempo. Las tropas de Agrimar habían cruzado el río Pomel y estaban eliminando de forma quirúrgica a las de Marakar, ocultas en el bosque Virmani, por medio de incendios premeditados. Calpar conjuró una tormenta que acabó con esa estrategia, salvó el bosque, el palacio de Marakar y las tropas de ambos bandos.
—La batalla de Virmani —murmuró Liam, recordando las zonas quemadas del bosque que había visto desde las barrancas al otro lado del río Pomel—. Pero Sabrina dijo que esa batalla fue antes de que ella naciera, hace más de veinte años —cuestionó.
—El tiempo corre diferente en Ingra —explicó Lug.
—Dos años en el Círculo son como veinticinco en Ingra —dijo Liam, recordando la extraña conversación que Lug había tenido con Bernard en la biblioteca de Marakar.
—Sí —confirmó Lug—. La batalla de Virmani ocurrió hace casi treinta años.
—¿Qué pasó después?
—El intento de Calpar por salvar vidas tuvo consecuencias inesperadas, consecuencias de un horror inenarrable. No sé si fue por frustración ante la batalla perdida o por pura maldad y odio, pero la respuesta de Agrimar a la derrota de Virmani fue algo llamado la Gran Purga. El exterminio sistemático de todos los inmigrantes de Marakar que vivían pacíficamente en Agrimar, personas comunes y corrientes, viviendo una vida simple de trabajo honesto, adaptadas perfectamente a la cultura de Agrimar, inocentes de todos los manejos políticos de sus reyes. Primero, cayeron los nacidos en Marakar, los inmigrantes primarios, luego la matanza se extendió a sus descendientes nativos de Agrimar, a sus esposos y esposas, hermanos, primos, todos los que tuvieran algún lazo de sangre con inmigrantes de Marakar. Después, siguieron los amigos de cualquiera de ellos, los conocidos, los simpatizantes, y hasta personas sin conexión que eran acusadas por sus vecinos de estar involucrados con alguno de ellos. Secuestrados en medio de la noche, encarcelados, torturados, y finalmente asesinados sin piedad. Más de cien mil seres humanos perdieron la vida en la Gran Purga a manos de soldados enviciados, ciegos de odio. Calpar se culpó de todo. Me costó mucho hacerle entender que no era responsable de la masacre, que de no haber frenado la guerra como lo hizo, tal vez todo Marakar hubiese sido reducido a cenizas con una mortandad aún mayor. Quizás la Gran Purga habría ocurrido de todas formas.
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Editado: 19.02.2021