La despedida fue íntima y secreta. Lug eligió partir desde la gran biblioteca de Marakar. Solo Cormac, Liam y Sabrina estaban presentes para decir adiós a Lug, Dana, Bruno y Augusto.
—¿Ansioso? —le murmuró Liam a Augusto.
—Aliviado —sonrió Augusto—. En los últimos días, traté de no pensar cómo sería no poder volver nunca más con Lyanna. No podía tolerar esa posibilidad.
—Dale saludos de mi parte —lo abrazó Liam.
—¿Estás seguro de esto? ¿Estás seguro de que serás feliz aquí?
—Sí —le aseguró Liam—. Tengo mi propia Lyanna —echó una mirada de soslayo a Sabrina.
—Te voy a extrañar, viejo amigo —trató de contener las lágrimas Augusto.
—Y yo a ti, Gus. Prométeme que me visitarás.
—Lo prometo —asintió Augusto con solemnidad.
Los dos amigos se volvieron a abrazar.
—Esto no es justo, Lug —frunció el ceño Sabrina—. Hace apenas unos días que sé que eres mi hermano y me niegas la oportunidad de conocerte mejor. ¿Por qué no puedes quedarte un poco más?
—Esta no es la última vez que nos veremos, hermanita —sonrió Lug—. Prometo volver.
—¿Y me llevarás algún día a conocer el Círculo?
—Desde luego, cuando quieras.
Sabrina asintió satisfecha ante la promesa de Lug y lo abrazó con cariño. Luego abrazó a Dana:
—Gracias por todo, gracias por confiar en mí —le dijo.
—Gracias a ti por haber aceptado esta aventura y haberte convertido en la reina que Marakar e Ingra necesitan —le devolvió Dana.
—Junto a Liam, esa responsabilidad será más fácil de llevar.
—Seguro que sí —sonrió Dana.
Sabrina se secó rápidamente una lágrima que pugnaba por salir y abrazó a Bruno:
—Gracias por haberme dado los consejos que necesitaba oír para no caer en la desesperación —le dijo.
—Eres perfecta y estás en el lugar perfecto —le respondió Bruno—. Nunca dejes que nadie te diga lo contrario.
Liam fue hasta el escritorio de Cormac y trajo un bulto envuelto en tela. Lo desenvolvió y lo entregó a Lug:
—Creo que esto te pertenece.
—¡Mi espada! —exclamó Lug—. Pensé que se había perdido.
—No, Valamir la dejó a mi cuidado.
—Hizo bien —aprobó Lug, desenvainando su arma y examinando la brillante hoja.
—Es una espada magnífica —admitió Liam—, y en verdad es especial. Me sacó de muchos problemas sin siquiera desenvainarla.
—Le diré a Gov que forje una para ti —decidió Lug—. Toda mi familia tiene armas especiales hechas por él y tú eres parte de la familia.
—Gracias, Lug —contestó Liam, emocionado.
—Bueno… —suspiró Lug, colocándose el tahalí con la espada—, creo que estamos listos —tomó la mano de Dana de un lado y de Augusto del otro. A su vez, Augusto tomó la mano de Bruno—. Adiós, mis muy queridos amigos. Cormac, si surge problemas, ya sabes cómo contactarme, aunque este mundo queda en muy buenas manos y no creo que necesite intervenir.
—Oh, no, Lug —sentenció Cormac con un dedo en alto—, no pienses que te llamaré solo cuando haya problemas, también requeriré tu presencia si olvidas tu promesa de visitarnos.
—Los extrañaré a todos —dijo Lug—. No tendrás que llamarme para que los visite, te lo aseguro.
—Adiós, amigo, gracias por todo —dijo Cormac.
Lug asintió con la cabeza.
—Es hora —dijo, mirando de soslayo a Dana.
Acto seguido, cerró los ojos y los cuatro viajeros desaparecieron sin dejar rastro de la biblioteca.
Sabrina se echó a llorar.
—Ey —la abrazó Cormac—, no llores. Volverán. Mientras tanto, me tienes a mí y a Liam. No soy un importante rey, pero prometo siempre estar a tu lado.
—Como siempre lo has estado —apoyó Sabrina la cabeza en el hombro de Cormac, enjugando sus lágrimas—. Gracias, papá.
Esta vez fue Cormac el que lagrimeó. Se derretía cuando Sabrina lo llamaba “papá”.
Había mucho para construir en Ingra. Había una historia que cambiar. Había un futuro prometedor. Lug tenía razón: este mundo estaba ahora en las mejores manos para lograr todos esos objetivos, y más…
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Editado: 19.02.2021