Habían pasado varias horas ya desde que el pingüino había emprendido el viaje de regreso a su hogar, dejando a la gaviota sola flotando en el mar. A cada momento la brisa traía un aire tibio y salado, y la gaviota pensaba en sus compañeras, en lo lejos que debían estar. El mar se había calmado ahora, como si se hubiera puesto a dormir, y la gaviota flotaba hamacada por las olas iluminada por el reflejo de la luna, que como un farol colgado en el cielo formaba un enorme círculo brillante a su alrededor. El barco de los cazadores furtivos había quedado muy lejos, ya no representaba amenaza alguna, tan solo era un diminuto punto de luz en el horizonte. Cada tanto la gaviota se sacudía para no sucumbir al sueño, estiraba el cuello y movía la cabeza de lado a lado, pero el esfuerzo de haber intentado volar con las alas manchadas de petróleo había sido demasiado grande, y cada vez se sentía más cansada. Miró hacia el cielo, le pareció que las estrellas se movían, una enorme letra V hecha de brillantes puntos azules aparecía de pronto en el manto negro de la noche, como si las estrellas volaran en formación también, igual que solía volar la gaviota junto a sus compañeras. Pero supo que soñaba, y cuando volvió a verlas, todas las estrellas volvieron rápidamente a ocupar su lugar en el cielo. Todavía faltaban algunas horas para que amaneciera, y si la gaviota se quedaba dormida sería entonces arrastrada por la corriente hacia el interior del océano, y de ese modo ya no podría orientarse y reencontrarse con el resto de sus compañeras nunca más.
En eso estaba, nuestra gaviota, luchando por no quedarse dormida, en medio de la soledad del mar, cuando alguien la tomó de una pata y la hundió en el agua. La gaviota se despertó de repente, llena de miedo. No podía ver nada en esa agua agitada y oscura donde la habían sumergido.
¡Tiburones!, pensó la gaviota.
Ahora sería la cena de algún enorme y hambriento tiburón blanco. Y cuando ya pensaba que unos filosos y puntiagudos dientes iban a despedazarla, la imagen del pingüino que había ayudado a escapar anteriormente apareció delante de sus ojos, y los dos salieron a la superficie.
-¡Que suerte que te he encontrado! dijo nuestro pingüino.
-¡Me has dado un susto tremendo! dijo la gaviota.
-Creo que no he sido justo contigo, dijo el pingüino. No podía irme y dejarte sola aquí, en medio de la nada…
La gaviota miró a su alrededor, el mar estaba tranquilo, como si durmiera con la noche.
-Además…, dijo el pingüino, yo también estoy perdido…
Y al decir esto, el rastreador que los cazadores furtivos le habían colocado en una de sus aletas parpadeó con su luz roja y emitió un pitido.
-¡Ey! ¿Qué cosa es eso?, preguntó asustada la gaviota.
-Es un rastreador, respondió con tristeza el pingüino. Me lo han colocado esos cazadores del barco…
-¡¿Eso quiere decir que ellos pueden saber exactamente dónde te encuentras?!
-Eso creo… contestó el pingüino resignado.
-¡Ey! ¡Eso es tremendo!, dijo alarmada la gaviota. En cuanto esos cazadores se den cuenta que te has escapado vendrán por ti… ¡Y también vendrán por mí…!
-Pero ustedes si saben orientarse, ¿verdad gaviota…? Preguntó esperanzado el pingüino. Yo las he visto volar muy alto… y desaparecer en el cielo. Siempre saben hacia dónde dirigirse… es un poder especial que tienen.
#4240 en Otros
#358 en No ficción
#1232 en Relatos cortos
animales magicos, amistad aventuras romances y misterios, novela infantil
Editado: 15.06.2024