Conrad, sentado en el jardín de la villa, nunca se había parado a pensar en el significado de las palabras que su madre le había dicho aquel día.
La verdad es que la muerte de su padre y las palabras del chamán siempre habían estado presentes en su día a día, como un mantra interminable o un pensamiento doloroso que se inmiscuía en todo aquello que hacía, pero en estos años nunca había tenido la paz necesaria como para repasarlo todo con tranquilidad... y aún tenía la sensación de que algo se le olvidaba, pero un ruido lo distrajo.
Había sonado como una prenda de ropa al rasgarse.
Conrad miró hacia la oscuridad del jardín y no vio nada, pero su instinto le advertía de que algo iba mal.
Se levantó mientras su corazón empezaba a retumbar en su pecho y se dirigió hacia la puerta para volver al interior.
Justo en el momento en el que se giró para abrirla, dos virotes surcaron el aire: uno se clavó en la jamba mientras el segundo se hundía en su tríceps izquierdo y una figura encapuchada saltaba la barandilla del porche y se precipitaba hacia él con una daga en alto.
El reflejo de encogerse sobre su herida le impedía usar su brazo derecho a tiempo para defenderse, por lo que trastabilleó un poco hacia atrás con la puerta entreabierta y recibió un corte en el antebrazo ya herido al parar la puñalada.
Conrad agarró la muñeca de su atacante con la otra mano y miró por encima de su hombro hacia el jardín. Al menos tres hombres más salieron de las sombras, dos recargando sus ballestas y el tercero que se dirigía corriendo hacia donde estaba para apoyar a su compañero.
El bárbaro agarró a su atacante por la nuca y le estampó la frente contra el quicio de la puerta, dejándolo momentáneamente aturdido para acto seguido, recular hacia el interior de la vivienda, cerrar la puerta y obstaculizar la entrada con una cómoda cercana.
— ¡¡Señora Puig!! ¡¡Melissa!! — gritó Conrad mientras se arrancaba el virote y se dirigía al pie de la escalera —, ¡¡a cubierto, nos atacan!!
Cuando puso un pie en el primer escalón para subir, la señora Puig apareció en la puerta de acceso a la cocina con una jarra humeante entre las manos a la vez que dos encapuchados entraban por la puerta principal después de forzar su entrada con una patada.
La anciana gritó por la sorpresa. Pero Conrad la miró, los miró a ellos y a una mesita de un pie cercana con un florero encima.
Seguidamente, les tiró el florero para distraerlos y a continuación los embistió con la mesa, con la parte plana por delante y en alto hasta obligarlos a recular de nuevo al exterior y poder cerrar la puerta.
— Necesito que vaya arriba, ayude a Melissa a bajar a Yago y me traiga mi escudo — le gritó a la anciana mientras mantenía la puerta cerrada con la mesa.
La ama de llaves asintió y empezó a subir las escaleras lo más rápido que pudo con la jarra todavía entre las manos mientras Conrad admiraba el temple de la mujer al no quedarse paralizada en el sitio, aunque no tuvo tiempo de perderse demasiado en sus pensamientos ya que el ruido de cristales rotos le indicaba que los asaltantes estaban entrando también por las ventanas.
Melissa llevaba un rato sentada junto a Yago vigilándolo cuando se produjo el ataque.
La ventana de esa habitación daba hacia el jardín, por lo que escuchó el alboroto inicial que se formó y miró por la ventana.
Pudo ver a los atacantes en el jardín, aunque el techo del porche le impedía ver lo que le estaba ocurriendo a Conrad, no obstante se hacía una idea, por lo que despertó al joven noble e intentó ponerlo de pie cuando resonó la voz del bárbaro confirmando sus temores.
Dado que venía de la calle llevaba todo su equipamiento, y tenían suerte de que Yago no estaba tan impedido como para no caminar, aunque los temblores sacudían su cuerpo haciendo que pareciera que se iba a derrumbar en cualquier momento.
Poco antes de llegar a la puerta escuchó unos pasos y la voz de la señora Puig que la llamaba:
— ¡Señorita Melissa! ¡Señorita Melissa!
— ¡Aquí! —le contestó la ladrona mientras abría la puerta.
Los ruidos de lucha ganaron en intensidad y volumen al abrir la puerta. La señora Puig la vio y en seguida dejó la jarra sobre una mesa cercana, colocó su hombro debajo del brazo de Yago y lo agarraba de la cintura.
— ¡El escudo del señor Conrad! —le dijo cuando lo tuvo sujeto.
Melissa miró hacia la cama y allí estaba, justo al lado de la cabecera.
Libre del peso de Yago corrió hacia él, lo cogió y se dirigió hacia las escaleras.
Quizás pueda parecer exagerado decir que le costaba llevar el escudo, pero dado su peso y su diámetro, Melissa optó por llevarlo casi rodando en vez de cogerlo a pulso.
Cuando por fin llegó al rellano se quedó parada, aturdida por la escena que se estaba desarrollando allá abajo.
Conrad mantenía la puerta de entrada cerrada empujando los restos de la mesita redonda con su cuerpo mientras bloqueaba con dificultad los ataques de dos asaltantes con lo que debía ser una de las patas de la mesa.
El bárbaro sangraba por pequeños cortes, aunque no parecía estar herido todavía de gravedad.
Había más ruidos por toda la casa, lo que indicaba que más de ellos se estaban abriendo paso a través de las puertas y ventanas.
La ladrona avisó al bárbaro con un grito, lanzó el escudo rodando por las escaleras, se subió a la barandilla y saltó desenfundando sus dagas hacia un nuevo asaltante que acababa de entrar por el jardín.
Conrad estaba teniendo dificultades para defenderse de sus atacantes actuales, por lo que la llegada de Melissa fue bienvenida.
Enfrentarse a dos atacantes era una lucha difícil, pero no imposible. Enfrentarse a dos atacantes mientras se procura mantener cerrada una puerta, se vuelve significativamente más complicado.
La ladrona saltó hacia el tercer atacante pero éste estaba alerta, por lo que consiguió defenderse de las dagas interponiendo su propia arma en horizontal, pero aquello no impidió que cayera de espaldas golpeándose la cabeza bruscamente contra el suelo.
Melissa aprovechó el breve momento de confusión para aguantar la espada de su enemigo con la guarda de una daga mientras lo apuñalaba con la otra bajo la axila.
El bárbaro, por su parte, vio cómo el escudo, después de rebotar un par de veces por la escalera, estaba empezando a coger velocidad y botaba cada vez más alto.
Una figura con ballesta estaba terminando de entrar por la ventana de la cocina a su derecha, por lo que Conrad se lanzó bajo la guarda del atacante que estaba entre él y la escalera, cogió el escudo por el borde al rebotar y trazó un amplio semicírculo hacia sus atacantes para desequilibrarlos.
Su enemigo más cercano consiguió bloquear el ataque, aunque sobreestimó sus aptitudes, ya que la fuerza del bárbaro, sumada a la inercia del escudo, hizo que éste desplazara su arma abriendo sus defensas y le arriara un golpe seco en la sién, dejándolo inconsciente.
Su segundo atacante esquivó el escudo agachándose, lo cual no le salvó de recibir una puñalada en la pierna por parte de Melissa, que estaba de nuevo en pie después de haber acabado con su contrincante.
La señora Puig y Yago aparecieron en lo alto de la escalera y miraron hacia abajo como poco antes hiciera Melissa, pero no se atrevieron a moverse para no llamar la atención.
El bárbaro los vió y por un momento se preguntó qué hacía Yago con una jarra colgando de su mano libre cuando tenía dificultades tan obvias para mantenerse en pie.
Pero la situación era apremiante.
Si no fuera por la presencia del ballestero de la cocina estarían, a corto plazo, bastante igualados, pensó Conrad. Pero una vez terminado su golpe y habiéndose colocado el escudo en el brazo, el bárbaro pegó la espalda contra la pared de la escalera para poder cubrirse y tener el máximo de la villa a la vista.
— Señora Puig... —balbuceó Yago con dificultad—, quítese los pendientes.
La anciana lo miró entre confundida y aterrada, pero sin intención de obedecer.
— ¡Haga lo que le dice! —gritó Conrad, ante lo cual la anciana obedeció.
El atacante que había sido apuñalado por Melissa se volvió hacia ella y la atacó, empujándola al espacio dedicado a la pequeña biblioteca mientras la ladrona se defendía y miraba hacia atrás al oír ruido de pasos.
Dos ballesteros más entraron por la puerta del jardín para apuntarla con sus armas.
Los chasquidos de las cuerdas sonaron y la ladrona se lanzó de frente, hacia los pies de la escalera, sin saber que allí estaría a tiro de otro ballestero que ya estaba preparado y esperándola.
Melissa sabía que no había esquivado completamente uno de los virotes ya que notaba un escozor en su pierna izquierda, pero no se esperaba que otro ballestero, a menos de cinco pasos, la estuviera mirando mientras le apuntaba cuidadosamente a la cara.
La ladrona tenía una línea de visión perfecta entre ella y el ojo de su asesino, justo un poco por encima del virote que iba a acabar con ella.
La adrenalina ralentizaba el tiempo de una forma ridícula, pero escuchó claramente el chasquido que anunciaba su muerte, por lo que cerró los ojos y esperó.
Pero el dolor, si es que debía de notarlo, nunca llegó. En cambio, una serie de estímulos asaltaron sus sentidos en un orden confuso.
Primero se dieron un ruido de porcelana rota y un grito agudo de dolor. A continuación, escuchó dos pasos, un estruendo tan fuerte que casi la levanta del suelo y que la convenció de que había recibido daño.
Melissa abrió los ojos y lo que vió fue negrura.
Los ruidos de lucha que siguieron le indicaron que seguía viva, y tardó unos segundos en darse cuenta de que lo que estaba viendo era la cara interior del escudo de Conrad.
El bárbaro lo había clavado en las tablas de madera justo delante de ella, protegiéndola.
La ladrona rodó, se puso en pie y tuvo que agacharse para que el ballestero que le había disparado no se la llevara por delante al ser lanzado por el bárbaro desde la cocina hasta donde estaban sus otros dos compañeros.
Uno de ellos se mantenía más atrás en postura defensiva mientras gritaba e intentaba, sin éxito, remitir el dolor provocado por el agua hirviendo que Yago le había lanzado.
Conrad dio dos grandes zancadas, recuperó su escudo y se puso a su lado, ambos cubriendo el acceso a la escalera.
— ¡Debemos ponernos a cubierto! —dijo el bárbaro mirando a su alrededor—, ¡hay más ballesteros fuera, necesitamos un sitio donde resistir!
— Podemos ir a la despensa —sugirió la señora Puig bajando un par de escalones con Yago—, pasando por la cocina, al lado del cuarto del servicio.
Melissa y Conrad se miraron pensando seguramente lo mismo: salir no era una opción, por lo que “resistir”, como había dicho él, era la única opción que les quedaba.
— ¡Vamos para allá entonces! —gritó la ladrona animando a la anciana para que siguiera bajando mientras ella se daba la vuelta para despejar el camino.
El bárbaro tenía a la vista un total de cuatro enemigos, pero sabía que había más fuera, por lo que procuró cubrir a la señora Puig y a Yago mientras terminaban de bajar la escalera.
Melissa, por su parte, entró en la cocina y miró por la ventana rota que había usado el asaltante que poco antes casi la mata.
No vio nada fuera, pero se giró al escuchar pasos detrás suya.
Dos hombres habían entrado por la puerta trasera y se encontraban en el marco que daba acceso a la cocina desde atrás, cerrándoles el paso.
Parecía que Melissa los había visto antes que ellos a ella, por lo que lanzó rápidamente sus dagas en rápida sucesión. Ambas acertaron al que tenía más cerca. La primera se le clavó en la mano mientras que la segunda se hundió profundamente en el hombro izquierdo.
El atacante herido gritó debido al dolor, y la confusión de ambas heridas le impedía saber hacia qué daga dirigir su mano indemne.
Su compañero, en cambio, lo puso a cubierto de un empellón y atravesó el marco hacia Melissa con una espada en la mano.
Conrad tenía sus propios problemas. Los dos encapuchados que habían entrado por el jardín se estaban acercando a él mientras que los dos que estaban más cerca, aún aturdidos por su “lanzamiento”, estaban terminando de levantarse.
El bárbaro no se atrevía a abandonar su posición y tener de espaldas la puerta principal, por lo que se mantuvo firme y se preparó para rechazar los ataques.
Pero estos nunca llegaron, ya que a pocos escalones del rellano, la señora Puig desató la cogida de la pequeña araña de luces que se encontraba sobre las cabezas de los asaltantes.
Realmente no provocó ningún daño, pero si que provocó una distracción que Conrad aprovechó para abalanzarse sobre ellos.
Proyectó su mano hacia el pecho del más cercano y, agarrándolo con su manaza tanto de la ropa como del peto de cuero, volvió a lanzarlo violentamente contra su compañero haciendo que ambos atravesaran la puerta principal y salieran despedidos hacia el exterior.
Por desgracia, la maniobra había hecho que abriera la guardia, oportunidad que uno de los atacantes, el que antes apuñalara Melissa, utilizó para dispararle con su ballesta y acertarle en el estómago.
La ladrona, por su parte, se enfrentaba al encapuchado desarmada, pero su menor tamaño jugaba a su favor junto a los muebles de la cocina.
Había una gran mesa de trabajo cerca de los hornillos y ambos contendientes, espoleados por la adrenalina, tentaron sus reflejos como si fueran a perseguirse alrededor de ella hasta que el asaltante se cansó y, agarrándo la mesa por el borde, la empujó hacia ella tumbándola de lado para ver si así podía cortarle el paso o hacerle cometer algún error.
Pero ella, aprovechando el momento sin resuello de su contrincante, tomó la poca carrerilla que pudo y saltó, haciéndose inicialmente una bola para a continuación estamparle ambos pies con fuerza en el pecho.
La ladrona cayó a plomo en el suelo mientras el encapuchado, después de expulsar todo el aire que tenía en los pulmones, trastabilleó hacia atrás y caía de culo contra la pared agarrándose las costillas.
Melissa sabía que no podía haberle hecho demasiado daño, así que se levantó y, aún hostigada por la adrenalina, cogió un cuchillo de cocina que había en el suelo y saltó hacia su oponente para rematarlo, aunque se detuvo en el último instante asaltada por las dudas.
Yago y la señora Puig estaban entrando en la cocina y se disponían a pasar detrás de ella, por lo que la ladrona le asestó tres rápidos golpes en la sien a su enemigo con el mango del cuchillo, dejándolo inconsciente y se levantó para dirigirse a la puerta que les daría acceso a la escala que bajaba al sótano.
Conrad entró en la cocina poco después andando hacia atrás y con el escudo en ristre.
El que le había disparado lo seguía poco a poco pero no se atrevía a atacarlo, seguramente esperando refuerzos.
Llegaron los cuatro al estrecho pasillo que comunicaba la cocina, el dormitorio del servicio, la salida de servicio y la escalera que bajaba a la despensa.
El encapuchado al que Melissa le había lanzado las dagas parecía haberse esfumado, y el único enemigo que tenían a la vista era el que seguía a Conrad, que había decidido quedarse en la cocina vigilándolos pero a cubierto.
Melissa abrió la puerta de la despensa y miró hacia abajo. Una escalera de peldaños amplios de gruesa madera descendía en un ángulo no demasiado pronunciado hacia un recinto en el que, con la luz que proyectaban las lámparas de aceite cercanas, se adivinaban los contornos de barriles y estanterías.
La ladrona bajó lo más rápidamente que pudo sin ser imprudente y comenzó a registrar el pequeño espacio.
La señora Puig dio un paso para bajar mientras empezaba a descolgar la lámpara más cercana, pero Yago la detuvo y le dijo que tomara otra, no esa.
La ama de llaves lo miró extrañada, pero decidió que lo más sensato sería, como la vez anterior, hacerle caso.
Tomó la lámpara que estaba cerca de la puerta de servicio y cuando volvió, vio que Yago estaba metiendo sus pendientes dentro del depósito de la lámpara que había querido tomar.
Justo cuando iba a protestar ante los brillantes ojos entrecerrados de Yago y su sonrisa sardónica, Conrad empezó a recular.
— Daos prisa, se están reagrupando —les dijo.
Por lo que todos empezaron a bajar con el bárbaro cerrando la marcha.
Melissa los guió hasta detrás de unos barriles que les ofrecerían cobertura de los proyectiles, y se puso al lado de Conrad para lo que viniera a continuación.
— Ahora que estamos aquí —empezó a decir Conrad—, creo que esto ha sido una mala idea.
Melissa empezó a reírse, tanto debido al comentario como por lo desesperado de la situación. Empezó a ver las sombras de algunas figuras moverse en el rellano de la escalera.
Y ella armada con un cuchillo de cocina.
— ¿No podemos intentar bloquear el acceso con algo? —preguntó la ladrona mirando a su alrededor.
— La puerta se abre hacia fuera, no serviría de mucho —le contestó el bárbaro.
Pero éste se quedó mirando fijamente hacia arriba y empezó a dirigirse hacia la escalera.
Melissa lo siguió sin perder de vista la entrada.
— ¿Qué haces? —le preguntó.
Pero Conrad, en vez de contestarle, golpeó con su escudo los tornillos y cogidas de la base de la escala para luego golpear los listones transversales todo lo arriba que pudo. Primero uno. Y luego el otro.
La escalera no se cayó pero se torció peligrosamente, apoyada sobre su estructura rota.
Conrad se colocó de frente a ella y le pasó su escudo a Melissa.
— Sube dos o tres escalones y cúbreme.
Melissa se estaba imaginando lo que iba a intentar el bárbaro y se le descompuso la cara, pero no tenía una idea mejor, así que subió dos o tres escalones y, apoyando la mayor parte del peso del escudo en su cuerpo, procuró interponerse lo máximo posible entre el bárbaro y cualquier disparo de ballesta.
Conrad se agachó, abrió los brazos agarrando ambos listones, afianzó los pies en la base de los mismos y dobló las rodillas, preparándose.
Se había arrancado el virote y había conseguido que dejara de sangrar durante la retirada, pero no se hacía demasiadas ilusiones sobre lo que sucedería a continuación, tuviera éxito o no. Por lo que respiró hondo y empezó a tirar cada vez más fuerte hacia sí para llevar la escalera a la vertical.