Vianney exhaló un largo suspiro:
—Existe otra posibilidad— intervino.
La atención de todos se volvió hacia él.
—Es posible que los atacantes tuvieran un interés particular en Rory— continuó el regente.
—¡¿Qué?! ¡Eso es más inverosímil que lo de Faberland!— exclamó Govannon.
Fue Llewelyn el que levantó una mano, pidiendo a Govannon que dejara hablar a Vianney sin interrupciones.
—Todos los habitantes fueron acribillados por decenas de estos proyectiles de plomo. Franz contó innumerables heridas en cada cuerpo— siguió Vianney—. Todos fueron tomados por sorpresa o murieron luchando, pero con estos dos muchachos fue diferente— señaló los jóvenes cuerpos.
—Encontramos los cuerpos de estos chicos en las afueras de la ciudad, tierra adentro— explicó Franz—. Estaban uno junto al otro, con las manos atadas a la espalda y una sola herida en la cabeza, ambos del mismo lado.
—Fueron ejecutados a sangre fría— comprendió Alaris.
—Los atacantes sabían quiénes eran ellos, sabían lo que eran y lo que podían hacer— dijo Vianney—. Sabían que si simplemente los herían en cualquier parte del cuerpo, ellos podrían sanarse, por eso la herida fulminante en la cabeza.
—¿Pero por qué atarlos?— inquirió Govannon.
Vianney se aclaró la garganta antes de continuar:
—Creo que no va a gustarles la respuesta a esa pregunta— dijo.
—Los usaron para coaccionar a Rory— murmuró Llewelyn, comprendiendo a dónde quería llegar Vianney—. No les servía torturarlos, pues ellos habrían bloqueado el dolor, habrían sanado las heridas. Ejecutaron a un hermano delante del otro, tal vez para que delataran el paradero de Rory, tal vez para obligar a Rory a algo. Cuando consiguieron lo que querían, mataron al otro hermano también— explicó Llewelyn con la voz quebrada—. Y luego se llevaron a Rory con ellos…
—Eso es solo especulación— trató de disuadirlo Govannon.
—Si se te ocurre otra explicación más plausible, te escucho— le respondió Llewelyn.
Govannon no contestó.
—¿Hay alguna forma de comunicarse con Rory, de saber si está vivo al menos?— preguntó Franz.
—Sí la hay— se iluminó el rostro de Llewelyn—. Mi madre lo conoce, puede abrir un canal mental con él, tal vez hasta pueda localizarlo. Puedo hablar con ella ahora mismo y pedirle que lo intente.
—Leber, lleva a Llewelyn a un cuarto tranquilo y proporciónale todo lo que necesite— ordenó Vianney.
—Sí, su excelencia— hizo una reverencia el secretario, y luego a Llewelyn: —sígame, por favor.
Llewelyn asintió, y antes de retirarse, les dijo a sus amigos:
—Me tomará una media hora explicarle todo.
—Toma todo el tiempo que necesites, Llew— le dijo Alaris—. Te esperaremos.
—Gracias— respondió Llewelyn, y desapareció escaleras arriba junto con el secretario.
—Es un digno hijo de su padre— comentó Vianney, complacido.
—Sí, lo es— acordó Alaris.
—¿Por qué no me acompañan arriba?— les ofreció el regente a los visitantes—. Ya les he mostrado todo lo que les tenía que mostrar y podemos seguir esta conversación en un lugar menos lúgubre.
Alaris y Govannon asintieron su acuerdo, y todos remontaron las oscuras escaleras guiados por una antorcha portada por Franz.
Pasaron más de dos horas hasta que Llewelyn se hizo presente en la sala privada del regente, donde Franz, Vianney y Govannon disfrutaban de un buen vino, mientras Alaris se contentaba con una buena taza de té. Las esperanzas de todos se cayeron al ver el rostro ensombrecido de Llewelyn. No hacía falta preguntarle cómo habían ido las cosas en la comunicación con su madre.
—Siéntate muchacho— lo invitó Vianney—. Toma una copa de vino, eso te reconfortará. Te ves exhausto.
—Gracias, pero prefiero lo que sea que esté tomando Alaris— respondió Llewelyn, dejándose caer en un mullido sillón junto a Franz.
Alaris tomó una taza de la bandeja que Leber les había hecho traer y sirvió un poco de té para Llewelyn:
—Aquí tienes— se lo alcanzó—. Espero que no esté muy frío.
—Gracias— aceptó Llewelyn, tomando un sorbo—. Está bien.
Todos observaron al hijo de Lug en silencio, dándole tiempo para que se repusiera y decidiera informarles los resultados de la entrevista con su madre. Llewelyn terminó su té, respiró hondo y dio voz a la triste noticia:
—Mi madre no pudo contactarlo.
—¿Significa eso que está muerto?— preguntó Franz suavemente.
—Probablemente— admitió Llewelyn con reticencia.
—Lo siento— le dijo Franz con sinceridad.
Llewelyn asintió en silencio.
—Sé que este es un momento muy doloroso, pero…— comenzó Vianney—. ¿Tienes alguna idea de…?
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Editado: 14.10.2019