La reina en el castillo de arena

4

Pan

Se desplomó en una de las sillas, luchando por combatir el torbellino de pensamientos que la azotaban y la envolvían en una desmesurada sensación de impotencia sumada a unos enormes e incontrolables deseos de llorar. Una lágrima comenzó a despuntar de sus ojos cristalinos.

Jonay la había engañado desde el principio. No era el chico encantador que había conocido para realizar un trabajo de clase y que se había ofrecido desinteresadamente para ayudarla a buscar a sus hermanas. ¡Era un guardián que la espiaba! La había seguido con premeditación, examinando su comportamiento, analizando sus palabras, y se había aprovechado de su debilidad en el momento más oportuno.

—Sé que tienes muchas preguntas.

Valeria se incorporó, se acercó al chico y le propinó un sonoro bofetón.

—¡Eres un cerdo! Has estado utilizándome todo este tiempo.

—¡Te he estado protegiendo! ¡Soy un guardián! —Jonay trataba de explicarse.

—Querrás decir que soy tu misión. —Miró fijamente los ojos del chico—. Me has estado espiando. ¿Para qué?, ¿para venir a informar corriendo a tu jefe?

—¡Es mi maestro!

—¡Me importa un bledo! —Comenzaba a exasperarse—. Dime, ¿por eso has venido de tan lejos a esta ciudad? ¿Acaso quieres ser médico? ¿O también me has engañado en eso?

—Iba a estudiar medicina en la Universidad de La Laguna, esos eran mis planes, pero entonces intervino mi maestro y me dijo que debía trasladarme aquí, a Madrid. Tenía que proteger a las descendientes.

—¿Protegernos de qué? Ya habíamos regresado de Silbriar, teníamos nuestras aburridas vidas aquí.

—Debía informar si se producía algún contacto mágico con el otro mundo. Ante todo, tenía que impedir que Lidia volviese a Silbriar. —Meditó unos segundos sus palabras—. Conozco la existencia del vínculo oscuro.

Valeria palideció. ¿Cómo podía ser aquello posible? Había hecho un juramento que únicamente tres personas conocían: Bibolum, Aldin y Libélula. ¿Acaso la comunidad mágica era ya consciente de las consecuencias del terrible beso? ¿Y entonces por qué no habían espiado a Lidia directamente? ¿Por qué se centraban en ella?

—¡Pues lo has hecho fatal! Porque Lidia ha sido engañada y secuestrada por un mago oscuro, porque Érika ha ido tras ella. ¡Y yo sigo aquí, encerrada en un cuartucho de un restaurante chino, contigo!

—Pensé que si alguna de tus hermanas descubría algo inusual te lo contarían.

—Y así poder seguirme para averiguar de qué demonios se trataba. —Valeria controlaba su enojo caminando con las manos en la cintura—. Pues has hecho mal los deberes. Lidia tiene la fea costumbre de no contar conmigo. Claro que no la culpo. He sido una hermana pésima en este último año, nada comprensiva, ¡y ella me odia!

—No te tortures de esa manera. Nada de esto es culpa tuya.

Valeria no aguantó más y rompió a llorar. No soportaba la idea de que sus hermanas se encontraran en peligro en un mundo lejano y repleto de magia destructiva. Intentó detener su llanto como fuese, no quería mostrarse vulnerable ante un desconocido, pero cuanto más se concentraba en él y en que debía parar, más descontrolados se volvían sus sentimientos. Sentía una asfixia en los pulmones que apenas la dejaba respirar, y su corazón estaba a un metro fuera de su cuerpo, bombeando como un caballo desbocado y sin rumbo.

Jonay se acercó a ella con ternura y la abrazó. Ella no pudo rechazarlo; sus brazos eran reconfortantes. El chico le brindaba un consuelo que ella pedía a gritos, y lentamente, la impotencia y la rabia se fueron desvaneciendo. Su enojo mostraba la frustración que bullía desesperada desde sus entrañas por haber sido apartada de los planes de su hermana, por no haber viajado con el resto a Silbriar, por sentirse engañada por su compañero de estudios, pero sobre todo por haber sido ¡una completa idiota!

—Voy a ayudarte. Todavía no lo sabes, pero puedes confiar en mí —le susurró en el oído con voz resuelta. Valeria fue consciente de que era el único con el que podía contar en ese momento—. Soy tu guardián, y he jurado protegerte.

Jonay se separó del cuerpo de la muchacha con lentitud y, con las yemas de los dedos, secó sus mejillas. Ella lo apartó con suavidad y se restregó con las palmas de las manos los ojos, todavía humedecidos. Debía pensar con claridad. Sus ideas estaban empañadas por el torrente de emociones que la desbordaban. Ignoraba si su plan de recoger un trozo de espejo de la tienda era viable y si con él podría cruzar al otro lado. Quizá debía darle una segunda oportunidad. Él era un guardián, y tal vez la ayudaría en su inesperado viaje, ya que todo el coraje que había hinchado sus pulmones se había esfumado al primer contratiempo.

—Tenemos que buscar la manera de llegar a Silbriar —logró decir con voz quebrada.

—Sé cómo cruzar. —Jonay señaló la boina verde, que continuaba brillando sobre la mesa—. Ese es mi objeto, y un día perteneció a Peter Pan.

Valeria lo observó perpleja. Por mucho que imaginara, era incapaz de averiguar qué poder contenía una gorra. Claro que tampoco habría adivinado que las botas de Nico escondían la habilidad de correr a toda velocidad. Pero si algo había aprendido en Silbriar, era que lo impensable era posible.

Jonay le guiñó un ojo al contemplar el rostro de incredulidad de la muchacha. Se ajustó la boina con delicadeza en la cabeza y dejó caer sus párpados. Lentamente, sus pies se despegaron del suelo y fue ascendiendo hasta colocarse a un metro del pavimento.

—¿No me digas que nunca te has leído el cuento? —Jonay reía a carcajadas.

¡Claro que conocía la historia! Su madre le leía cuentos cada noche, y aunque era muy pequeña y apenas recordaba algunos fragmentos, sabía que Peter Pan procedía del país de Nunca Jamás. Y entonces comprendió. Con una sonrisa cómplice, miró al muchacho, decidida.

—¿Y piensas llegar volando a Silbriar?




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