Cuando abrió los ojos se encontró tendida en un confortable colchón de plumas, mientras el sol de la mañana se introducía por la ventana de la habitación. Se limpió los ojos y le extrañó sentirse pesada, como antes. Observó sus manos, y toco su cara, para luego tomar el largo cabello desordenado que le caía bajo los hombros. Y entonces pudo darse cuenta que el cambio se había completado.
Después de estar segura que no se trataba de una ilusión, se le vino a la cabeza dónde estaría Lena. Esperaba que hubiese vuelto al volcán como le había advertido antes de saltar. Apenas le había mencionado como debía comportarse siendo una sombra, y se preocupó. Si estaba en el pueblo Atrapafuegos tendría que ir por ella.
Pensó en salir rápido de esa casa sin levantar sospechas, y esa hora de la mañana era la adecuada. Nunca consideró que después del cambio se separarían, así que se vistió rápido con un vestido azul que tomó prestado del baúl de Lena y se quedó unos segundos inmóvil porque se sentía rara con este nuevo cuerpo. Pero no había tiempo de vanidades ni caprichos, tenía que darse prisa. Luego trenzó su cabello para ordenarlo, y salió de la habitación. Para su suerte, no había nadie en la sala principal, solo una mesa con algunos alimentos sobre ella, que al verlos, le despertó una sensación de hambre que ya no recordaba. Cogió un trozo de pan y salió a la calle.
Varias veces había recorrido este pueblo, siendo un Basmoj, por lo cual, no le costó reconocer que se encontraba en Ehyjum. El problema ahora, era que estaba bastante alejada de Atrapafuegos, e iniciar la caminata a pie sería una tarea imposible. Le urgía conseguir un caballo, pero antes debía ir a la montaña en donde vio por última vez a la joven Lena, para intentar encontrarla.
Salió al pueblo y pensó que encontraría la manera de conseguir un caballo más tarde. Se sintió observada y se preguntó cómo actuaría Lena frente a los demás si estuviera en su posición. Cualquier actitud sospechosa la retendría más de lo que ella quería, y recordó que estaba triste y por eso decidió morir, así que bajo la cabeza y comenzó a caminar con apariencia desolada, esperando que nadie le hablara.
Por suerte para Lilkam antes que alguien la reconociera ya estaba en las afueras de Ehyjum. Y una vez ahí, se dirigió hacia el sitio en donde intercambió su cuerpo, pero no halló nada más que sus propias pisadas. No había ni un solo rastro de Lena. Temió que aquella chica no supiera controlar su nueva forma y pensó que tal vez hubiese despertado en el volcán así como ella despertó en esa habitación.
Corrió montaña abajo sin importarle el sendero pedregoso, y cuando por fin encontró el camino se sintió aliviada.
Reconoció que el viaje era largo y difícil, y después de caminar un par de horas, se dio cuenta que necesitaba ayuda.
El vestido que llevaba puesto estaba sucio después de haber recorrido tanto, y con sus pies doloridos, por traer solo unas sandalias, sintió que le estaban a punto de explotar. Se apartó del camino y se sentó sobre un grueso tronco seco a un costado. Miró al cielo y suspiró tratando de pensar qué hacer. Su estómago ya empezaba a rugir de hambre, y al sentarse sintió el real cansancio en su cuerpo. Pero el solo pensar que podría acariciar y abrazar otra vez a su hermano, le levantaba el ánimo.
Así estaba, tranquila, cuando oyó un galope enérgico acercarse. Pensó que la suerte estaría de su lado y se paró en medio del camino para que aquel jinete no pudiera ignorarla.
El desconocido al verla sucia y sola, se preocupó. Y se detuvo sin temer que fuera una ladrona o asesina, porque era muy raro que esos crímenes se cometieran en los caminos dentro del reino.
Contuvo al caballo y le dijo a la joven:
—¡Qué hace una joven tan solitaria en medio del camino!
—Han avisado que mi padre se encuentra muy enfermo en el pueblo Atrapafuegos, y he salido rápido, pensando que llegaría al anochecer —mintió Lilkam—. Pero en el camino he caído un par de veces, como puedes ver.
—Vas de suerte, jovencita —dijo él—. Voy en la misma dirección. Puedo llevarte si quieres.
Lilkam lo examinó y pensó que era la única posibilidad que tenía para llegar pronto. El joven de cabello rojizo la observó, y sus ojos azules la analizaron con cautela, para luego extenderle su mano acompañado de una sonrisa. Ella se avergonzó de llevar ropas tan sucias, y al mirarse las manos las escondió tras de sí, haciéndolo sonreír aún más.
—No te preocupes. Sube.
—¿Por qué confiar en alguien como yo? —preguntó.
—No creo que una joven tan bella, quiera hacerle daño a alguien.
Lilkam se ruborizó y luego recordó su apariencia. Era la belleza de otra joven que estaba deslumbrando y sintió una gran decepción que intentó borrar subiendo detrás del jinete.
—Por cierto. Soy Kaile —dijo el joven.