Por fin se avistaba tierra, cosa que Kyo celebró sin tapujos y de manera bastante exagerada. Más de una semana de viaje, a bordo de un navío y sin posibilidades de dar largos paseos ni entrenar, le había resultado muy difícil de soportar. Por lo que ahora disfrutaría de su, según él, más que merecida libertad. A diferencia de Naga, quien era capaz de aguantar con gran sosiego el estar encerrada en una misma habitación durante horas, o incluso días, a él la simple idea le daba verdadera fobia. No llevaba nada bien el sentirse mínimamente enclaustrado con tanta continuidad, aunque se tratase de una barcaza de amplia cubierta unida a un tiempo tan agradable como el que les había acompañado desde el momento en que pusieron un pie en el barco.
Pocas horas después del aviso de que Marena se hallaba cerca, el buque atracaba sin mayor dificultad en la hermosa zona costera que daba fama al Sur. Había muchísima vida. Eran numerosas las personas que paseaban y también trabajaban por los alrededores, a pesar del calor que empezaba a hacer notar que la primavera no tardaría en llegar a su fin, abriendo paso al intenso verano que caracterizaba a aquellas latitudes.
Cuando Dasten y Naga desembarcaron viraron varias veces en busca de su joven compañero, mas no tardaron en comprobar que Kyo ya les estaba esperando sentado sobre un pequeño pivote que servía como agarre a una barcaza.
–¡Anda que no te has dado prisa en bajar! ¡Has desaparecido sin darnos opción siquiera a reaccionar!
El Director se lo decía divertido, pues era consciente de las ganas del joven de perder de vista aquel barco, al cual no dirigió una sola mirada una vez tocó tierra firme.
Tal y como esperaba Dasten, nadie aguardaba por ellos. Aunque le comunicó a Sénofe que llegarían por esas fechas, al no tratarse de un «navío oficial» sino de uno mercante, a nadie se le habría ocurrido mandar un comunicado a la capital anunciando la llegaba de visitantes de cierta importancia del país vecino.
–Bueno, ¿hacia dónde debemos dirigirnos, Dasten? –preguntó la joven mientras cargaba en la espalda su valiosa vara Jowain, bien guardada en una funda para no hacerla notar.
–Trae, yo te llevaré la bolsa –se ofreció Kyo mientras se la quitaba de las manos–. Tú cuida de tu vara.
–Oh, no es necesario, en serio, tampoco pesa tanto –contestó ella con cierto apuro.
Como era costumbre, Dasten observaba con pícaro interés y no perdió la ocasión de intentar sacarle los colores a su sobrino, tal y como siempre solía hacer a la mínima oportunidad.
–¡Vamos Naga, déjalo y aprovéchate, que eres la única con la que le sale comportarse como un caballero! –le guiñó un ojo al chico –. Me pregunto por qué será…
Habló entre risotadas, que se incrementaron cuando Kyo lo miró acusativo y completamente ruborizado. Su reacción inmediata no fue siquiera contestar, sino darse media vuelta y con rapidez se adelantó varios pasos para ocultar su expresión arrebolada, sin dar lugar a la joven de agradecerle por haberla librado de la carga de su equipaje.
La caminata duró poco menos de una hora. Ambos jóvenes se sorprendieron ante la grandeza de tan hermosa ciudad. No estaban acostumbrados a salir de la villa donde desarrollaban su rutina diaria. No solían bajar a la capital más que para ir al Templo o para entrenar y, alguna que otra vez, para comprar cualquier cosa. Nunca habían convivido ni se habían movido entre gentes de tan dispares características. Sin embargo, aunque nunca lo habían echado de menos, les alegraba poder experimentarlo en aquel momento. Con enorme entusiasmo recorrían la calle principal, enorme y bulliciosa; y se acercaban a cada tiendecilla que hallaban, importándoles poco el producto que vendiesen. Ambos chicos miraban atentos a su alrededor, curiosos ante el interminable mercadillo por el que se abrían paso. Aunque Dasten tuvo la tentación de dejarles un rato a su aire, para que calmasen ese interés típico de cualquier extranjero y permitirles un respiro, decidió no darles demasiada libertad. De hacerlo podía pecar de imprudente y confiado y perderles de vista. No era una buena opción dados los tiempos que corrían. Mejor esperarían a reunirse con Sénofe y ya luego verían qué hacer.
Tardaron un rato hasta lograr dejar atrás aquella algarabía, llegando al corazón de la ciudad. Fue curioso ver cómo pasaban de una vía de considerables dimensiones como era la principal, que parecía no tener fin, hasta dar con innumerables, pequeños y estrechos callejones que se topaban unos con otros dificultando la orientación. Pero por suerte el Director sabía bien hacia dónde debían dirigirse y le siguieron con paso firme y confiado. Se internaron en la maraña de calles y anduvieron durante un rato cuando Dasten se paró en seco, casi provocando que su sobrino chocara contra él.
–Pero, ¿qué pasa? ¡Un poco más y me partes la nariz! –escuchó a Kyo quejarse a sus espaldas.
Se giró para observarle y ver como frotaba con cuidado al huesudo elemento de su rostro.
–Perdona Kyo, es que me ha parecido ver a… –callo de repente, desviando la atención del joven para dirigirla a varios metros en la lejanía–. Esperadme aquí, ahora vuelvo.
Ambos jóvenes asintieron silentes, extrañados, pero obedecieron sin rechistar.
Varios minutos después el Director regresó justo donde les había dejado, pero iba acompañado. Los dos adolescentes reconocieron la oscura túnica y el escudo de la Orden del Sur, pues Sénofe la vistió durante su visita a Urdeón y las diferencias entre ambas resultaban mínimas. Pero incluso a la distancia en que estaban, supieron que no era el Remediable quien se aproximaba con Dasten hacia ellos.
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Editado: 10.10.2024