Alemania, Noviembre 1923.
El ambiente en las calles era pesado, se respiraba el humo grisáceo que salía de las chimeneas de las diferentes casas de un acogedor pueblo alemán, las carreteras hechas de piedras seguían intactas, sus aceras estaban bien cuidadas y sus parques se encontraban llenos de personas reunidas. Los niños corrían, brincaban y sonreían, estaban abrigados hasta los huesos al igual que sus padres quienes hablaban tranquilamente sentados en bancas de madera.
Aquel pueblo no parecía tener ningún estrago de la terrible y sangrienta guerra que se había llevado a cabo años atrás. Se podía sentir el ambiente de paz, a pesar de la creciente escasez que comenzaba a hacerse notar en los anaqueles de los mercados, los precios subían de manera exorbitante, el gobierno estaba sumido en una creciente crisis económica y social además, tenían un problema mayor; habían sido derrotados, habían perdido la guerra que juraron ganar y las personas no podían sentirse más defraudadas por tantas promesas incumplidas.
Sus enemigos estaban celebrando la victoria que habían conseguido años atrás y su país estaba tan débil y frágil como el bebé que estaba a punto de nacer.
Se trataba de una pareja de jóvenes que estaban hospedados en el hospital, la ocasión no podía ser más especial, se trataba de un hecho importante de la vida de aquellos dos jóvenes. Estaban esperando con ansías a su primer hijo, después de que su luna de miel en Italia terminara, la noticia fue recibida como una bendición para una acaudalada familia de comerciantes judíos que eran responsables de la compra y venta de indumentaria, comida y instrumentos de cocina.
Generación tras generación los integrantes de la familia Schwartzheim habían sido muy buenos en como hacer negocios, y el resultado de aquello eran las impresionantes propiedades que poseían y el poder que tenían en el pueblo. Pero, a pesar de aquellos privilegios, no eran personas malas; al contrario, cuando de obras benéficas y recaudaciones se trataba, eran los primeros en colaborar. Su calidad humanitaria había contribuido a construir varios edificios en el pueblo, entre ellos el hospital donde ahora se encontraban.
Vestida con un camisón que le llegaba hasta los talones, una joven muchacha estaba a punto de ser madre. Su cabello dorado estaba cepillado gracias a una enfermera que se había tomado la molestia de arreglarlo, ella poseía todo el porte de una chica alemana.
Su estatura era mediana aunque al lado de su esposo parecía ser más pequeña de lo que realmente era. Tocar su piel era como acariciar el pétalo de la flor más delicada del mundo, pequeñas y poco visibles pecas estaban esparcidas por todo su rostro, un lunar descansaba elegantemente en su mejilla derecha, cerca de sus labios, poseía un color hermoso en su rostro, tanto en sus mejillas como en sus delgados pero bastante voluminosos labios, se trataba de un rosado pastel, el color que cualquier chica deseaba obtener de manera natural en aquellos puntos de su rostro, pero que muy pocas lograban tener. Sus manos eran suaves y delicadas, se notaba que nunca había tenido que usarlas para trabajar, sus uñas estaban pintadas prolijamente y debajo de sus brazos una manta de tonos crema cubrían su cuerpo.
Se podía notar lo inquieta que la chica estaba, no podía ser para menos pues se trataba de su primer hijo. No le había costado mucho quedar embarazada del hombre que amaba y con el cual pasaría el resto de su vida, pero justo en esos momentos trataba de mentalizarse para el inevitable y eminente dolor que pronto iba a sufrir. Toda la familia estaba allí presente, afuera de la habitación donde la angustiada chica se encontraba.
—¡Será un niño! — exclamó el padre del joven entusiasmado, su mayor deseo era tener un nieto al cual enseñarle los negocios familiares y tener un futuro encargado de todo lo que sus antepasados habían construido.
—Será una niña, — artículo su esposa llevando la contraria a su dichoso esposo mientras lo tomaba del brazo. — Anabelle tenía el mismo semblante que Liz, los mismos antojos y resultó ser niña.
Una disputa entre las familias se llevaba a cabo, mientras los hombres deseaban a un varón, sus esposas estaban seguras que sería una niña de gigantescos ojos azules y cabello dorado. El joven padre escuchaba los comentarios y argumentos de sus progenitores, tíos y hermanos. En su interior poco le importaba el sexo del bebé, solo quería sostener a su hijo en brazos, sin importar que fuese una niña o un niño.
La media noche se acercaba cada vez más y las contracciones de la muchacha aumentaban cada hora, un dolor insoportable se acentuaba en su vientre donde tenía su redonda y sobresaliente barriga de mujer embarazada. Su esposo ya no estaba en la sala de espera con su familia, ahora se encontraba levantado a un lado de la cama del hospital, sostenía su mano con determinación y cariño mientras algunas lágrimas bajaban por las rosadas mejillas de su esposa.
— Vamos hijo, tienes que nacer ya— la voz del muchacho experto en ventas era tenue y inspiraba tranquilidad, agachado cerca de la panza de su mujer acariciaba la creciente montaña que tenía en su vientre con su mano libre. —, estas haciendo sufrir a mamá.
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Editado: 25.10.2018