Cap 42
Herbert se acercó a Ela.
- Bienvenida de nuevo. Ahora ustedes chicos pueden seguir con sus diálogos amorosos, y yo voy a seguir con mis asuntos.
- Traigan los botellones - ordenó Herbert a sus subordinados.
Dos de los policías salieron a paso rápido.
- Entonces doctora - Herbert se dio vuelta a Elizabeth. La cara de él se trasformó. Ahora estaba muy seria. - ¿Dónde está tu laboratorio?
- Primero sueltas a la señorita Dickens.
- Me lo imaginaba que lo vas a pedir, si no, la resurrección de la chica no tiene sentido.
- ¿Entonces? - preguntó la doctora.
Herbert se quedó pensando.
- Está bien. Para mi victoria de hoy esta chica no resulta un gran trofeo. Lo único que me gustaría saber, ¿porque ustedes están tan aferrados a ella?
La doctora miró a Ela con amor.
- Ella es mi creación. Le quería delegar mi lucha.
- Me estas mintiendo bruja - dijo Herbert meneando la cabeza - yo sé que esta chica tiene algo especial, pero no sé qué es. Por algo su madre le tenía miedo desde que Ela nació. Por algo, a lo largo de su vida, alrededor de Ela habían cosas extrañas. Como por ejemplo, cada tanto se desmayaba la gente.
Herbert se dio vuelta.
- Traigan a Jerome!
El policía que tenía vigilado a padre de Ela, apartó la pistola de su cabeza.
Jerome se levantó.
Su mirada parecía ser de un cristiano que vio a Jesús mismo.
Jerome despacio se acercó a Ela. Los ojos de hombre se llenaron de lágrimas.
- Hija. ¡Estas viva! Mi chiquita.
- Papa. ¡Cómo te extrañé!
Jerome abrazó a Ela. Ella apoyo la cabeza en su hombro. Ela estaba llorando.
- Desde que moriste yo no quería vivir. Después solo tenía esperanza de verte y poder abrazar una vez más.
- Estoy viva, papa. Estoy contigo.
- ¿Que les parece si seguimos conversando ente todos? - dijo Herbert.
Jerome miró a Elizabeth.
- ¡Gracias doctora por resucitar a mi hija!
Elizabeth se sintió incomoda. Solo bajó la mirada. Parecía que había algo que no podía enfrentar.
Herbert miró a Jerome.
- Mi viejo amigo. Me emociona verte tan feliz, pero no entiendo ¿por qué agradeces a la asesina de tu hija?
La cara de Jerome se puso pálida.
- ¿De qué me estás hablando?
Herbert sonrió.
- ¿Que te parece bruja, le cuento yo o le cuentas tú?
Jerome soltó a Ela y se acercó a Elizabeth.
- ¿Que pasa doctora? ¿Hay algo que debo saber?
La doctora miró al piso.
Acomodó la sabana en que estaba envuelta.
- Escúcheme Jerome - dijo la doctora con la voz ronca - nosotros no teníamos otra opción. Estábamos en peligro. Por eso cuando Ela estaba internada yo decidí a hacer de Ela una "crimson".
- ...y para eso primero la tenías que matar - dijo Herbert.
Jerome miró fijo a los ojos de la doctora. Apretó fuerte los puños. Parece que estaba a punto de pegarla.
Herbert se acercó a Jerome y le puso la mano en el hombro.
- Ya está amigo, son cosas que pasan en la vida. A veces te encuentras con gente muy mala.
Ricchi se acercó a Ela y la abrazó de los hombros. La chica miraba a la doctora con cara de desilusión. Hace unos minutos ella sentía que tenía una madre. Y ahora la traicionaron una vez más.
Mientras tanto Herbert seguía dirigiendo la situación.
- Bueno, volvemos a lo nuestro. Entonces, la suelto a Ela y me decís la ubicación de tu laboratorio.
- Primero ella se va - dijo la doctora.
- Está bien - dijo Herbert e hizo una seña a los policías en la puerta.
Los dos vigilantes se apartaron de la salida.
Ela miró a la puerta.
- ¡No voy a ir sin mi padre y mi novio!
Herbert miró a Ricchi.
- ¿Es tu novio? ¡Ja! No lo imagino. Al menos que lo conviertas también en un zombi como tú.
Ela se puso enfrente de Herbert.
- ¡No es asunto tuyo! ¡Me voy con ellos!
Herbert suspiró.
- Está buen. Ustedes se aprovechan de mí que estoy de buen humor. Váyanse los tres. Pero si a alguno de ustedes yo encuentro en esta ciudad, no van a tener una segunda oportunidad.
Ricchi suspiró con alivio.
De repente la puerta de entrada se abrió y entraron los dos policías enviados por Herbert. Cada uno de ellos tenía dos botellones plásticos con un líquido verde.
Al ver los botellines los ojos de Elizabeth se llenaron de lágrimas. Ella sabía que llego su fin.
- ¿Qué es esto? - preguntó Jerome.
- ¿Y a que parece? - dijo Herbert. - Ya que a esta bruja no la afecta el fuego, vamos a usar un ácido.
Ricchi miró a la doctora con lastima.
Jerome lo agarró al chico de la mano. Con la otra sostenía a Ela.
- Vámonos - dijo él.
- Esperen - la doctora se acercó a ellos - ¿me puedo despedir de Ela?
Jerome miro a Herbert.
- No me mires a mí - dijo Herbert sarcásticamente - no me tienes que pedir permiso. Ustedes ya están libres. Es tu decisión.
Jerome le clavó una mirada de odio. Después miró a la doctora y asintió la cabeza.
Elizabeth se acercó a Ela.
La miró a los ojos.
- Si algún día trates de entender como fue mi vida todos estos años, posiblemente me vas a perdonar. Yo tenía que hacerlo. Te puse en el altar de nuestra lucha. Pero lo hice por toda la gente que esperaba de mí una salvación. Nos estaban persiguiendo y matando.
- Lo voy a tener que entender - dijo Ela – no hay otra opción.
- Lo que te hice - continuó la doctora - fue porque tú tienes un don especial. ¿Me entiendes Ela?
- Entiendo.
La doctora la agarró de la mano.
- Ela, mírame. ¿Me entiendes?
La chica miró a los ojos de la mujer sin entender el sentido de sus palabras.
- Ela - dijo Elizabeth casi susurrando - tu puedes salvarnos ahora mismo.
"¡Mi poder!" - se acordó Ela - "lo puedo usar."
Ela se dio vuelta y miró a Herbert tratando de hablar a su alma.
- ¿Que te hice ahora? - dijo el hombre sonriendo - ¿qué me miras con tanto odio?
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Editado: 27.09.2019