La Sandía

CAPÍTULO X. LA SANDÍA MAFIOSA

¿Qué podía esperar la sandía, si escuchaba otro malísimo chiste del Plátano comediante? Quizás se hubiera vuelto loca y todavía más, al darse cuenta que faltaba bastante para llegar arriba de las escaleras, ya que se retrasaban con las alarmas que exprimía el aguacate desde la cima.

Fue la primera vez en tanto tiempo que la sandía trataba de escabullirse y él estaba allí, mirando sin cesar hacia la sala y las escaleras. Se habría cansado de disimular, la situación estaba muy complicada en la cocina y lo más probable era que el Melocotón y los invitados de la huerta lo culpaban de no aportar ningún dato sobre el crimen que pelaba al trasero de la sandía.

Aun así, el carisma de su acompañante no la calmó siquiera por una pizca de sal, ella no había dormido al imaginarse lo que les esperaría. Sólo recordaba que las uvas eran pequeñas, pero que demostraban su furia con ese terrible acento seco y expresiones duras. Además, la zanahoria no fue de ayuda, para nada, se quejó que fuera tan tonta para aventurarse sin ninguna fruta que de verdad la defendiera, aunque en el fondo le parecía que era cierto la sandía supo no tenía más opción que conformarse con lo que había conseguido. Si bien, cualquier otra le habría dicho que mejor fuese sola, todos conocían lo que el Plátano podría provocar con su cáscara.

Estuvo aguardando sentada frente a la puerta del refrigerador, mientras la Sra. Pepino le terminaba de buscar lo que necesitaría para su viaje, le había insistido que se escondiera en una habitación vacía y que luego planeara cuidadosamente lo que iría a decir. Después de todo, tendría una sola oportunidad para convencer a las mafiosas de ayudarla con lo del juicio, quería conseguir más pistas acerca de los culpables o así lo supuso su vecina.

–Me lastimará el trasero, pepino –le dijo con ceño fruncido, entretanto intentaba que ella extendiera los brazos a través de las agarraderas, pero por un rato se negó–. Si crees que andaré temiéndoles, entonces estás rancia. He lidiado con esas benditas uvas desde que era joven, todavía sé cómo llamar su atención –aclaró dando un brinco para levantarse, por un instante sintió que la gaza de plástico se le había roto y que se le derramaban las entrañas de melón.

Tan sólo fueron los nervios, la sandía estaba inquieta de que el Plátano no llegara y que amaneciera lo suficiente como para que los demás la descubrieran. Así que le arrebató la mochila a la Sra. Pepino y hurgó dentro, se sorprendió de la basura rancia que había empacado, contó un sinnúmero de fósforos esparcidos por doquier y cuándo le preguntó para qué le servirían, le dijo que por si arriba no había electricidad como allí en la cocina. Absurdo, la sandía contuvo las ganas de abrir sus puños y de darle un empujón que la quebrara, no había entendido aún que sólo estaría una tarde y como mucho, una noche, para charlar con Don Uva Verde.

–Sacaste todo, sandía, los necesitarás –comentó su vecina.

–Basta de boberías, iré y volveré tan pronto como pueda. ¿Acaso piensas que soy tan boba, pepino, que me quedaré en una de las recamaras? –preguntó con una enorme sonrisa, bastante pícara–. Si hubieras visto a su jefe, te juro que sabrías que comete las mismas equivocaciones del Melocotón, de jugo a cáscara. Y no me picaré dos veces. Pondrá en guardia a más de sus uvas al enterarse que aquí lo han hecho –. Rozó sus dedos en su gigantesca frente verde rayada y mordió los labios–, y a lo mejor sepa que voy para allá. Se debe estar podrido para no verlo y creo que ya es hora de escuchar a esa bendita zanahoria

Calló por unos momentos a la señora y mientras recogía la mochila de plástico que la sandía había pisoteado, dijo–: ¿Acerca de ser discreta?

–Cariño, soy una sandía, si apenas me pongo hacia la luz algo sospechoso está sucediendo conmigo en esta sucia cocina –indicó testaruda, apuntando hacia su cuerpo con suma delicadeza, su vecina ya había comprendido el punto. La sandía tenía un tamaño gigantesco y siquiera con mirarla caminar de puntillas a lo largo de la tabla de picar, riéndole al sol y con las manos guiándose por el aire, malas vibras le daba a cualquiera. Más bien, su presencia habría hecho pensar muchas cosas a las uvas, una fruta como ella no subiría por rebanadas rancias esa empinada escalera. Algo catastrófico le ocurriría, más allá de que su trasero se hubiera perdido en la casa. Continuó–: Sino de dar una buena impresión de mí, admito que tiene razón, por ahora. Pero mi nuevo trasero no les parece amenazador, créeme, la primera vez que fui casi aplasto a Don Uva Verde –con orgullo–, por lo tanto las circunstancias no me favorecen y es mejor llegar y sorprenderlos que ser capturada y sorprendida.



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En el texto hay: humor, crimen, fruta

Editado: 13.07.2020

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