La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XIV: MADRE E HIJO - CAPÍTULO 66

—Oh, Ana, qué gusto verte— la abrazó Dana con cariño en la entrada de la cabaña en el bosque de los Sueños.

—El gusto es mío, aunque desearía que las circunstancias fueran diferentes— le contestó Ana.

—¿Cómo sigue?— preguntó Llewelyn a su lado.

—Prácticamente igual— suspiró Dana—. No ha salido del dormitorio en estos veinticinco días ni ha dicho palabra alguna,  pero al menos acepta alimento y agua—.  Hizo un gesto con la mano, invitándolos a entrar.

Llewelyn y Ana la siguieron, entrando a la cocina.

—Me sorprende que Randall te haya dejado venir sola— le comentó Dana a Ana.

—Oh, en realidad, no lo hizo— le contestó la otra.

—¿Cómo?— Dana creyó que no había escuchado bien.

—Vino con nosotros— dijo Llewelyn.

—¿Y dónde está?— inquirió Dana.

—Bueno...— cruzó una mirada Llewelyn con Ana.

—Se quedó vomitando entre los árboles— explicó Ana, tratando de reprimir una sonrisa divertida.

—Pero, ¿está bien?— se preocupó Dana.

—Sí, no te preocupes. Se lo tiene merecido por insistir en ser mi perro guardián— dijo Ana—. No le pareció digno de un general del ejército de Althem llegar a la casa del Señor de la Luz cubierto en vómito, así que vendrá a la casa cuando se reponga.

—Creo que eres muy dura con él— sentenció Dana.

—Él conocía mi temperamento cuando se casó conmigo. Si no puede aceptarlo...

Las palabras de Ana fueron interrumpidas por unos golpes en la puerta. Dana fue a abrir enseguida y se encontró con un pálido Randall que trataba de sonreírle sin que las náuseas lo volvieran a dominar, logrando solo una mueca descompuesta.

—Bienvenido, Randall— lo acogió Dana, sin hacer ningún comentario sobre su aspecto.

—Gracias— asintió él—. Perdón por la tardanza, pero viajar con tu hijo es un poco...

—Lo sé— le sonrió Dana de forma tranquilizadora—. Yo sufro de igual manera.

—La próxima vez, yo puedo venir con Llewelyn y tú puedes seguirme a caballo— se burló Ana.

Él solo hizo una mueca de disgusto, pero no dijo nada.

—Ven, siéntate— lo invitó Dana—. Te prepararé un té digestivo— y luego a los otros dos: —¿Qué quieren tomar ustedes?

—Nada, gracias—  dijo Ana—. Si no te molesta, preferiría poner manos a la obra y ver a Lug cuánto antes.

—Claro, por supuesto— accedió Dana.

Dana abrió con cuidado la puerta del dormitorio y espió adentro.

—¿Lug?— lo llamó suavemente.

A pesar de que él no contestó a su llamado, Dana pudo ver que estaba despierto.

—Ana vino a verte— le sonrió su esposa, pero él no acusó ninguna reacción visible ante el anuncio.

—Déjame sola con él— pidió Ana desde atrás.

—Claro— murmuró Dana con los labios apretados, un poco desilusionada ante el pobre recibimiento que Lug le estaba dando a Ana.

Dana cerró la puerta y se volvió a la cocina. Enseguida notó que Randall y Llewelyn la miraban expectantes, pero ella desvió la mirada y se dispuso a preparar el té prometido a Randall. Los dos hombres no le dijeron nada. Entendían que solo quedaba esperar a ver si Ana lograba algo con el enclaustrado Lug.

Pasaron casi dos horas hasta que Ana emergió de la habitación de Lug, y su rostro serio no auguraba buenas noticias.

—¿Lograste algo?— le preguntó Dana con cierta ansiedad en la voz.

Ana negó con la cabeza:

—Traté primero de hablar con él, pero me ignoró por completo, así que le dije que me proponía entrar en su mente, sanarlo. No puso ninguna objeción verbal, pero cuando entré a su mente, su oposición fue tan violenta que descargó una fuerte corriente en mi red neural, paralizándome por casi cinco minutos.

—Oh, Ana...— se tapó la boca Dana, preocupada—. ¿Estás bien?

—Bien, sí— aseguró Ana—. Él es un hombre obstinado, pero yo lo soy más.

—Hiciste más intentos— comprendió Llewelyn.

—Hice diez en total, con diferentes aproximaciones y métodos, pero me bloqueó con vehemencia en todos.

—¿Pudiste corroborar hasta dónde se extiende el daño en su mente?— le preguntó Dana.

—No hay daño— respondió Ana—. Sus facultades están intactas y sus patrones están sanos. Lo que está haciendo, lo está haciendo de forma lúcida y voluntaria, nada lo está forzando.

La declaración de Ana dejó mudos a los otros tres por un largo momento. Finalmente, fue Dana la que habló:

—No puede ser— negó con la cabeza—. ¿Por qué estaría haciendo esto si no está siendo forzado de alguna manera?




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