La sombra sobre las flores

Capítulo 17

La idea de que Valentín me gustara no abandonaba mi cabeza. Una pequeña parte de mí tenía dudas respecto a los riesgos que podrían traer acercarme a él. Mis compañeros de trabajo no me importaban tanto pero mi familia y compañeros de curso no eran descartables. Tan solo siendo su amigo mi familia haría preguntas que me acorralarían al menos que mintiera sobre cosas con las que no quería mentir, y mis compañeros se alarmarían creando rumores que me podían perjudicar a futuro. Pero lo sorprendente era como todo eso parecía muy pequeño contra la emoción que sentía, las preocupaciones eran pensamientos insignificantes, las consecuencias eran posibilidades minúsculas. Mi mente no avanzaba más allá del nuevo encuentro que me daría la oportunidad de pasar otra tarde junto a él. En ese momento, la única situación crítica en mi vida era el clima porque al despertarme descubrí un cielo cubierto de nubes grises que prometían lluvia en un día donde una simple llovizna sería suficiente para arruinar los planes.

Me la pasé pendiente del cielo, el viento y las gotas que no se decidían a caer. Al mediodía, cuando mi mamá dejó la tienda para preparar el almuerzo, traté de disimular mi inquietud. Ella creía que me vería con compañeros de la carrera, en la casa de uno de ellos, algo que no justificaba mi nivel de ansiedad. Me encerré en mi cuarto para vigilar el cielo sin interrupciones, rogándole a cualquier ser superior que me estuviera escuchando que dejara salir el sol.

Agustina llegó para el almuerzo llevando aún su uniforme de colegio, ya no necesitaba cursar pero algunas de sus amigas tenían que salvar el año y ella iba para acompañarlas. Mi mamá prefería que hiciera eso a tenerla ociosa en la casa. Una telenovela, cuya historia no conocía, estaba de fondo cuando nos sentamos a comer.

—¿El domingo trabajas? —preguntó mi mamá en el primer comercial.

—Sí.

Puso cara de lamento.

—Este domingo vamos a la casa de tu abuelo…

Me miró esperando colaboración, que le dijera que podía cambiar el turno, arreglarlo de alguna forma.

—No voy a poder ir —aseguré con una pena fingida.

Las reuniones familiares en la casa de mi abuelo implicaban a toda la familia, lo que significaba que mi tía asistía, quien a su vez iba con mi prima, y, dadas las circunstancias, también Ulises. Con el anuncio de su casamiento siendo la única última novedad en la familia, ese sería el tema de conversación dominante y, posiblemente, no se hablaría de otra cosa hasta el día de la boda.

Mi mamá no insistió, no tenía motivo para creer que no quería ir, quedándose con la idea de que un cambio de turno era muy complicado con tan poca anticipación.

—¿Y el domingo siguiente? —cuestionó Agustina.

La miré con sospecha, las reuniones en casa de mi abuelo no se modificaban con tanta facilidad, que toda la familia coincidiera el mismo día requería semanas de coordinación.

—¿Qué pasa el domingo siguiente?

—Hay colecta en mi colegio.

—No voy a ir a una colecta en tu colegio.

Agustina tomó mi brazo para tirar de él.

—¡Por favor! —rogó.

—No.

—Es para los pobres —siguió.

—¿Los pobres?

—Los más necesitados quise decir.

—No.

Soltó mi brazo y juntó sus manos.

—Por favor.

El colegio había tomado como tradición ceder su patio para una colecta de Navidad. Se recibían juguetes, ropa y se vendía comida para reunir dinero. Me imaginaba, por experiencias anteriores, que buscaba que hiciera alguna tarea que ella no quería hacer pero se comprometió a cumplir.

Mi mamá no tardó en darse cuenta de su plan y reprenderla.

—¿Por qué te ofreces a ayudar si luego no quieres hacerlo?

Agustina frunció el ceño.

—No quiero parecer mala persona.

—Pues lo que estás haciendo no es honesto —criticó con dureza.

Ante el reto, mi debilidad por mi hermana surgió.

—Con una condición. —Mi propuesta captó su atención y asintió antes de escucharla—. No me dejes solo como el año pasado.

—No desaparezco —se apuró en prometer—, me quedo para ayudar.

Mi mamá, inconforme, me dedicó una mirada reprobatoria.

—¿Le crees?

No, no le creía pero levanté los hombros como si mereciera el beneficio de la duda.

La alegría de mi hermana fue tal que al terminar de comer limpió la mesa sin dejar que yo ayudara.

Afuera, la lluvia seguía amenazando mis nervios y, un rato antes de salir, pasé por la tienda donde mi tío Aldo hacía cuentas en un papel, la música de su época siempre acompañándolo. Tomé un paquete de galletitas y baterías para la radio, luego me senté detrás del mostrador. Desde allí podía ver como el viento movía el cartel que promocionaba los helados que vendíamos, el cielo más oscuro que antes. De repente recordé mi promesa de pintar la tienda.

—¿Cuándo vamos a pintar?

—Tú dime que domingo tienes libre y yo preparo todo.

Con el pedido de mi hermana y la necesidad de cumplir con mi palabra tendría que negociar dos domingos con mis compañeros.

—Mañana pregunto en mi trabajo.

Él siguió haciendo cuentas y anotando cosas al margen de un papel. Lo observé sin que lo notara, preguntándome qué diría si conociera a Valentín. Aldo no era una persona muy moderna, en varias ocasiones lo escuché decir que su juventud vivió más y mejores cosas que la nueva juventud, que la tecnología desencantaba la realidad o que las películas no mostraban valores como las de antes. Aunque eran pensamientos sueltos sin grandes intenciones, me dejaban con una sensación muy vaga. Él no hablaba mucho, era de los que se ahorraban su opinión cuando algo sucedía, imposible saber si por creer que su opinión ocasionaría conflicto o por no tener una verdadera opinión sobre las cosas. Cualquiera de las dos opciones iba acorde al hombre sencillo que era. Tal vez demasiado sencillo para entender a alguien como Valentín o a mí.



#4199 en Novela romántica

En el texto hay: drama, gay, boyslove

Editado: 11.11.2024

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