La Rosa

El regreso del segundo corazón

Algunos minutos antes

Mis primas y yo, junto a otras jóvenes nobles de la ciudad, nos encontrábamos de camino al albergue de Mirza para ayudar. Sin embargo, nuestro carruaje y el de las baronesas Conti fueron emboscados por unas cien personas, quienes mataron al cochero y a mi guardia dorada. Sin ninguna protección, los hombres se apoderaron de mi carruaje y nos llevaron a la puerta de la ciudad. Los gritos de las jóvenes llamaron la atención de todos y los soldados llegaron rápidamente para detener a los secuestradores. A pesar de nuestros intentos, la puerta estaba cerrada y la batalla se intensificaba fuera del carruaje. Cuando los secuestradores tuvieron el camino libre, salieron con nosotras de la ciudad. Nos alejamos cada vez más de la ciudad y las tropas del emperador estaban detrás nuestra, pero cada vez los dejábamos más atrás, perdiendo la oportunidad de ser rescatadas. Cuando menos lo esperábamos, escuchamos una trompeta y sesenta jinetes descendieron de la colina para detener a los secuestradores. Con miedo, cada una nos apartamos de la puerta. Cuando esta se abrió, mis ojos se iluminaron al ver el rostro más hermoso y nostálgico que alguna vez pude soñar.

"Mis Ladys, ¿se encuentran bien?", preguntó el joven. Antes de darles tiempo a responder, salté a los brazos del joven con lágrimas en los ojos.

"No me vuelvas a abandonar", le dije enojada mientras lo golpeaba.

"Elena, está bien, no te volveré a abandonar".

"¿Júralo, por favor?"

"Yo, Arthur Nabókov, decimotercer príncipe de Bizandria, prometo alegrar tu corazón cada vez que me sea posible", me juró Arthur. En ese momento, se escuchó como caía una espada. Al observar, me encontré con el emperador observándonos.

"Esto... ¿cómo es posible?"

"Padre, estoy vivo. Esos traidores no pudieron asesinarme".

"Tu madre gritará de felicidad al verte con vida. ¿Quiénes son ellos?"

"Me presento, majestad. Soy el cazador del pueblo de Capua. Hace dos meses, rescatamos al príncipe de la explosión. Su cuerpo se encontraba mal herido y existía el riesgo de que no sobreviviera".

"Mis hombres recorrieron el territorio en más de una ocasión, atravesaron su pueblo en más de una ocasión. ¿Por qué nunca le informaron a mis hombres?"

"Por órdenes mías", comento un caballero santo.

"¿Con qué derecho usted tomó esa decisión?"

"Perdone, majestad, pero solo seguía órdenes del obispo. Él sospechaba que intentarían asesinar a nuestro príncipe, por dicha razón nos ordenó hacer todo lo necesario para protegerlo, incluso ocultar que él seguía vivo."

"El obispo se encuentra bajo investigación. ¿Cómo puedo creer...?"

"Padre, es suficiente. Me encuentro con vida y eso es suficiente", le dijo Arthur a su padre.

"Tienes razón. Ustedes lleven a estas basuras al calabozo. Los demás regresamos al castillo". Con la escolta del emperador ahora protegiendo los carruajes, fuimos directamente al castillo. La noticia de que Arthur seguía con vida llegó antes que nosotros a la ciudad y los ciudadanos salían de sus casas a verlo. Después de unos treinta minutos, llegamos al castillo. Para mi sorpresa, la noticia de que el príncipe estaba con vida aún no había llegado. Los guardias, nobles y sirvientes del castillo quedaron sorprendidos al verlo llegar junto con el emperador. En cuanto Arthur bajó del caballo, fue abrazado una vez más.

"Hijo mío, gracias a los señores, gracias", dijo la emperatriz con lágrimas de felicidad.

"Madre", dijo únicamente Arthur mientras la abrazaba con fuerza. ¿Por qué no me abrazó así?

"Arthur, estoy tan feliz de que estés con vida", dijo la duquesa Nadia mientras esperaba su turno para abrazarlo.

mientras observamos el reencuentro, un guardia nos habló "Mis Ladies, su majestad ha ordenado que las llevemos al jardín para que estén más cómodas". Seguimos al guardia hasta el jardín. Las rosas perfumadas del jardín trajeron consigo tranquilidad. Detrás de nosotras venía el emperador junto a su familia.

"Arthur, ¿qué sucedió durante los últimos dos meses?", preguntó Nadia.

"Les contaré todo".

................

Ochenta y cuatro días antes

Mientras mis hombres luchaban contra el dragón, yo me encontraba sobre el acantilado, observando y dando órdenes. En el momento en que los cañones estaban siendo cargados con pólvora, el dragón lanzó una bola de fuego que impactó contra los cañones y barriles. La onda expansiva de la explosión me tiró lejos de Triana. Varios caballeros y guardias también fueron lanzados lejos. En el mismo momento, el acantilado comenzó a derrumbarse, tragándose los cañones y soldados. Tras unos minutos observando el acantilado, comencé a sentir dolor. Fue en ese momento que miré mi cuerpo y descubrí que mi armadura se había roto y el fuego de la explosión quemó mi pecho y extremidades. Tras perder la conciencia por el dolor, los caballeros me recogieron y me llevaron hasta un pueblo llamado Capua. El jefe del pueblo, junto al herbolario y médico, hicieron todo lo posible para tratar mis heridas durante días. Pero las quemaduras eran demasiado graves y, con cada día que pasaba, mi vida corría más riesgo. Me mantuvieron con vida durante un mes. Tanto los caballeros como los pueblerinos temían que muriera en cualquier momento. Pero una noche, apareció una mujer con un vestido negro con bordados en forma de tela de araña, acompañada por un abyss reaper. La mujer le entregó una poción extraña al médico y luego desapareció en la oscuridad.

El médico, con dudas, examinó la poción. Aunque no encontró ningún indicio de veneno, dudaba de darme la poción. Uno de los caballeros santos se ofreció para probar la poción. Tras aceptar, el caballero bebió un poco y la poción tuvo efecto de inmediato, curando su rodilla, la cual fue herida por una flecha años atrás cuando era un aventurero. Tras confirmar el efecto, me suministraron la poción. A diferencia de la rodilla, mis heridas tardaron días en sanar. Llegado el final del invierno, mis heridas terminaron de curarse. Cuando estuve totalmente recuperado, decidí regresar directamente a Mirza. Fue en ese momento que presencié la batalla en la puerta y a la guardia persiguiendo el carruaje de la condesa y el de las baronesas. En ese momento, me adelanté y detuve los carruajes.




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