La tentación de Emma

Capítulo 1

Capítulo 1: Bienvenidos a mi vida

Siempre me había imaginado a mí misma sumergida en una vida perfecta, estas que solo ocurren en los cuentos de hadas y que son tan inalcanzables. Con un marido perfecto, apuesto, alto y con una sonrisa de escándalo, de esas que te dejan con las piernas temblando y que te sacan más de un suspiro. Con niños correteando por la casa y con un desayuno en la cama cada día.  Pero lo único que he conseguido hasta ahora es ser una solterona, con más años rozando los treinta que los veinte y con una vida social un poco escasa, sin contar esas salidas de chicas que tenemos mis amigas y yo una vez cada año bisiesto. Y no porque ellas estén muy ocupadas con sus novios y rolletes, que también, sino porque simplemente a mí no me apetece ir haciendo de carabina cada vez que salimos todos juntos, al final acabo sola en una esquina aguantando todos los bolsos y abrigos para que ellos puedan salir a bailar.

Así que para resumir aquí me encuentro yo, con mi pelo sin lavar enmarañado en un moño mal hecho, una camiseta gigante de “Star Wars” desparramada en mi sillón con un libro en la mano metida más en el mundo de fantasía que en la vida real. Como daría yo por vivir por lo que los protagonistas estaban pasando, esa pasión…

La cruda verdad es que pasaba más tiempo del que quería comiéndome la cabeza y pensando en lo que yo solía ser. La antigua desenfrenada yo, la que cada fin de semana salía de fiesta con sus amigas y que conocía a un par de chicos cada vez que salía, aunque pocos conseguían algo conmigo, no soy una facilona. Sin quererlo recordé a Carlos y una sonrisa tonta se instaló en mis labios. Para ponerlos a todos en situación, él es mi perdición. Lo conocí de la forma más común del mundo, en una entrevista de trabajo, él entrevistaba y yo desde que lo vi apoyado sobre su brazo derecho haciéndome preguntas caí rendida a sus pies. Solo bastó un apretón de manos para tenerme incómoda toda la hora. Tantos meses que había estado preparándome habían saltado por la borda en menos que cantaba un gallo, y todo por culpa de ese rubio con rizos que me dejó boqui abierta.  Por su intensa mirada y por los pequeños mordiscos que le daba al bolígrafo cada vez que esperaba a que le contestara. Ese día cuando llegué a mi casa acabé gritando y preguntando al mundo si de verdad seguían existiendo chicos así por estos lugares. Lo mejor de todo es que al final me dieron el trabajo, y es el mismo que tengo en estos momentos. Ejerzo de secretaria. ¿Qué? ¿Esperaban algo más increíble? ¿Cómo diseñadora de interiores, que es lo que estudié? Pues la cosa va un poco jodida para mí en eso. Nada más salir de la carrera comencé a buscar trabajo como una loca pero después del primer año y de haberme visitados todos los rincones de Madrid en busca de una plaza me di por vencida jurándome que algún día retomaría la búsqueda y cuando salieron las oposiciones para esto me presenté con los ojos cerrados sin saber en lo que me metía. En el gran infierno en el que me metía. Estaba desesperada y me daba apuro seguir pidiéndole dinero a mis padres. Mi jornada básicamente se resume en coger llamadas de clientes, pasar las importantes a mi jefa, ocuparme de las entrevistas de trabajo y realmente cualquier cosa más que se les fuera ocurriendo. Por lo menos tengo una muy buena vista del trasero de mi rubiales cuando entra por la puerta de la empresa cada mañana. Pero muy a mi pesar solo queda en eso, en mis miradas acarameladas hacia él y mis intentos fallidos de seducción. Creo que estoy mayor para esto… Recuerdo una vez en la que mi amiga Isabel vino a visitarme a la empresa  justo a la hora en la que él llega todas las mañanas y me encontró en una posición bastante graciosa a su parecer. Estaba en el suelo a cuatro patas con mi trasero mirando para la puerta y fingiendo que recogía un par de papeles que se me “cayeron accidentalmente” al suelo. Juro solemnemente que solo hice una barbaridad como esa aquel día porque necesitaba un polvo con bastante urgencia, pero luego agradecí que fuera mi amiga la que me encontrara así. ¿Qué si hubiera sido la jefa? Que bochorno…

Suspiré tristemente al ver que me había acabado el libro, otro para la colección. Como siempre que terminaba una historia me sentí vacía y de repente la realidad cayó sobre mis hombros dándome cuenta que mañana era lunes y que tenía que volver a trabajar.

Cogí mi agenda para revisar si tenía algo pendiente pero estaba todo en orden.

Como era de esperar a las nueve de la noche de un domingo mi madre llamó para contarme los nuevos chismes y recordarme todo lo que me pierdo al no estar en Tenerife, mi tierra. Después de estos nueve años estoy orgullosa de no haber perdido mi acento. Bueno, era eso o recibir un cholaso de mi abuela en toda la nuca.

— ¿Cómo está mi hermano?—pregunté con el teléfono en la oreja mientras me pintaba las uñas que ya las tenía un poco mugrientas.




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