La Rosa Blanca

El regreso de los piratas

-Empiezo a creer que esa señora realmente no tiene corazón -afirma Cristian furioso por no obtener noticias de Rosa.

-Tal vez no lo estemos enfocando correctamente –comenta su hijo- Es cierto que se ven menos barcos de Peter por el puerto, lo que claramente afectará a la economía de su familia, pero tal vez sea mejor atacar de una forma más..., directa.

-Tal vez tengas razón Edward. Ni la persona más fría soporta perder a un ser querido. Me gusta como piensas.

Sentados en la mesa del despacho de Cristian, padre e hijo celebran otra de sus muchas reuniones sobre planes de acción. Edward es, claramente, la mano derecha de su padre. La persona a la que recurre cuando necesita consejo y, la persona que el capitán Nis quiere que herede el barco. Por eso ha de demostrar ser digo del título de Capitán. Es un trabajo duro. Ganarse la fama y el respeto, necesarios para que cualquier tripulación te siga ciegamente, no es fácil. Y esto se consigue sembrando el miedo y el terror entre los demás seres humanos.

Las manos del joven no están limpias de sangre. En realidad, las de ningún pirata lo están, pero sus métodos a veces llegan a ser crueles y despiadados. No le gusta hacer prisioneros y, no tiene compasión. No como Nicolás, tener corazón no es una buena cualidad para un pirata. Por eso le mantiene al margen de todo lo importante.

-¿Entonces volvemos a Alle?

-Parece que sí. Ve a dar la orden de inmediato. Estoy deseando ver a Rosa y tener una charla con ella –indica Cristian al muchacho con un tono de voz tranquilo, pero que deja ver claramente que se trata de una orden que debe obedecer.

Edward sale del despacho dejando a su padre sentado en la mesa frotándose las manos y, regodeándose en algún oscuro pensamiento sobre cómo obtener lo que Rosa no quiere decirle.

Él también sonríe. Aún no sabe lo que su padre trama, pero seguro que es despiadado y cruel.

                                 

Ana no puede dejar de pensar en el barco de la cueva.

Miles de preguntas rondan su cabeza. Miles de respuestas que tal vez sea mejor desconocer.

-Últimamente pareces distraída –comenta Rita preocupada.

-Estaba pensando en la boda. ¿Has logrado convencer a Cristina de que me deje participar en la organización?

-No cariño. Cristina tiene las ideas bien claras. Incluso mi opinión apenas cuenta. ¿Estás segura de que es solo eso? –Insiste su madre- Últimamente pasas más tiempo con Daniel que en casa.

-En serio que estoy bien.

-¿Segura? A veces creo que vosotros dos tramáis algo. ¿Hay algo que quieras contarme? La gente empieza a murmurar que sois más que amigos.

-Oh, ¿Yo y Dani? No mamá. Eso es imposible –responde la muchacha conteniendo la risa- Si me disculpas, necesito que me dé un poco el aire.

Dicho esto, la joven se pone en pie y se dirige a la terraza del salón de bailes.

-Ana –la llama Guillermo cuando pasa a su lado- te estaba buscando –miente- ¿Quieres bailar? ¿Tomar algo? ¿Charlar un rato?

-Ahora no Guillermo, ¿Por qué no vas a cortejar a alguna de tus amantes?

-Pero, ¿Qué te he hecho? ¿Estás molesta conmigo? -pregunta él sorprendido.

-No, es más bien con tu madre.

-¿Mi madre? Tiene que ver con la boda, ¿verdad?

-Sí, pero este no es el mejor sitio para hablarlo. ¿Vienes mañana a buscarme a casa?

-Está bien, mañana pasaré a buscarte -cede, pues no tiene muchas ganas de discutir delante de toda la alta sociedad. Resignado la deja seguir su camino sola hasta el balcón. La noche es fresca y ha salido sin chaqueta, pero eso a ella no le importa. Necesita pensar sobre lo acontecido en la cueva y el frio ayuda a aclarar las ideas. Ahora no le parece tan buena idea haber arreglado la barca. Tiene pesadillas desde que estuvo en el barco fantasma y, un conflicto interno entre la curiosidad y el miedo. Daniel no ha vuelto a mencionar la cueva desde que salieron corriendo de allí dos días atrás, pero se le nota con ganas de explorar el navío minuciosamente. Sin embargo, sabe que ella tiene sus dudas sobre si es buena idea regresar y no quiere hacerlo sin ella, es su secreto y no es divertido ni emocionante sin Ana.

Asomada en el balcón contemplando el jardín su mente viaja al pasado. Un hermoso barco surca su mente. Se imagina navegando en él por el ancho mar sintiendo la brisa sobre su piel. El navío de la cueva está medio hundido y da miedo, pero en su mente vuelve a recobrar vida tal como cree que puedo ser antes de acabar allí. En su ensoñación el imponente navío no da miedo, sino admiración. Imagina cómo debía ser su abuelo, y si su abuela estuvo a bordo del bergantín. Por un segundo la envidia por eso, Rosa había sido tan afortunada durante los años que duró su romance, tan feliz. Ana quiere eso mismo para ella, la sensación de libertad al navegar por el mar, y el placer de hacerlo con la persona amada. Ahora el barco de la cueva le da algo menos de miedo, pero le provoca pena y nostalgia.

Sumida en sus pensamientos, lejos de todos los problemas que atraviesa su familia, no se da cuenta de que ya no está sola en el balcón.

-¿Quién soy? -pregunta una voz que ya comenzaba a considerar un sueño, al tiempo que unas manos cubren sus ojos.

-¿Nicolás? -pregunta ella entre sorprendida y preocupada- ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado? -pregunta al tiempo que se gira para encontrarse con los divertidos ojos aguamarina de él.

-Pues es fácil, entre por la puerta como todos los demás -responde sonriente –Llegamos esta tarde y quería darte una sorpresa.

-Pues menuda sorpresa. La verdad que das el pego –indica Ana señalando la elegante ropa de él- Seguro que no tendrás problema para salir por el mismo sitio.

-Será mejor que me marche antes de que sospechen. ¿Nos veremos mañana?

-Por la tarde sería perfecto. Por la mañana tengo que solucionar un asunto con mi prometido.

-¿Aún no estáis casados y ya tenéis problemas?



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En el texto hay: romance, amor, piratas y tesoros

Editado: 04.10.2020

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