La Rosa Blanca

La carta

 Ana es conducida por los piratas hasta el imponente bajel de velas rojo sangre. Nicolás camina a su lado manteniendo sus dedos entrelazados con los de ella. Mientras que Edward dirige al grupo.  

Al llegar al navío es directamente conducida al despacho de Cristian.  

Un hombre mayor, de pelo castaño, aunque bastante descolorido por las abundantes canas, ojos negros y sonrisa traicionera, les espera sentado al otro lado de una larga mesa en la que han preparado un tentempié y una tetera.  

-Hola Ana, estaba deseando conocerte –la saluda poniéndose de pie y dando la vuelta a la mesa mientras se frota las manos. Ella, nerviosa, aprieta con fuerza la mano de Nicolás- ¿Un té? -pregunta señalando el juego de tazas con ensayada amabilidad. 

La joven niega con la cabeza incapaz de pronunciar palabra.  

Cristian llega hasta su altura y, sonriente, apoya su mano en la barbilla de ella para obligarla a mirarle a los ojos.  

-No tienes motivo para estar asustada –miente con el tono más tranquilizador del que es capaz-, eres una simple invitada. 

Ana aprieta con más fuerza la mano de su amigo al tiempo que hace un esfuerzo por responder. 

-Me han traído hasta aquí en contra de mi voluntad –afirma con una voz más débil de lo que pretende. 

El hombre guarda silencio por un instante sin dejar de mirar a esos ojos marrones que no pueden ocultar el miedo.  

-Nicolás, ¿podrías dejarnos solos? -pregunta de repente sin apartar la mirada de la joven. 

-No te preocupes, hermanito, no le haremos nada, prometido -interviene Edward situado junto a la puerta.

Nicolás no está dispuesto a dejar sola a Ana con su familia, pero finalmente se ve obligado a abandonar el despacho.

-Estaré justo al otro lado de la puerta -le susurra para tranquilizarla.

Ana se queda sola de pie en medio del despacho. Cristian está a pocos centímetros de ella, y Edward la vigila desde la entrada. ¿Qué tiene de malo que Nicolás se quedase allí con ella? 

-¿Y ahora qué? -pregunta Edward rompiendo el incómodo silencio que se ha instaurado en la habitación.  

-Escribiré a los Orraban pidiéndoles un rescate, desde luego. El precio será su secreto. Claro está -explica Cristian dirigiéndose de nuevo a la mesa.  

-Mi abuela no dirá nada –exclama la muchacha recuperando la valentía-, ningún truco sucio te servirá con ella. 

-Estamos hablando de tu vida, muchacha. Esa mujer no puede ser tan fría como para dejarte morir para proteger a un muerto –Responde Cristian como si fuese obvio -mientras habla, Cristian saca un folio de carta y una pluma para comenzar a escribir.

 -Lo hará, porque no sabe lo que quieres que te diga. 

-¿Y cómo estás tan segura? -le pregunta él con una sonrisa maliciosa en los labios.  

Ella traga saliva. Abre la boca para decir algo, pero finalmente decide callar.  Si Rosa supiese lo que ese hombre quiere que le cuente, ya se lo habría dicho. Sabe que no es tan fría como quiere aparentar ante el pirata.   Sin embargo, ella sí tiene la respuesta. Pero debe esperar al momento oportuno para mostrar su carta. 

-Edward, lleva a nuestra invitada abajo. -ordena Cristian a su hijo-. Yo tengo que llevar una carta a su abuela. 

El joven toma a la muchacha del brazo, sujetándola con fuerza y, la arrastra fuera del camarote.   Al atravesar la cubierta su mirada se cruza con la de Nicolás, pero él permanece en su puesto. No le parece una buena idea contradecir a su familia delante de la tripulación. 

Edward conduce a Ana a la bodega del barco. Allí la encierra en la despensa dejándola sola y a oscuras. Al menos tiene una gran cantidad de alimentos para escoger. Pero, por desgracia, ha perdido el apetito. 

                                                 

Alguien llama a la puerta y Rita acude a abrir.  

Ante ella se encuentra un joven al que nunca ha visto antes. Por un instante piensa que se ha podido equivocar de puerta, pues viste bastante desalineado. Lleva una camisa blanca algo agrisada pro elegante que destaca sobre unos pantalones desgastados y medio rotos. ¿Qué se le ha podido perder a alguien así en su casa?  

La mujer se dispone a informarle de que seguramente la persona que busque no esté allí cuando él se le adelanta. 

-¿Es esa la casa de los Orraban? Traigo una carta para la señora Rosa -informa mostrando el sobre blanco. 

Rita duda, ningún cartero se atrevería a presentarse con ese aspecto ante la casa de una familia pudiente. Pero, si la carta va dirigida a su suegra, tal vez deba entregársela.  

-Sí, esta es la casa. Gracias por traer la carta, yo se la entregaré -se ofrece extendiendo el brazo hacia el sobre. 

El chico, que apenas debe tener un par de años o tres más que Ana, le entrega el sobre con bastante recelo y timidez.  

Rita observa el sobre, que no trae remitente. 

-¿Podría decirme quien se la envía? -pregunta por educación. 

-Oh, dígale que es de un amigo –sonríe el chico antes de alejarse sin dar más explicaciones. 

Rita cierra la puerta y vuelve a observar el sobre. ¿Quién será ese misterioso amigo? Se pregunta antes de dirigirse en busca de Rosa. 

                                                         

Rosa abre el sobre en cuanto Rita se lo entrega. Con delicadeza sus pálidas manos despegan la parte superior del mismo y extraen la carta que contiene. 

 Estimada Rosa,

Lee en silencio. 

Espero que pienses en mí igual que yo pienso en ti.  

Estoy seguro que lo harás, pues poseo algo que tú seguro desearás recuperar. Si quieres volver a ver a tu nieta con vida, será mejor que te reúnas conmigo mañana al amanecer junto al acantilado.  



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En el texto hay: romance, amor, piratas y tesoros

Editado: 04.10.2020

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