La reina en el castillo de arena

3

Trampa

 

Pensativa, jugaba con el bolígrafo. Estaba siendo un día difícil. Para empezar, la publicación de las fechas de los primeros parciales. Luego, la intensa exposición del doctor Álvarez sobre el desarrollo de las conexiones neurológicas. Y, ahora, se encontraba enfrascada junto a su compañero de estudios en cómo focalizar su trabajo sin ser demasiado simplistas.

Su mente le pedía a gritos un descanso. Jonay seguía apuntando ideas sin parar en un triste folio. Pensó amargamente que sería una tarea ardua convertir esa solitaria hoja en un escrito apasionante de cien páginas. Le dio varios sorbitos a su té hirviendo, esperando tener una revelación que le indicara cómo proseguir. Admiraba el entusiasmo y la tenacidad del chico, que no desfallecía y continuaba con su verborrea soltando perlas de ingenio. Detestaba admitirlo, pero todo el peso del proyecto recaía en él. Ella se limitaba a asentir o complementar su planteamiento.

Se distrajo unos segundos observando el horizonte a través de la ventana. Los nubarrones volvían a encapotar el cielo. Se preveían tormentas eléctricas para esa noche, y deseaba estar en casa antes de que comenzaran. Un escalofrío repentino recorrió su médula espinal y, extrañamente, todo su cuerpo pareció ponerse alerta. Con suspicacia, miró a su alrededor y descubrió una de las ventanas abierta de par en par. El frío era inaguantable, así que decidió ponerse de nuevo su abrigo añil.

—¿Te pasa algo? —Jonay mantenía las cejas arqueadas. Sus ojos verdes parecían aún más peculiares.

—No, no… Solo ha sido una ráfaga de viento —le dijo confusa—. Creo que se me han congelado hasta las orejas.

—Si te encuentras mal, podemos dejarlo para otro día —le sugirió, también algo cansado—. Hay una cafetería estupenda al otro lado de la calle. Hacen unos cafés con aroma de vainilla, avellanas… ¿Te apetece?

—Me encantan las avellanas, y no me vendría mal despejarme un poco.

El aire gélido de la calle azotaba sus mejillas sin piedad. Valeria se cubrió parte del rostro con la bufanda. Con las manos en los bolsillos, daba saltitos de vez en cuando para entrar en calor. Jonay caminaba a su lado, despreocupado. Su cabello azabache ondeaba con la brisa que se había levantado. La chica reparó en sus labios carnosos, que se habían tornado tenuemente violáceos. Sin embargo, a pesar del abrigo ligero que portaba, él no se lamentaba. Con desparpajo, se abrió paso entre la gente y entró en la cafetería. Como un caballero, hizo cola hasta llegar a la barra mientras ella se acomodaba en una de las mesas de la esquina.

Valeria se aflojó la bufanda que aprisionaba su cuello y se desabotonó el abrigo. Observó al chico desde allí. Tenía un cuerpo atlético, con espaldas anchas y cintura estrecha. Intuyó que debía ser un gran nadador. Hacía años que no pisaba una playa, desde que su madre había muerto. Sus vacaciones se limitaban a visitar a los abuelos. Se frotó las manos para entrar en calor y, de nuevo, un temblor sacudió su cuerpo. Perpleja, analizó cada rincón de la cafetería. No existía nada que pudiera alarmarla de aquella manera. Y, sin embargo, todo le resultaba muy extraño. Volvió a fijar su atención en su compañero de estudios y se relajó. No iba a darle importancia a una serie de escalofríos fortuitos. Podría ser que simplemente estuviera incubando alguna gripe. Lidia tenía razón: a veces se comportaba como una exagerada.

Jonay la saludó desde la barra y ella le sonrió. Iba a tomarse un delicioso café con un chico sumamente atractivo. Debía aclarar su mente y disfrutar de ese momento. Se sobresaltó entonces al escuchar la melodía de su móvil. Rebuscó en el bolso y, atónita, descubrió que en la pantalla se reflejaba el nombre de Daniel. Dudó unos instantes. No sabía si responder o no. Hacía más de un año que no escuchaba su voz, y ahora no era el momento más adecuado para entablar una conversación presumiblemente incómoda. Pero su curiosidad crecía. ¿Para qué demonios la estaba llamando después de un año?

De pronto, un terror atroz se apoderó de ella. ¿Y si sus sentidos la estaban alertando de alguna amenaza? Llevaba todo el día padeciendo continuos sobresaltos que la desconcertaban y la hacían desconfiar. ¡Ayer, Nico! ¿Y hoy, Daniel?

Descolgó, manteniendo la respiración como si así pudiera alejar el mal presentimiento de su cuerpo.

—Valeria, ¿dónde estás? ¡Tienes que venir ya al parque del Retiro! ¡Ha pasado algo grave!

La conversación no iniciaba pero que nada bien. Un sudor frío recorrió de nuevo su espinilla. Aun así, intentó mantener la calma.

—¡¿De qué estás hablando?! No entiendo nada. —Se incorporó y se dirigió a los baños para escuchar mejor.

—Tu hermana no quiso esperarte y ha convocado a algo maligno.

—¡¿Qué haces tú con mi hermana?! ¡¿Qué está pasando?! —le preguntó confusa.

—Hola, Val…

—¿Érika? ¿Estás bien?

—No se trata de Érika. ¡Han secuestrado a Lidia!

Creyó desmayarse. Dejó caer la espalda contra la pared, esperando que amortiguara su inmediato desplome. Las piernas le flaqueaban y estaba perdiendo el equilibrio, pero consiguió in extremis agarrarse a uno de los lavabos y mantenerse incorporada. No comprendía nada. ¿De qué locura estaba hablando Daniel? ¿Quién se había llevado a su hermana?

—¡Valeria! ¡Valeria! Te necesitamos aquí ya. Voy a pasarte las coordenadas.

Con los dedos temblorosos, Daniel intentaba manejar el móvil. Estaba angustiado. Su mente había intentado reaccionar a todo lo acontecido, pero se había bloqueado. Era evidente que lo que se había llevado a Lidia no era de este mundo. Ella había hablado de Nims, así que suponía que la chica se encontraba ahora en Silbriar. Lo había discutido con su hermano, y ambos habían llegado a la misma conclusión: un gnomo no tenía tanto poder y no aparecería tras una siniestra neblina. Solo un mago podría haber hecho una cosa semejante como imitar el aspecto de Nims, confiando en que Lidia caería en la trampa y que leería el conjuro que tan hábilmente había preparado.




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