La reina malvada

Capítulo 4

Cuestión de horas 

En cuanto llegaron al aeropuerto, uno de los empleados de tierra los esperaba para hacerse cargo del vehículo. William y Ariadne se dirigieron al control de seguridad en donde otro asistente se ocupó de su equipaje y le indico a una terminal privada desde la que embarcarían.

Al cruzar la puerta de cristal accedieron directamente a la pista de aterrizaje. Ariadne tragó saliva al ver el jet privado que aguardaba en la entrada. No estaba preparada mental mente para actuar con naturalidad ante aquella incómoda situación.

Mientras se acercaban al jet, una hermosa mujer descendió por la escalerilla y se dirigió a su encuentro con pasos rápidos. Vestía un sobrio traje gris y un pañuelo de color rojo anudado a su cuello. La melena castaña clara le cubría los hombros pasan por ellos hasta el inició de su cintura atado en una coleta baja.

Le dedicó una sonrisa forzada a Ariadne antes de dirigirse a William:

—Bienvenido, señor Hamilton. Hoy estará a cargo de Lissa Campbell, de Troy y Sam. Todo está preparado como dispuso. En cuanto suban a bordo, daré órdenes a los pilotos para que despeguen.

William la observó con sutileza antes de sonreír.

—¿Es necesario tanta formalidad, Lissa?

Ella asintió con una enorme sonrisa y sus mejillas se cubrieron de un rubor extraño que Ariadne no fue capaz de pasar desapercibido.

—Tengo ordenes, jefe. Creo que lo entenderá en cuanto lleguemos con su familia hasta entonces solo tengo que hacer mi trabajo y llevarlos sanos y salvos.

—Vaya, pareciera que desde esa noche todo cambio…

—Como no se imagina, señor.

—No quiero ni imaginarme que tantas cosas son las que han cambiado, es como si me hubiera ido por mucho tiempo no reconozco nada.

—Eso no es lo importante, señor. Usted sigue siendo el mismo de siempre —dijo ella con sus ojos demasiado brillantes.

—Tú igual sigues estando igual desde esa noche de 1859 —ríe divertido—. Y anda, déjate de tantas formalidades. Ya hemos pasado por diversas cosas como para que me llames de esa forma.

Lissa asintió entre risas y orgullo.

Ariadne contempla la escena completamente inmóvil. Una extraña sensación de instalo dentro del pecho de ella al tomar conciencia de quién es cómo era William.

«Tú igual sigues estando igual desde esa noche de 1859». El paso del tiempo no le afectaba en lo más mínimo, pero a su alrededor la gente si envejecía. Lissa era la prueba que ella necesitaba. Y ella también lo haría mientras que él…

Se obligo a apartar esa idea y subió la escalerilla del jet, donde Tylor y Brooklyn los esperan

🦇🩸🖤

—¿Tiras o no? —les pregunta Tylor.

William les echó otro vistazo a sus cartas y después observó el rostro de su amigo.

Su expresión era indescifrable. Se acarició la mandíbula, pensativo.

⸺De acuerdo, ahí van veinte.

Tylor sonrió con malicia.

—Veo tus veintes y subo veinte más.

—¿Me estás queriendo jugar una broma? Eso es imposible.

Ariadne cerró su libro al que intentaba leer y se reclinó perezosa sobre su asiento. Los observó con una sonrisa mientras ellos discutían como niños. Le encaban ver a William divirtiéndose y relajándose. Nada que ver con el chico arisco y distante que había conocido hace tiempo atrás.

—Deja de quejarte y solo juego —se queja Tylor.

—Vale, veo tus otros veinte. ¿Qué tienes?

Tylor dejó las cartas sobre la mesa en cámara lenta.

—Póquer de ases.

—¡Ni hablar, estás haciendo trampa!

—Yo nunca hago trampa. Estás ante un maestro.

—Pero un maldito maestro del timo, querrás decir más bien —gruñe William.

Una gran sonrisa engreída se dibujó en los labios de Tylor.

—Asúmelo, Will, soy un lobo astuto e inteligente. Y tú una pequeña rata con alas que…

No pudo terminar la frase ya que William se le lanzo encima.

Brook regresó de la cocina y se sentó frente a Ariadne con un vaso de plástico con tapa entre las manos. Se llevó una pajita a los labios, pero al primer sorbo se detuvo al darse cuenta de que Ariadne la observa con los ojos muy abiertos molestándole.

—Sí esto te resulta descargable puedes largarte de mí vista.

Ariadne se obligó a apartar la vista de la sangre que lleva el interior del vaso y negó con vehemencia. Inspiró y el color regresó a su rostro. Aun no logran encajar a la perfección entre ellas.

—Creo que debo irme acostumbrando.

—Te puedo asegurar que nadie ha sufrido, ni siquiera un poco.

—Lo sé, lo sé, William ya me lo había explicado antes.

Brooklyn se deshizo de sus tacones y dobló sus rodillas sobre el asiento. Miró a Ariadne con cierto desprecio. En el fondo deseaba que dentro de ella una parte verdaderamente los aceptara sin reservas, pero no ansiada un futuro en el que ella formara parte de su futuro, aunque eso trajera a su hermano de regreso a la vida.

Se llevó la pajita a sus labios y bebió un poco mientras observaba a Tylor reír con su hermano.

—Creo que me gusta —dijo en voz baja.

Ariadne la miró de reojo y después a Tylor.

—¿Te estas refiriendo a Tylor? —Brook asintió—. Yo no lo creo es más estoy segura y apostaría a que el sentimiento es algo mutuo.

—¿De verdad lo crees? —Al notar que Ariadne no le respondía, ladeó un poco su cabeza para mirarla y la encontró observando a Lissa, que a su vez no perdía el detalle de nada de lo que William hacía—. Es su mejor amiga y te recomiendo que mejor no la hagas enojar.

—Creo que ya me he dado cuenta de eso.

—Es algo interesante conocer su historia, pero no te preocupes a ella le gustan las mujeres.

—¿Entonces a que viene esa cara?

Ariadne tuvo que obligarse a apartar su mirada de Lissa y se miró sus manos, que reposa sobre su libo. Su mente continúa imaginando a William intemporal, trabajado con Lissa quien es demasiado hermosa y tiene cierto carisma. Ahora ella es su mejor amiga, probablemente tengan la misma edad por lo que se llevan demasiado bien. Y su reloj continuaba avanzado sin pausa alguna hacía la madurez. En pocos años, ella también sería más mayor que ahora.




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