La trampa

La trampa

Miriam y Carla estaban tumbadas en la cama, viendo la televisión. Con las cortinas abiertas, contemplaban el hermoso perfil de la ciudad desde el hotel más alto del mundo.  Las vistas nunca perdían su espectacularidad.

Por eso en la habitación siempre estaban las cortinas totalmente descorridas y el balcón todo el día abierto.

-¿Y ese ruido?- preguntó Carla incorporándose mientras Miriam comprobaba su móvil y silenciaba el programa de televisión que estaban viendo.

De improviso, se escucharon golpes en las puertas contiguas  a su habitación y unos gritos ininteligibles retumbaron por la estancia. 

Carla fue al cuarto de baño y se puso rápidamente un batín del hotel. Al abrir la puerta, vio a un hombre bajito y uniformado que señalaba hacia los  ascensores. Con vehemencia y en un inglés con mucho acento farfulló algunas órdenes  a gran velocidad.

-¿Pero qué ocurre?- preguntó Carla a Miriam, quien se había acercado a la puerta en pijama para hacer de traductora. 

Algunos clientes corrían hacia las salidas, donde estaban los ascensores y la gran mayoría parecía acabar de salir de la cama.

-Están evacuando el hotel- tradujo Miriam- Tenemos que abandonar la habitación ahora. No podemos llevar nada con nosotros, ni siquiera los móviles. 

El empleado del hotel ya estaba en la puerta de al lado, exigiendo que abrieran rápidamente.

Las dos mujeres pronto entraron en el mismo pánico en que se encontraban todos los demás huéspedes. El personal exigía con grandes gestos y voces que evacuaran rápidamente sin explicar por qué. Cuando ya estaban delante de los ascensores, los trabajadores los fueron colocando en grupos de seis a ocho personas. Se afanaban en revisar que nadie llevara nada en los bolsillos, excepto relojes y joyas.

Cuando entraron, la puerta metálica se cerró con un chasquido seco. Una pequeña pantalla mostraba el programa del canal de televisión del hotel, aunque sin sonido. Unas luces diminutas en el techo apenas iluminaban el interior. En el panel de botones el número cero estaba ya marcado y parpadeaba ominosamente.

-¿Pero por qué nos evacuan?- preguntó Miriam, mirando a la cara al grupo de desconocidos tan perplejos como ella.

-Yo iba al bar- dijo un joven que chapurreaba español. Era el único del grupo que iba vestido con ropa de calle. Los demás estaban o en batín o en pijama- Pero ya no me dejaron pasar. ¿Cómo te llamas? Mi nombre es...

-¿Te dijeron algo? ¿Por qué no pudiste ir al bar que está en la planta baja?- preguntó Carla, interrumpiendo al joven. 

El ascensor empezó a moverse desde la planta 61, iniciando su descenso con una suave vibración.

-¿Hablan inglés?- preguntó una mujer en avanzado estado de embarazo en ese idioma- ¿Qué está pasando?

Todos empezaron a hablar a la vez. Carla, que no entendía nada de lo que decían, se fijó en el panel luminoso. Sus manos empezaron a sudar, al comprender que apenas estaban descendiendo.

-¿Cómo vamos tan lentos?- repuso asombrada, señalando los números y haciendo gestos con las manos- ¿Por qué...?

Un chirrido brutal fue el único aviso que recibieron antes de que el ascensor se parara de golpe en el piso 58.

Miriam buscó la mano de Carla y se la agarró con fuerza, mientras el joven se quitaba la chaqueta para que la embarazada se pudiera sentar. Se llevaba la mano a la amplia tripa y no paraba de farfullar nerviosamente.

-Estamos atrapados- repuso con voz temblorosa Carla, poniendo sus manos entrelazadas en su pecho. Parecía querer sujetar al corazón que amenazaba con escapar de su tórax a golpe de latido violento.

-¡Ayuda!- gritó un anciano calvo, que empezó a golpear la pared del ascensor con los puños- ¡Necesitamos ayuda!

El joven se unió, golpeando con furia las paredes bajo la tenue luz del ascensor. La embarazada empezó a gritar secundando los gritos de ayuda de los ocupantes del ascensor. El ruido no tenía salida de escape, y su intensidad generaba  un caos sonoro desesperado. 

Durante varios minutos, dieron rienda suelta a su frustración y miedo. Miriam empezó a patear el suelo, uniéndose a la algarabía.  

Un hombre con barba que en ese momento sujetaba la mano temblorosa del anciano consiguió imponer silencio al grupo. 

-Es inútil- dijo el hombre en perfecto inglés- No nos oye nadie o habrían contestado.

La embarazada empezó a sollozar sentada en el suelo del ascensor, mientras el joven se sentaba a su lado con las manos tapándose la cara. 

El anciano miró la pequeña pantalla del televisor, donde aparecía una mujer  en primer plano que movía los labios y sonreía, mientras unos rótulos tan extraños como unos jeroglificos aparecían en la parte inferior. El viejo pulsó repetidamente el botón de la campana de ayuda sin obtener ninguna respuesta. 

-Eso tampoco funciona- maldijo por lo bajo Carla. Miriam, que estaba a su lado no soltaba su mano mientras miraba insistentemente al techo del ascensor- ¿Qué haces?

-Rezar- dijo ella con calma- Creo que ahora entiendo aquella frase que me decía mi madre de que el pecador no tiene pasado, ni el rico futuro.

Miriam estaba segura que la frase no era así, pero alzando la otra mano al rostro de su compañera le acarició lentamente la mejilla. Y cuando Carla bajó la vista y cruzaron su mirada, la plegaria silenciosa pasó a ser susurrada. 

Un ligero crujido y un movimiento brusco del ascensor fue el único aviso antes de precipitarse al vacío. Las dos mujeres se abrazaron fuertemente, mientras los gritos histéricos del resto les acompañaba en una cacofonía mortal durante el brutal descenso. 

Las luces de los números se movían cada vez más rápido y cada uno de los que estaban dentro supo que el ascensor estaba acelerando su caída y que su muerte sería rápida e indolora. 

En esos momentos, el cómo era lo de menos y aterrados supieron con total certeza que llegaba su final.



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En el texto hay: intriga, cuentos cortos, personajes femeninos

Editado: 04.07.2021

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