Era obvio que, sin tener un Óculo, todo esfuerzo de conexión y comunicación con Sorventus estaba destinado al fracaso. Sin embargo, Lug no parecía preocupado al respecto.
—Dana tiene razón —dijo Bruno—, sin el Óculo…
—Ahí es donde entra Augusto —explicó Lug—. Gus: necesito que transformes ese trozo de obsidiana que te di en un trozo de Óculo, usando tus poderes alquímicos.
—Mis prácticas alquímicas son precarias, Lug, Govannon dice que todavía me falta mucho para llegar al nivel…
—No me importa lo que Gov diga sobre tus habilidades, Gus. Todo lo que necesito es tu voluntad de hacerlo.
—Tengo la voluntad. ¿Es eso suficiente? —planteó Augusto.
—Lo será —aseguró Lug.
—Hay un problema —hizo una mueca Augusto—. ¿Cómo voy a transformar esta obsidiana en Óculo si no conozco la composición del Óculo ni he estado en contacto con él?
—El Óculo está compuesto de uranio —respondió Lug—. Y aunque no has tenido contacto con ese elemento, yo sí. Tu mente estará conectada con la mía junto con la de todos los demás. Te pasaré la información que necesites para la transformación alquímica.
—De acuerdo —aceptó Augusto.
Lug abrió el relicario de oro con el Tiamerin. Limpió con cuidado la mancha de sangre que todavía permanecía adherida desde su comunicación con Lorcaster y apoyó la gema en el suelo, en el medio del grupo.
—Nuestras habilidades estarán debilitadas por la cercanía de la tormenta y el intento de este lugar por absorber la valiosa energía que tenemos. Usaremos el Tiamerin para amplificar nuestro poder y contrarrestar eso —explicó Lug, paseando la mirada por el grupo. Nadie objetó—. Muy bien, comencemos.
Lug extendió su mano, tomando la de Augusto a su izquierda.
—Un momento —interrumpió Sabrina de pronto—. No te has dignado a decirme mi función en todo esto. ¿Cuál es? ¿Florero decorativo?
Lug suspiró. Había pensado que podría dilatar esta parte. No quería explicar la función de Sabrina todavía, especialmente porque sabía que, si lo hacía, Dana y los demás descubrirían el precio que había aceptado pagar a Lorcaster para que todo el plan funcionara. Sabía perfectamente que no importaba cuántas promesas de obediencia y confianza arrancara al grupo, ellos no permitirían por nada del mundo que Lug hiciera lo que pensaba hacer.
—Tu parte vendrá después —dijo Lug a Sabrina.
—¿Después de qué?
—Después de que el portal esté abierto —respondió él.
—Bien. ¿Qué es lo que deberé hacer?
—Lo sabrás cuando llegue el momento.
—Me gustaría saberlo ahora para estar preparada. No es justo que hayas instruido a todos los demás de antemano y no a mí —protestó ella.
—Dije que te lo diré después —apretó los puños Lug.
Su tono había sido más severo de lo que hubiese querido. Lug miró de soslayo a Dana, tratando de ver en su rostro si había descubierto que había algo que no estaba del todo bien. Por supuesto, Dana había notado la tensión en Lug y adivinaba que el proceso al cual se enfrentaban era mucho más complejo y riesgoso de lo que Lug lo hacía parecer con sus explicaciones simples. Había un peligro del que Lug no quería hablar.
—¿Todo está bien? —le susurró Dana a Lug en el oído.
—Todo bien —mintió Lug—. Como ya les dije antes, deben seguir las instrucciones que les doy al pie de la letra. En tu caso, Sabrina, tus instrucciones son esperar al momento oportuno en el que te diré qué tienes que hacer.
Sabrina apretó los labios e hizo una mueca de disconformidad, pero se abstuvo de dar voz a más protestas.
—¿Gus? ¿Estás listo? —inquirió Lug.
—Listo —asintió Augusto.
—El material del que está hecho el Óculo es radiactivo. Eso significa que emite una energía nociva y mortal. Es por eso por lo que levantaré un campo protector ni bien Augusto logre materializarlo —explicó Lug. Los demás asintieron en silencio.
Augusto apoyó el trozo de obsidiana en el suelo, frente a sus piernas cruzadas. No tenía intenciones de sostener en la mano un trozo de uranio radiactivo después de la conversión.
—Ábrete a mi mente —le apretó la mano Lug a su yerno—, recibe la información y úsala.
Augusto asintió, cerró los ojos y dejó salir lentamente todo el aire de sus pulmones en un largo suspiro. Lug le proyectó una imagen a su mente. Al principio, Augusto la vio borrosa y lejana, pero al cabo de unos segundos, se hizo más clara: una piedra verde que fulguraba con un extraño e hipnótico resplandor. Augusto amplió la percepción con su habilidad y la visión de la gema verde se transformó en algo más completo, revelando no sólo su aspecto visual, su color, su textura, su forma, sino sus propiedades, sus características íntimas, su composición atómica, su intercambio interno de energía. Augusto se volvió uno con la imagen proporcionada por Lug, y, una vez que la hubo asimilado por completo, proyectó esa información sobre la gema de obsidiana que tenía frente así. Para su sorpresa, la gema negra de obsidiana no presentó la resistencia que esperaba. Por el contrario, la negrura de su ser absorbió con agrado las nuevas instrucciones, como si la gema sintiera placer en absorber información, almacenarla, transformarla. Por un momento, la obsidiana trató de tomar el mando de la transformación, haciendo suyas las propiedades que Augusto le estaba dando para utilizarlas según sus propios designios, pero el alquimista no lo permitió. Augusto forzó sus órdenes, obligando a la obsidiana a ceder todo su poder, todo su ser, toda su esencia. La obsidiana obedeció al poderoso alquimista, entregándose a la transformación, dejando de ser quién era para abrazar una nueva identidad, una nueva estructura: uranio.
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Editado: 19.02.2021