“…Saludo en nombre de Jesucristo. Os ruego me informéis si llegó a vuestras manos las cartas en la que te señalo realmente quien es la gran Babilonia la ramera que fue revelada a Juan siervo del Señor...” fue el mensaje del texto más claro que se pudo entender y que conmocionó a los asistentes. “Nunca pudo llegar a su destino, pero para fortuna nuestra su destino fue llegar a nosotros” aseguró unos de los asistentes del centro arqueológico. Los más estupefactos fueron Dimitrios y Yehoshua. Como un relámpago que iluminó sus mentes, la idea que se les ocurrió fue averiguar por Adriano, que aunque no existían pruebas para verificar su identidad, uno de los científicos dijo que en una iglesia de Corinto veneraban a un mártir llamado Hadrianus que había muerto en el año 115.
Fueron pues y hallaron la iglesia mencionada y efectivamente el sacerdote que los recibió les comentó acerca de Hadrianus o Adriano que había sido uno de los primeros convertidos por el Apóstol San Pablo en Corinto y luego de la muerte de éste, mantuvo correspondencia con el Apóstol San Juan. En el año 115 fue perseguido y finalmente sentenciado a muerte por ser cristiano. Sus restos fueron sepultados en una catacumba que con el transcurso de los siglos comenzó a ser venerada para que finalmente durante el reinado del emperador Constantino se construyera una iglesia en el año 330 en aquel lugar. Se decía además que había recibido una serie de “visiones”. Cuando Yehoshua y Dimitrios preguntaron el sitio de la tumba de aquel mártir, el sacerdote les dijo que se encontraba en la capilla oriental y les enseñó el sitio que estaba protegido por unas rejas de seguridad. Se veía un sarcófago de mármol con una tapa que parecía fácil de remover.
Nuevamente las ideas iluminaron las mentes de Yehoshua y Dimitrios y se ocultaron en los confesionarios de la iglesia. Cuando la oscuridad de la noche fue su mejor aliada, salieron rumbo a la cripta del mártir para investigar si éste tendría algún objeto que los llevara con el mensaje que les mencionó el rollo descifrado. Tuvieron razón en que la tumba tenía una tapa en mármol fácil de remover y encontraron que había un sarcófago en madera bastante descompuesta. En latín había una inscripción que decía “Hadrianus, Martyr Christi”, con la que comprobaron efectivamente que el personaje que buscaban estaba realmente allí. Se hicieron de algunas herramientas caseras para romper la tapa de madera sin importar la profanación que ya estaban cometiendo desde el mismo instante de esconderse en los confesionarios.
Al cabo de unos diez minutos dejaron el sarcófago al descubierto iluminándolo alrededor con varios cirios que había en el altar. Los restos óseos se dejaron ver bastante desubicados y en sus pies había varias cosas que en vida usó como un manto de tela fina bastante corroída por el tiempo, la última túnica que vistió, varios pergaminos y una bolsa en cuero de oveja; de allí sustrajeron los pergaminos y la bolsa de cuero para con el mismo cuidado volver a tapar la tumba con la piedra que la protegía. Ahora, la mayor proeza que debían realizar era salir de aquel lugar antes que llegara el sacerdote u otra persona y los descubriera. Ya no podrían hacer otra cosa peor que haber profanado el lugar sagrado y decidieron entonces escapar por el campanario y los tejados vecinos. Lograron salir con éxito por un callejón y se dirigieron rumbo al hotel donde estaban Inna y los demás con la preocupación de que algo les hubiera pasado.
A la mañana siguiente, uno de los acólitos que ayudaban con el aseo de la iglesia, descubrió que cerca a la tumba de Hadrianus habían astillas de madera y restos de cera derretida en el suelo, con lo que angustiado llamó con urgencia al sacerdote que al examinar detenidamente se dio cuenta que la tumba había sido profanada aunque no abrió el sarcófago. No llamó a la policía sino al Obispo directo informando de un posible acto de peligro contra la fe. El Obispo envió un mensaje sellado con un cuño en cera a un Cardenal en el Vaticano llamado Basilio Archidionis de un problema que había ocurrido en la Iglesia de San Adriano. Mientras tanto, Yehoshua y Dimitrios fueron de nuevo al centro arqueológico con los rollos para que les ayudaran.
Les mintieron a los doctores haciéndoles creer que habían encontrado los rollos en una cueva cerca a Tesalónica lo cual creyeron, pues recordaron que así aconteció en Qumrám en 1947 con los famosos Rollos del Mar Muerto. Procedieron con los análisis químicos para determinar las fechas en las que fueron escritos y para revisar su contenido.
Pasaron tres horas antes de encontrar en uno de los últimos rollos un mensaje que decía “Juan, apóstol y siervo de Jesucristo a Adrianus, saludos. Te escribo hijo mío, porque de varios hermanos en Corinto me llegaron palabras de duda y de confusión acerca de la Revelación de la gran ramera que me fue mostrada. (…) Babilonia (…) siete montes (…)”. Parte del documento no era legible por lo que era necesario traer maquinaria más sofisticada desde Atenas. Los doctores admirados también por el “hallazgo” se comprometieron a hacer traer los equipos pues era un momento histórico que los llenaba de emoción. Mientras tanto, Dimitrios había escondido la bolsa pues quería descubrir que cosas contenía.