La gaviota levantó la mirada. Las estrellas eran su guía. Ella sabía exactamente hacia dónde había que ir para llegar a tierra firme… pero con el petróleo en sus alas, sí que no podía volar.
-De qué sirve poder orientarme… así como estoy no puedo ir a ningún sitio, se lamentó la gaviota.
El pingüino pensó durante un momento.
-Supongo que si puedes montarte sobre mí… ¡yo puedo nadar y tú me guías!
-Mmmm, creo que eso podría funcionar… dijo la gaviota. Además, debemos alejarnos pronto de aquí… con ese rastreador que llevas puesto, los cazadores vendrán a buscarte en cualquier momento…
El pingüino pensó una vez más, y tuvo otra gran idea.
-Si logramos llegar a la isla correcta, creo que ya sé quién podría ayudarnos.
Y así la gaviota se montó sobre el pingüino, que había quedado bajo el agua, aunque cada tanto sacaba la cabeza para poder respirar y escuchar las indicaciones que le daba la gaviota, y ella lo fue guiando a través de las olas, hacia las playas que buscaban.
Entonces viajaron juntos durante toda la noche…
A cada momento la gaviota levantaba la mirada hacia las estrellas, y las estrellas parecían entonces un mapa de puntos luminosos.
En un momento dado, un grupo de delfines se les unió en el recorrido. Nadaban muy rápido esos delfines, como si tuvieran una hélice en la cola, y emitían unos sonidos que sólo ellos entendían. Parecía que reían todo el tiempo, los delfines, como si su lenguaje estuviera hecho de risas. El pingüino y la gaviota compartieron un trayecto con ellos, hasta que los delfines se despidieron y tomaron otro rumbo.
Al amanecer, el pingüino y la gaviota llegaron a las costas de una isla de arenas blancas. Era la Isla Tormenta.
Pero lo que no sabían era que en esa isla vivía un tigre. Y que a ese tigre no le gustaba nada de nada la presencia de otros animales extraños que merodearan por ahí…
-Al fin hemos llegado, dijo exhausto el pingüino. Aquí estaremos a salvo…
La gaviota pisó tierra firme, y sus huellas quedaron marcadas en la arena. Eso le dio una idea…
-¡Ey! Tal vez la arena pueda ayudarme, se dijo la gaviota esperanzada.
Y comenzó a revolcarse en la arena, dando vueltas, levantando una nube a su alrededor, y poco a poco fue quitándose el petróleo que le manchaba las alas… hasta quedar completamente limpia. Entonces dio dos o tres pasos rápidos, agitó sus alas y se elevó en el aire.
-¡Ya puedo volar! ¡Ey, pingüino! ¡Puedo volar otra vez…!
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Editado: 15.06.2024