—Aquí está bien —le dijo Irina al cochero.
El hombre detuvo la carreta a un costado de la enorme avenida para no bloquear el camino.
—¿Y ahora qué?
—Ahora, esperamos —respondió Irina—. Debemos encontrarnos con alguien aquí.
—¿Aquí? ¿Frente al mismísimo palacio del rey?
—Sí —confirmó ella.
—¿Es alguien de la corte?
—No exactamente —contestó ella vagamente.
El cochero suspiró ante la poca locuacidad de la sanadora. Todo el camino desde Cambria había estado tratando de sonsacarle información sobre el destino y el motivo del largo viaje. El destino por fin se había revelado: Vikomer, la capital de Agrimar, y más específicamente, el palacio de Rinaldo, pero el objetivo seguía siendo un misterio tan oscuro como la alargada caja sellada que llevaban en la parte de atrás de la carreta.
—¿Y cuánto tiempo tendremos que esperar? —se quejó el hombre.
—No lo sé —suspiró ella, cansada del interminable interrogatorio del cochero.
—¿Estaría bien si bajo un momento a estirar las piernas?
—Tome —le dio Irina un saco de cuero lleno de monedas—. Este es su pago. A partir de ahora, es libre de hacer lo que quiera.
—¿En serio?
—Sí. Sé que se muere de ganas por visitar las famosas tabernas de Vikomer. Vaya y disfrute. Su trabajo conmigo ha terminado.
—¿No me permitió tomar alcohol en todo el viaje y ahora me manda a las tabernas?
—No lo quería borracho durante el viaje, pero, como le dije, su función ha terminado.
—¿Eso es todo? ¿Va a abandonarme aquí? ¿Cómo se supone que volveré a Cambria?
—En ese saco hay suficiente dinero para comprar un lugar en una caravana de mercaderes —le dijo ella—. Solo trate de no gastarlo todo en cerveza y mujeres y estará bien.
El cochero hizo una mueca de disgusto. Había contado con que Irina lo contrataría para volver a Cambria en la misma carreta, pero, al parecer, este era solo un viaje de ida.
—¿Qué pasará si la persona con la que tiene que encontrarse no aparece? —cuestionó el hombre.
—Ese ya no es su asunto y, por lo tanto, no debe preocuparle —replicó ella con los labios apretados.
La verdad es que ella no había pensado en esa posibilidad. ¿Qué pasaría si su contacto no se presentaba? Por un momento, le pareció que retener al cochero por un tiempo más sería mejor idea que sacárselo de encima, pero, por otro lado, el hombre se había vuelto demasiado insistente e Irina temía que terminara abriendo la caja a la fuerza y viera su contenido. No podía permitir eso, y tampoco podía permitir que el cochero viera con quién se había venido a encontrar ella. El hombre parecía simple y honesto, pero su insaciable curiosidad y su tendencia a parlotear sin cesar eran peligrosas. El éxito de su misión dependía en gran medida de su discreción.
—Estaré en alguna de las tabernas a la vera de la Vía Vertis. No muy lejos, seguramente, ya que no tengo caballo. Si su contacto no viene, búsqueme —se ofreció él.
—Gracias, lo haré —asintió Irina rígidamente con la cabeza.
El cochero esperó un momento, y al ver que ella no decía nada más ni cambiaba de parecer, saltó al suelo con un suspiro, estiró las piernas y se alejó hacia el sur.
Para Irina, fue un alivio verlo partir. Ahora solo tenía que esperar a quien fuera que Valamir había enviado a su encuentro. Esperaba que no fuera Liam. Cualquiera menos Liam. Las cosas no habían terminado bien con él en Cambria y su temperamento violento no era de su agrado.
Después de dos horas interminables, un jinete sospechoso llamó la atención de Irina. El hombre cabalgaba lentamente frente a las rejas que rodeaban los jardines del palacio. Tenía la capucha de su capa subida y ponía cuidado de ocultar su rostro. Parecía estar estudiando el palacio de Rinaldo. Lógicamente, los guardias que patrullaban los jardines no tomaron bien que este extraño personaje rondara el palacio de forma tan sospechosa.
—¡Alto! —le gritó uno de los guardias, acercándose a la reja y desenvainando una espada.
Otro guardia se acercó también, apuntando una ballesta cargada a la cabeza del extraño.
—¡Descúbrase e identifíquese! —le ordenó el guardia.
Muy lentamente, el jinete se bajó la capucha.
—¡Yanis! —lo reconoció Irina, bajando de un salto de la carreta y corriendo hacia él—. ¡Está bien, señores! —levantó las manos hacia los guardias antes de que Yanis abriera la boca—. Este es Yanis, Mago Mayor y yo soy Irina, Sanadora de Cambria al servicio del Mago Mayor Nicodemus. Hemos venido a ver al rey Rinaldo por un asunto de gran importancia —sacó una carta sellada y la entregó al guardia por entre medio de los barrotes—. Por favor, anuncie a su alteza nuestra llegada.
El guardia entrecerró los ojos con desconfianza, pero, al ver el sello real de Istruna en la carta, hizo una inclinación de cabeza:
—Esperen aquí, por favor.
—Desde luego —asintió Irina.
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Editado: 19.02.2021